TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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MADRID. Crónica de Barquerito: "Talavante y Ferrera, fiesta mayor"

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Dos faenas caudalosas y rutilantes del uno, y otras dos de cadencia y primor singulares del otro. El uno tuvo la puerta grande abierta, y el otro casi. Cuvillos de muy buen juego

Madrid, 16 may. (COLPISA, Barquerito)

Miércoles, 16 de mayo de 2018. Madrid. 9ª de San Isidro. Lleno. 23.000 almas. Primaveral. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros de Núñez del Cuvillo. Antonio Ferrera, una oreja y ovación tras aviso. José María Manzanares, silencio y una oreja. Alejandro Talavante, una oreja y saludos. Miguel Ángel Muñoz picó certero y con recurso. Muy notables lances de brega de Valentín Luján y Juan José Trujillo. Trujillo le prendió al sexto dos pares de premio. Buena tarde de Suso González.

CON LOTES Y TOROS muy distintos de una dispar corrida de Cuvillo torearon bien de verdad Ferrera y Talavante. Ferrera, todo primor, inteligencia, la cabeza para elegir terrenos, distancias y tiempos con seguridad de maestro. “Toreando para mí”, dicen los toreros cuando parecen hacerlo de salón y a solas pero con el toro delante y la gente mirando.

 

Desencadenado, atrevido, inspirado, suelto sin freno, Talavante firmó dos faenas marcadas por la abundancia, caudalosas, rotundas, inapelables. Se dice “no dejarse nada dentro” de solo algunos toreros y solo en tardes contadas. Talavante, con fama ganada de torero irregular, es uno de esos elegidos. No menos de una docena han sido en Madrid sus tardes contadas. Muchas tardes son, y esta, que fue la enésima, vino cargada de sorpresas.

Nadie apostaba por el tercer cuvillo, que escarbó y no dejó de soltarse hasta que Trujillo le pegó en la brega de banderillas dos soberbios lances por abajo. Sin prueba ni aviso previos, Talavante abrió faena en tablas junto a la puerta de Madrid -la contraquerencia de los toros que se sueltan- y, dando adentros o no, le pegó al toro una primera tanda extraordinaria de muletazos genuflexos de horma, muy bien tirados, templados, cosidos a placer, el quinto de ellos mirando al tendido, y el remate de pecho justo a tiempo.

Entonces explotó de júbilo la plaza entera, como si se hubiera prendido la mecha de una traca. De traca fue la faena que vino después, seguida y sin pausas, torrencial a pesar de que Talavante se recreó toreando a cámara lenta en cuanto sintió tener en la mano ese toro que casi nadie había visto. La versión volcánica no es la única de un torero tan rico en perfiles como Talavante, pero sí la más convincente. Sin arrebatarse, es capaz de arrebatar Talavante.

Su instinto para encontrar toro, su colocación, su toreo al toque o no, su aplomo, esos brazos tan poderosos que todos llaman muñecas, su desenfado y, lo más llamativo, su ambición para enredarse en tandas de hasta ocho muletazos ligados, que son marca singular de su sentido del toreo. Todo eso en una misma y sola faena, la del tercer toro, que, por pecar, pecó hasta por exceso cuando se sintió que Talavante vaciaba entero su cajón de ideas. El toro de Cuvillo, encastado, el de mejor fondo de la corrida, agradeció los juegos de manos. Ni un solo muletazo de más pese a ser tan abundante y tan fluido el trabajo, que, al margen de su brillante proemio, tuvo por guinda especial el toreo a pies juntos y, sobre todo, el engarce de los remates de tanda cosiendo el molinete con el de pecho, o la trincherilla con el natural a pies juntos y el de pecho, o los cambios de mano.

Ferrera había abierto fiesta con una faena de gran rigor técnico para medir las fuerzas de un primer toro descarado y frágil, y para abrirse en pausas precisas que fueron oxígeno para el toro. Pero contó no tanto la madurez como el sentido del temple cuando Ferrera decidió torear a cámara lenta por una mano y otra, acariciando la embestida algo remolona del toro, y enroscándose en muletazos soberbios. El listón estaba, por tanto, muy alto cuando Talavante apareció en escena. La primera faena de Manzanares, despegada y justa de resolución, y el estilo tan informal del segundo cuvillo, no contaron.

