BARQUERITO. Escritos de confinamiento. Segunda Parte (17)

Domingo, 17 de Mayo de 2020 00:00
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El texto viejo, según lo previsto, es la crónica del 15 de mayo de hace un año en las Ventas. No es que saliera al revés, pero fue todo un desencanto. Diego Urdiales no pudo repetir con ninguno de los fuenteymbros de lote su tarde antológica de la feria de Otoño del 18.
Perera se entregó en versión algo desgarrada y atendiendo al canon de Madrid: cites en la distancia, firmeza, arrojo. Dos orejas, discutida la segunda. Pero esa segunda oreja le encarriló la temporada, la de rencuentro con su mejor versión: la grave. La referencia a la corrida de Fuente Ymbro, razón clave del desencanto, era obligada. El sábado 12 mayo, semana de farolillos, se lidiaron en la Maestranza de Sevilla tres toros sobresalientes. Cualquiera de los tres, mejor que el de las orejas de Perera.

Y la bitácora de día: vencejos ¿o golondrinas? de vuelta en el centro de la ciudad.
El recuerdo constante de Lorenzo Goñi. Noticias de Radio Madrid, En torno a Cascorro.

Salud!

AGENCIA COLPISA. Crónica de la corrida de Madrid. 15 de mayo de 2019

PERERA, POLÉMICA PUERTA GRANDE

Dos orejas del mejor toro de una de Fuente Ymbro de muchísima cara pero pobre fondo. La segunda, pasaporte para salir a hombros, discutida por el sector exigente

Madrid. 2ª de San Isidro. Primaveral, ventoso. No hay billetes. 23.624 almas. Dos horas y cuarto de función. En meseta de toriles, el Rey Juan Carlos acompañado de la infanta Elena y su nieta Victoria, muy aplaudido al llegar y más al recibir los brindis de Perera y Urdiales.

Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).

Finito de Córdoba, silencio y leves pitos. Diego Urdiales, silencio tras un aviso y silencio. Miguel Ángel Perera, dos orejas tras un aviso y silencio, a hombros por la puerta grande.

Notables en la brega Javier Ambel y Curro Javier, que saludó en el sexto en banderillas junto al tercero Vicente Herrera.

MEDIÓ MUCHÍSIMO trecho entre la corrida de Fuente Ymbro jugada en Sevilla solo el sábado pasado y esta otra de la fiesta mayor de San Isidro. La del 15 de mayo. Ni las hechuras, por norma reveladoras, ni el aire ni el son. Ni las formas ni el fondo. La de Madrid ganó en descaro, pero solamente en eso. Astifinos de la cepa al pitón los seis, pero dos de ellos, quinto y sexto, lucían ganzúas terroríficas. No les anduvieron a la zaga otros dos: el que partió plaza y el que le siguió. Tercero y cuarto, por comparación, fueron serios sin excesos.

El tercero, muy abierto, mejor rematado que los demás, fue el de más bellas proporciones. No solo eso, fue el toro de la corrida, y el único arrastrado con honores. Se arrastró sin las orejas, la segunda de las cuales provocó sonoras protestas. No se sabe si por la largueza del presidente, o si porque al cobrar la estocada Perera había soltado el engaño o porque el final de una faena de riesgo, firmeza, poderío y temple indiscutibles no tuvo la categoría de las tres primeras tandas, la de apertura y dos más tras pausas breves.

Las tres en redondo, las tres abiertas en flamante distancias: fuera de las rayas torero y toro, y casi tangentes con las rayas el cite –y su encaje- y la galopada viva del toro de punta a punta. Las dos primeras tandas fueron abundantes, de cinco ligados y el de pecho; la tercera, abierta con el pase de las flores que Perera cosió con tres de mano baja espléndidos y dos de remate, fue la de más calibre, más ajuste y la más despaciosa. La mano derecha del toro, un Pijotero castaño que escarbó y oliscó antes de tomar engaño, se había revelado desde los lances de recibo de Perera, ligados y ganando terreno, y más todavía en los capotazos de brega de Curro Javier, después de varas y antes de la segunda.

Lo que estaba por descubrir del todo era el son del toro por la mano izquierda. Lo tenía tanto como por la otra, pero de distinta manera. Ahora se ahorró Perera el alarde de las distancias, la ligazón no fue la misma y la tanda previa a la igualada, en molinillo, desmereció. Por eso se protestó la segunda oreja. Por primera vez en la feria se abrió paso el coro del “¡Fuera del palco!”. La corrida terminó con un sexto que, tronchado tras una segunda vara tan solo terapéutica, se derrumbó al tercer muletazo y arruinó cualquier propósito. Perera lo había recibido con excelentes mandiles, encarecidos por la artillería del toro.

