Talento y autoridad del torero de Gerena con el toro más difícil de lo que va de San Fermín
Corrida muy desigual y de pobre condición de Domingo Hernández
Pasajes primorosos de Juan Ortega, que debutaba en Pamplona
Discreto papel de Talavante
Pamplona, jueves, 11 julio de 2024 (COLPISA, Barquerito)
Pamplona. 7ª de Sn Fermín. Lleno. 19.720 almas. Ventoso, soleado. Dos horas y cinco minutos de función.
Seis toros de Domingo Hernández (Concha Hernández Escolar).
Talavante, silencio y saludos. Daniel Luque, saludos tras aviso en los dos. Juan Ortega, silencio y ovación.
VENÍA EMBALADO San Fermín -abundancia de toros monumentales, cinco corridas de interés- y de pronto un pinchazo inesperado. Una corrida cuatreña demasiado desigual de hechuras de Domingo Hernández. No hubo ni dos toros parecidos. Ninguno que llegara a emplearse o a romper en serio, pues el cuarto, con diferencia el de mejor aire de los seis, pronto y codicioso, resentido de los cuartos traseros, perdió las manos más de la cuenta. El quinto, cornalón y veleto, fue el toro más complicado de lo que va de feria: por su genio agresivo y revoltoso, por su sentido también.
Por su desigualdad justamente, no debió de ser sencillo enlotar la corrida. El beneficiado fue, en todo caso, Talavante, porque, además del brioso aunque feble cuarto, se llevó del sorteo el toro más simplón y sencillo de todos, un colorado con muchas carnes que no llegó a descolgar pero fue y vino. De toros de esa condición decía Juan Pedro Domecq que eran “toros medios”, que suelen entrar de relleno en cualquier corrida. Y “medios”, más o menos, y más menos que más, fueron los tres restantes: el segundo, de muy poquita vida, flojito, del que Luque sacó partido a base de recursos y un pulso perfecto; y los dos de Juan Ortega, un tercero que reculó y se frenó pero sin llegar a defenderse y un sexto de mercurial carácter que arreó de partida y punteó mucho engaño.
La faena de Luque al difícil quinto fue la mayor intensidad y mejores logros. Las embestidas topando y los gaitazos y derrotes del toro, que se metió por detrás en casi todas las bazas, parecieron estimular a Daniel, una de cuyas virtudes relevantes como torero es justamente su capacidad para superar carreras de obstáculos, y esta lo fue. No importó que el toro metiera la cara entre las manos amenazadoramente cuando apenas iniciado el trasteo pareció a punto de someterse o rendirse. La porfía de Luque, la muleta por delante, ni un tirón, compuesta la figura en los momentos de cuerpo a cuerpo, fue de una autoridad muy notable. Como fue toro cornalón, los méritos se doblaron. Antes de la igualada, un péndulo en prueba de arrogancia y un desplante antológico, desafiante. El desplante auténtico de fondo, no un adorno convencional. Un pinchazo, una estocada y un descabello.
Lo sacaron a saludar al tercio, que en Pamplona no es poco premio porque, después de arrastrado un toro, si no hay orejas, no suele haber nada. Daniel vino a Pamplona con ganas, como si sintiera que ahora empieza otra temporada distinta y con mucho en juego. Prueba de su ambición fue su rica faena primera, entorpecida por golpes de viento, de grave factura y sin demasiado eco, hasta que en el remate optó por una tanda de bernadinas o manoletinas -mezcla de las dos- que no se parecieron a las habituales. Por el ajuste y la ligazón. Se tiñó de sangre la taleguilla de un terno celeste y oro probablemente de estreno. Esa tanda final fue una sacudida y llamada de atención. Venido abajo, al toro le costó igualarse. La estocada hizo guardia y el palco no atendió la petición de oreja.
Por poder y cabeza, Luque. Por primor, Juan Ortega, que debutaba en Pamplona, firmó los muletazos de más cadencia de la tarde, hizo méritos sobrados para volver a San Fermín y fue capaz de llamar la atención de todos, del sol también, cuando dibujó en sus dos turnos toreo de particular calidad, de trazo distinguido y diferente, el encaje perfecto, sueltos los brazos. Seguro con los dos toros aunque no redondeara faena porque el sexto, protestando, lo desarmó dos veces y el tercero fue toro afligido en cuanto se pudo plantar en tablas.
La apertura de faena de Talavante con el cuarto -de rodillas en el platillo, de largo, una tanda gateando- fue impropia y la acusó el toro a lo largo de una faena algo caótica con apenas una tanda lograda con la mano izquierda, un puñadito de muletazos sueltos y hasta una arrucina mal lograda. Una estocada precipitada al encuentro soltando el engaño. Al primero de corrida se le pasó muy despegado y sin darle importancia. La corrida de Domingo Hernández batió la marca de velocidad en la carrera del encierro. Siquiera eso.
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Cuaderno de Bitácora.- El porte de los árboles de Pamplona es singular. No solo los tilos, que serán seguramente la especie más abundante en el callejero. Los comparas con los de la avenida de Loyola en Azpeitia, o los del paseo de Zumalacárregui y la avenida de Tolosa en San Sebastián, o los de la Gran Vía de Bilbao, y sale ganando Pamplona. Aquí se echan raíces potentes. Los árboles y los que no lo somos.
Una de las muchas gracias de la plaza de toros de Pamplona es el arbolado de su entorno, formado, si no me equivoco, exclusivamente por plátanos de sombra. El panel que a la entrada de la Media Luna detalla las especies plantadas en el parque llama plataneros a los plátanos de sombra. Los plátanos -plátanos sin más- son la especie predilecta de las ramblas de las ciudades catalanas -Barcelona, Figueras- pero están siempre en peligro- Los que rodean por tres de sus límites la plaza de Pamplona están visiblemente cuidados y vacunados. Y, luego, si estás dentro de la plaza, sentado a toros, maravilla contemplar las copas que asoman por encima de los tejadillos de las andanadas. Único.