Después de la exhibición de Talavante, Ferrera se pegó otro festín con un toro muy grandullón que se había venido cruzado y rebrincado y no parecía materia maleable. En tablas, con cuatro o cinco muletazos a compás en redondo, Ferrera se acopló sin pruebas, estuvo toreando al desmayo enseguida y, ajenos a las claudicaciones del toro, se empeñó terco en sacarle hasta la última gota de bravura. Fueron unos cuantos los muletazos trazados a pulso y con bigotera. No toreo de mera caligrafía, sino de temple caro.

En manos de Manzanares y de un quinto toro jabonero barroso, el de menos trapío de los seis, quedó responder al desafío que se sentía latente y obligado. Muchos capotazos  pegó Manzanares en la brega por amarrar la embestida del toro, que le había desarmado y casi cogido al rematar en los medios un quite bonito por delantales. De rayas afuera una faena bien tramada pero despegada, abierta en pausas que fueron auxilio de un toro justo de fuerzas al cabo de la primera docena de viajes. Manzanares todavía provoca a sus detractores de Madrid y la faena se vivió con contraste sonoro de opiniones. Las dos partes tuvieron sus razones.

El sexto, muy bien hecho, tanto como el segundo, se enceló fiero con un caballo derribado y al cabo herido, arreó en banderillas -dos pares de Trujillo excepcionales y, antes, tres capotazos magistrales de Valentín Luján- y pareció que iba a comerse el mundo. No tanto. Fue Talavante quien se comió el toro, que estuvo reducido, igual que el tercero, en solo la primera tanda de apertura. Talavante en los medios, órdago, y una segunda faena en catarata. De tan obligado, el toro fue a menos casi de golpe. El cuerno de la abundancia no fue tanto ahora. La gente empujó la espada para que Talavante se llevara las orejas del toro. Pero no la empujó Talavante.

Postdata para los íntimos.- La tienda de Palomeque en la calle (del) Arenal va a cerrar el viernes de la semana que viene. Se abrió en 1873. En la España turbulenta de la Primera República, que fue en Madrid un maremágnum. Lo tiene contado Galdós, que entonces, cuando abrió Palomeque su tienda de ornamentos sagrados, contaba treinta años de edad y era un fogoso izquierdista de salón. Lo que cuenta Galdós es aquel Madrid furioso, no la historia de los Palomeque. Los Episodios Nacionales, que fueron lectura obligada de fin de siglo y el primer tercio del  XX.
Yo me niego a llamar siglo pasado al pasado siglo. Para mi el siglo pasado es el XIX. Lagartijo y Frascuelo. Frascuelo vivó enfrente de la tienda de Palomeque, pero entonces Arenal no era calle peatonal, sino vía clave que llevaba de Palacio al Congreso. Adosada a Palomeque se alza la iglesia de San Ginés.O al revés, Palomeque es la adosada. San Ginés es monumento nacional -se decía antes- pero en el muro sur hay una terraza de una chocolatería casi tan célebre como la iglesia, que es la parroquia rica del barrio. Valle Inclán menciona el chocolate aquel en Luces de Bohemia. Al llegar de Canarias a Madrid con diecipocos años Galdós vivió en la calle de las Fuentes, que va de Arenal a Mayor. Una placa lo recuerda.Valle Inclán intentó destruir la fama de Galdós. Pareció lograrlo. Ya se ve que no.
Palomeque está de liquidación de imágenes, escapularios y potencias, y portales de belén y castillos de Herodes. Y postales. El negocio de ornamentos religiosos de Palomeque perdió gancho después de la guerra. Creció la competencia en la calle (de) Bordadores y la calle Mayor. No sé si serían los precios o qué. Los Palomeque son toledanos. Llegaron a Madrid artistas catalanes del género: casullas distintas, cálices de diseño. El tiempo se había detenido. Nosotros comprábamos postales de cuadros célebres para la colección de  Historia del Arte. La tienda era como un templo, Muchas monjitas.

 

Última actualización en Jueves, 17 de Mayo de 2018 23:50