Los dos argumentos mayores del cartel eran, de partida, el retorno a las Ventas de Diego Urdiales tras su memorable triunfo de otoño y, con Diego, la vuelta de Fuente Ymbro. De Fuente Ymbro fueron los dos toros de aquella tarde extraordinaria. Dos toros mucho más difíciles que el de Perera de marras. Por encastados –uno a la defensiva, otro turbulentos-  y, por encastados, muy belicosos. La apuesta renovada no salió.

Sin celo, andarín, rebrincado, el segundo de la tarde punteó; el quinto, codicioso pero de apoyos irregulares, fue pronto pero sin humillar apenas. Urdiales le había pegado antes de varas muchos capotazos. Ni eso convenció al toro. En el primer turno, el viento, racheado, molestó a Diego tanto como ya había molestado a Finito en el primer toro. No faltaron en las faenas de Diego muletazos exquisitos. No hubo traición al concepto suyo de faenas bien tramadas, solo que en las dos bazas se pasó de tiempo.

Un primer toro acochinado, duramente castigado en varas, llegó a tener tomado el ruedo. Muy pasivo Finito, que dejó su firma en lances y muletazos sueltos soberbios, y quiso torear al hilo pero repensándoselo mucho. Los doblones para ahormar de inicio las embestidas del cuarto, toro de gran alzada, fueron los muletazos más logrados de toda la corrida. Pero eso no bastó. Las treguas fueron excesivas; las cautelas, también. En tarde ventosa –flameaba la bandera nacional- a nadie se le ocurrió echar los papelitos para torear donde se acaban posando.

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DE PASEO. CdeBitácora. 17 de mayo. 2020

 

Vencejos. Baldeos de ozonopino. Genio de Lorenzo Goñi. Las matanzas de Kabul y Pearl Harbor. Cocido en puchero de barro. Antonio Zozaya

POR EL CIELO de Anglona he visto a media mañana revolotear dos docenas de vencejos. No en bandada, sino revueltos, cabriolas a buena altura. Años sin verlos por el barrio. ¡Qué locura! La de las aves de primavera piando como un repique de campanas de ermita. A primera hora de la tarde, desde casa se escucha el canto de un mirlo. Se repetirá antes de ponerse el sol. Una fiesta. La otra cara de la pandemia.

Reapertura del jardín solo un día después. Todo en orden. El platillo de comer los gatos es de plástico. Plantado en el umbral de la cancela, sucio, con restos recientes. En la papelera de la entrada, otra bandeja casi idéntica. No habrían pasado a recoger los barrenderos, que no paran. Se sigue baldeando las calles peatonales no a diario, pero casi. En el agua del tanque de los camiones de riego debe de disolverse una dosis suficiente de ozonopino. Un aroma artificial y evanescente, casi dulce. No parece una desinfección. Tal vez no lo sea.

El riego a manga es contundente. El conductor, a marcha lenta. Entrar desde Puerta Cerrada a Nuncio con un camión alemán y doblar el ángulo de la tintorería sin cambiar de marcha es una prueba magistral de pericia. Un conductor veterano. El que riega, joven, un atleta, no perdona. Una prueba distinta de pericia. No encharca. No salpica. Un vadito en medio de la calzada hace las veces de canal de desagüe. No se ciegan las rejas del alcantarillado.

En la plaza de la Paja, la frustrante pelea de un perro contra dos palomas. Es una escena repetida, cotidiana. Siempre escapa la paloma y entonces el perro se recoge y vuelve. No estaba hoy en la plaza de los Carros el hombre que da de comer migas de pan a las palomas. Tampoco el de la barba y cabelleras canas que toca la armónica. Me pareció reconocerlo como uno de los habitantes de la pérgola de las Vistillas, que no llegan ni a la decena. El campamento rumano ha debido de ser desmantelado antes incluso de propagarse la pandemia. Los inquilinos son nuevos. Hay montadas tres tiendas de campaña, nuevecitas, de las de alta o media montaña, parecen seguro refugio. Y el regalo de contemplar a diario la puesta de sol poquito a poco. Dormir en paz.

El paso por la Paja ha sido tan breve como la revista del jardín, Un ratito muerto dando al sol la cara desde la puerta de la casa de Clavijo, la de más postín de la Costanilla y seguramente la más antigua y propia. No la natal de González de Clavijo, porque del siglo XIV, sin contar las mezquitas reconvertidas, no queda en Madrid ni un solar edificado. Desde ese portal, algo más arriba, se contempla escalonado un pequeño mar escalonado de tejados, azoteas y terrazas tendido a lomos de la Cruz Verde.

Lorenzo Goñi dejó pintados los gatos y los tejados del viejo Madrid mejor que nadie. Los gatos en los tejados. Libres, al acecho, algo desafiantes. El genio de Goñi como ilustrador es singular. Lo es su mirada sobre este barrio que conoció bien. En los fondos de los dibujos supo colocar piezas –torres, campanarios, fachadas lejanas- que dejan adivinar su perspectiva, es decir, el punto desde donde mira y de paso su mirada sensible para crear un paisaje urbano reconocible pero tocado de un halo de misterio.

