Prendido y apaleado por un encastado toro de Fuente Ymbro. Percance que pudo ser muy serio
Víctor Hernández se reafirma como un torero exquisito
Corrida dispar de Fuente Ymbro con dos toros de muy mala nota
Madrid, domingo, 6 octubre 2024. (COLPISA, Barquerito).- 6ª y última de la feria de Otoño. No hay billetes. 23.624 almas. Templado, bueno. Dos horas y cuarto de función.
Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo)
Paco Ureña, aplausos tras aviso, ovación y silencio en el que mató por percance de Roca Rey. Roca Rey, cogido y herido de gravedad por el segundo, oreja tras dos avisos. Víctor Hernández, oreja tras aviso y saludos.
Roca Rey, fue intervenido en la enfermería de la plaza de una cornada en la cara posterior del muslo derecho de dos trayectorias, una de 15 cms que contusiona el nervio ciático y otra de 15 con destrozos en el glúteo.
Agustín Collado picó con gran acierto al quinto y fue muy ovacionado.
MUY ARMADA Y astifina, de hechuras dispares, la corrida de Fuente Ymbro trajo un encastado segundo toro de particular elasticidad que descolgó a las primeras de cambio. Al rematar el recibo, Roca dibujó una media notable. En su quite, tras un segundo puyazo bien peleado, Víctor Hernández quitó por gaoneras, tres, de llamativa calma. Pronto en banderillas, el toro, el mejor y más franco de los seis, se había dejado ya ver y Roca brindó al público. La plaza, hasta la bandera. La inmensa mayoría, a favor de obra. Roca abrió entre rayas de rodillas -el segundo muletazo de tanda, cambiado por la espalda, del repertorio propio e ineludible-, corrió templado la mano y se ajustó. Por el pitón derecho, el que más claro parecía. Al tercio enseguida en tres tandas ajustadas pero irregulares. Algún tirón forzado, algún toque de más también. El toro lo pedía de otra manera. Muletazos sin vuelo.
Entraron en acción las voces censoras, los que habían visto el fondo del toro. En ambiente de discordia, Roca se cambió de mano. Por la izquierda no tenía el toro el mismo son, se torció la faena, subieron de grado las censuras y, cuando más divididos estaban los ecos, al rematar en los medios una parecía que última tanda en redondo, Roca abrió un hueco exagerado en un cite para el remate de pecho y el toro lo prendió de mala manera, hizo presa con él por la chaquetilla, lo tuvo colgado del pitón mientras los zarandeaba fiero y solo al reclamo de capotes al quite lo soltó.
Herido en el muslo, sin apenas recobrarse de la paliza, Roca se puso en pie y volvió a la cara del toro. Para entonces la discordia se había encarnizado. Los que estaban con el torero se encendieron contra los censores. Un pinchazo, una estocada delantera y un descabello. Sonó el segundo aviso cuando rodó el toro, hubo petición probablemente mayoritaria y el palco concedió la oreja debida. Ahora los censores se volvieron contra el palco con los “¡fuera, fuera!” de rigor. Roca recogió la oreja sin blandirla, desistió de dar con ella la vuelta, iba cojeando, entró al callejón por el portón de arrastre y fue por su pie hasta la enfermería. Y ya no salió. Cornada grave. Pudo haber sido mucho peor.
El argumento de la película era, naturalmente, Roca. Roca y su cuenta pendiente con las Ventas. El toro que lo hirió pareció que ni pintado para la reconciliación. El que completaba lote, que se jugó de sexto, más ofensivo que los demás, hizo pasar siete veces en banderillas y, violento, no dejo de mandar recados. Solo le cupo a Paco Ureña abreviar. Para entonces había cambiado el signo de la corrida de Fuente Ymbro. El primero, un formidable toro de 620 kilos, monumental, una hermosura, trapío insuperable, armónica armadura, muy pegado en el caballo, aplomado, tuvo embestidas cadenciosas por la mano izquierda pero tomó engaño sin entrega, sin resistirse tampoco. Ureña cobró sueltos muletazos buenos.
Fueron complicados, nada sencillos, los cuatro toros en juego con Roca ya en la cama de operaciones. Un tercero chico y veleto, la cara alta y la escopeta cargada, que no paró de escarbar; un cuarto descarado que tuvo, como el primero, buen son por la mano izquierda pero en viajes más ligeros, y con el que Ureña volvió a dibujar media docena de muletazos sueltos soberbios; y dos prendas más, el avieso sexto y un quinto gazapón y agresivo, que estuvo a punto de volarle a Víctor Hernández la cabeza y le levantó los pies en muestra de sentido. Y el bronco y geniudo sexto.
Lo que pasó fue que Víctor Hernández -quietud serena en todas las bazas, seguridad sorprendente en torero recién llegado- toreó más que bien al díscolo tercero. Despacioso toreo de compás, firmeza no forzada, soltura. Una faena bien pensada, dicha y ligada, de compostura natural. Inteligente torería. Dominio de la escena cuando todavía flotaba la imagen de la cornada de Roca y estaba encogido el ambiente. Tranquilidad para superar una cogida -se le vino el toro encima cuando montaba la muleta- y, en el remate de faena, una tanda de genuinas bernadinas, impecable la manera de vencerse sobre el toro y, a pesar de las escarbaduras en la igualada, una estocada. Una oreja de verdad. La resolución sin aspavientos con que resolvió los muchos problemas del segundo de lote -que le pegó un pitonazo en la cara en testarazo terrible y se le coló artero- fue más que notable. Candidato claro a torero del relevo.