Cuarto de una corrida más dispar de lo habitual
Un palco generoso abre la espita de las orejas
A hombros un Talavante acelerado, un entregado Roca Rey y un exquisito Pablo Aguado
Salamanca, viernes, 20 septiembre 2024. (COLPISA, Barquerito)
Salamanca. 4ª de feria. Casi lleno. 10.000 almas. Lleno. Soleado, templado. Dos horas y veinticinco minutos de función.
Seis toros de Garcigrande (Justo Hernández). El cuarto, Querido, número 2, premiado con la vuelta al ruedo.
Talavante, ovación y dos orejas. Roca Rey, ovación y dos orejas. Pablo Aguado, oreja y oreja. Los tres, a hombros.
FRÍO, POBRE de trapío, encelado en el caballo, nobleza pajuna, muy poca fuerza, el primero de los seis toros de Garcigrande fue babosa sin misterio. Talavante no se divirtió ni aburrió con él. Un trasteo convencional en un solo terreno. Fue corrida relativamente pareja y de pintas dispares: tres negros -uno de ellos, chorreado en morcillo-, jugados de pares y tres castaños, los nones. Corrida en tipo.
De la elasticidad que siempre se espera en una de Garcigrande hubo una ligera muestra en la briosa pero engañosa salida del segundo, que se cambió con un mínimo picotazo y pudo haberse jugado sin caballos. Roca Rey lo tuvo en pie. Luego, el toro pareció estar esperando órdenes. Enganchado por el hocico fue y vino sin duelo, dejó a Roca columpiarse entre pitones en péndulos y se prestó dócil al juego de los circulares invertidos, tenidos siempre por un alarde. Cumplido el primer tercio de festejo se tuvo la sensación de que no estaba pasando nada.
Cambió el decorado al asomar un tercero albardado, más toro y más plaza que los dos anteriores. Otra manera de embestir, más en serio. Pablo Aguado se dejó sentir en el recibo con verónicas. Un manojito de desigual factura pero con el aire propio del toreo de alta escuela, y su calma natural. El toro protestó en el caballo, quiso soltarse, y se soltó, pero Aguado se empeñó en quitar por delantales de lindo corte. Persiguiendo al toro, buscándolo y encontrándolo. La apertura de faena, toreo cambiado y natural bien cosido, fue primorosa.
El primor, la nota de conjunto de un profuso trasteo, que, sin terminar de estallar, estuvo salpicado de gracia y torería. La mano buena del toro, la izquierda. No se prodigó por ella el torero sevillano, que cerró con toreo frontal y una buena estocada al encuentro. Una oreja, la primera de las seis que iba a repartir el palco en un derroche. Dos del cuarto, dos del quinto y una más para el propio Aguado, que abrió faena del sexto con una tanda magistral de doblones y volvió a cerrar con una letal estocada canónica. Ese sexto, encajado en el peto de picar, cobró un larguísimo puyazo que domaría su punto de toro incierto. No permitió a Aguado repetir con el capote, esperó, arreó o vino cortando en banderillas y, antes de someterse a las dobladas, había hecho cosas de reparado.
Lo que no podía faltar en una de Garcigrande en Salamanca era un toro por todo sobresaliente: por su impecable remate -engatilladito, bello- y por su condición: codicia inagotable, fijeza, prontitud, mayúscula elasticidad. Nada de particular en el caballo, estilo de bravo en la lidia en banderillas y, luego, el milagro de su regularidad. Un diez. Una faena de Talavante con el sello de la habilidad y la buena colocación y el pero de su exceso de velocidad, deprisa deprisa, de su desigual ajuste y, en fin, de su rácano empeño con la mano izquierda, que es su fama y solo apareció a última hora cuando empezó a fantasearse con un posible indulto de petición minoritaria. Talavante hizo cuanto pudo por provocarlo, pero el palco se enrocó. En compensación, dos orejas de premio. La segunda, regalo de la casa. Regalo de la casa también en el quinto la segunda para Roca Rey que premió una faena de indiscutible tesón. Un toro rajado, en fuga, que, sin embargo, metía a modo la cara y consintió unos cuantos cambiados por la espalda, infalible resorte, y hasta una tanda de rizos al modo de Daniel Luque pegada a las tablas. Y una estocada de ley.