Los casi quince años que a contar desde 1972 viví en un piso cuasi abuhardillado del barrio, tuve a Goñi presente cada día. Para ver la ciudad, tenía que subirme a una escalera. Desde el peldaño cimero abría de par en par las dos hojas de mi única ventana a la calle, me acodaba en ella y miraba y contaba tejas y tejados. Una noche de verano, abierta la ventana, me interrumpió el sueño un gato negro encaramado en ella. Cosas de Goñi, que murió hace ahora treinta años. En estos paseos diarios del confino siento a menudo su invisible compañía.

Los asuntos del "¡A Vivir!" de los domingos de la Cadena Ser me retuvieron en casa hasta casi las once. Valió la pena escuchar las averiguaciones de Jacinto Antón sobre dos militares tan ilustres como Montgomery y Rommel, y dejarlos retratados como si hubiera tratado personalmente con ellos. Y sus valoraciones sobre la falta de inteligencia japonesa para atreverse a provocar la entrada de los Estados Unidos en guerra tras el bombardeo sorpresa de Pearl Harbor que por toda prenda se cobró el hundimiento de tres acorazados viejos, la vida de dos mil quinientos hombres y millar y medio de heridos.

Las conversaciones sobre los elementos de la pandemia, sus cifras de víctimas inocentes, llevan a guerras. Alguna medio olvidada como la de Afganistán, devorados sus últimos acontecimiento por el chorreo de datos de covid19. Un fotógrafo español que lleva diez años viviendo en Kabul ha contado a las ocho de la mañana que los talibanes le habían quemado entero su archivo gráfico de diez años, de negativos y de vídeos, y de pronto nada, Había sido testigo del ataque que esta semana destruyó casi entera la Maternidad de Kabul en plena actividad. Un auténtico horror. Mujeres muertas en mitad del parto. Una matrona de Médicos del Mundo

Los americanos perderán esta guerra, sentenció Ramón Lobo, que lleva dos meses confinado en el barrio, en este mismo, pero tiene el oído puesto en el resto del mundo. Le preocupa el sufrimiento que para las librerías del barrio suponen las leyes del confino. Pero en cuanto ha abierto Méndez en la calle Mayor, allí ha ido en busca de género. Ha contado que se ha puesto a leer los Episodios Nacionales de Galdós, no para y piensa devorar las cinco series. Millás ha pintado un retrato muy preciso de la señora Ayuso. Un esperpento.

Por tanto, un paseo a contra reloj. La observación de pájaros, identificación de cantos, revista del arbolado, comprobación de que del Gure Etxea no queda más rastro que el escudo de piedra del Señorío de Guipúzcoa, “Fidelissima Bardulia nunquam  superata”.  En internet daban esta mañana al Gure Etxea por vivo y coleando. Ojalá. Y ojalá que no hubiera cerrado nunca Casa Aroca, en Puerta de Moros, la esquina de Don Pedro, frente al palacio del Infantado, que será dentro de poco el Museo Mahou y ya veremos cómo se soluciona la intervención, porque el palacio, de discreto tamaño, no va a admitir juegos de magia, O sí.

Quise confirmar en López Silva que Navarro abría al fin su asador de pollos. Se venden por la ventanilla que da a la calle. No se puede meter la nariz para oler el guiso. En Casa Álvarez, casi enfrente, venden para llevar –teicagüey- cocido en puchero de barro. Y un menú de cinco y cinco, primeros y segundos. O sea, lentejas viudas y albóndigas de ternera. Álvarez fue en su día fábrica de patatas fritas. Luego, una cuantas cosas más. Las mejores ampliaciones de fotos del Mercado de la Cebada están colgadas en una pared, junto a otras de la Peña Cascorro 1956 y un recuadro cariñoso dedicado al difunto Isacio Calleja, el futbolista abogado del Atleti. El Atleti de Madrid. El bar no ha abierto todavía

La furgoneta de Aceitunas Jiménez esperaba cargar para repartir. Una caja de botes de verdes y negras de Campo Real. En la fachada curva que en la plaza Cascorro con Vara de Rey he descubierto en altura inalcanzable de pared la plaza de bronce que rinde homenaje a Antonio Zozaya, el librepensador, traductor de Kant y Leibnitz al castellano, periodista de combate, del sector revolucionario de la Institución Libre de Enseñanza, abogado de los desfavorecidos. Un personaje: cautivo de los campos de refugiados franceses tras el 39, hizo fortuna en el exilio mexicano, donde murió. La placa es prácticamente invisible .La plaza llevó su nombre. Se lo quitaron el año 39.Tendrían que restituirlo.

Y Eloy Gonzalo en su pedestal. El héroe de Cascorro. Un kamikaze castizo. La imagen de la cabecera del Rastro.

Última actualización en Domingo, 17 de Mayo de 2020 22:57