Pero solo un noble primero, de rico son, da claro juego
Muy ofensivos, con tendencia a soltarse, los otros cinco ponen en aprietos a la terna
Resentido de su lesión en el codo, Isaac Fonseca se retira después de pinchar el único toro que pudo lidiar
Pamplona, lunes, 8 julio 2024. (COLPISA, Barquerito)
Pamplona. 4ª de San Fermín. Lleno. 19.500 almas. Calor sofocante. Dos horas y diez minutos de función.
Seis toros de Cebada Gago.
Juan Leal, silencio en los dos de su lote y en el que mató por lesión de Fonseca. Román, oreja y silencio tras aviso. Isaac Fonseca, silencio. Resentido de una luxación en el codo derecho, pasó a la enfermería tras cobrar media estocada con el tercero. Juan Leal acabó con el toro después de sonar un aviso.
Isaac Fonseca se resintió de su luxación en el codo derecho al entrar a matar al tercero. El diestro mexicano pinchó en el primer intento, quedando el brazo totalmente inmóvil. Pasó a la enfermería, donde se decidió trasladarlo al Hospital, tras inmovilizarlo, para realizar las pruebas pertinentes. El cirujano jefe de la plaza de toros de Pamplona, Ángel Hidalgo, aseguró que el proceso de inmovilización durará entre tres y cuatro semanas. El mexicano sufrió un percance en la localidad peruana de Cutervo, el domingo, 30 de junio, que le causó la lesión del codo e hizo un esfuerzo para poder cumplir su compromiso de hoy lunes en Pamplona, aunque sin estar recuperado completamente, utilizando un vendaje ortopédico. Se sometió a intensas y dolorosas sesiones de rehabilitación.
LOS TRES TOROS más ofensivos de la corrida de Cebada Gago se abrieron en lotes distintos y se jugaron en la segunda parte. Variada de pintas y hechuras, la corrida toda fue de soberbio escaparate, pero los tres últimos llamaron la atención. El cuarto, por particularmente descarado, más que ningún otro; el quinto, de armadura más armónica, por su cuajo; y el sexto por unas cuantas cosas a la vez: ligeramente ensillado, larguísimo, casi 600 kilos y ni un gramo de grasa., fue un espléndido toro, que salió además con muchos pies. El tremendo cuarto había galopado de salida como si estuviera corriendo un segundo encierro casi dos horas después del primero, pero la punta de velocidad del sexto superó de partida todos los registros.
Puesta en el escaparate, bien pudo ser la más bella de las corridas de Cebada Gago jugadas en Pamplona en la última década. Tan astifina como siempre, pero más aparatosa de lo habitual. Un promedio en báscula de 555 kilos, pero con un detalle relevante: dos toros, segundo y cuarto, apenas pasaron de los 500. El segundo, remangado y bajo de agujas, negro zaino, fue el toro más acorde con el tipo clásico de Cebada. No es que los cinco restantes no fueran legítimos cebadas, pero todos ellos rompieron los moldes. Primero y tercero, cárdenos muy claros y salpicados, moteado el uno y capirote en negro el otro, botineros los dos, fueron toros pellejudos. Nunca mejor traído el dicho de “para gustos, los colores”.
Antes de la pandemia, 2020, los encierros de Cebada Gago fueron leyenda por lo accidentados y peligrosos. Una leyenda de encierro no es en Pamplona cualquier cosa. Después de los dos sanfermines en blanco, el signo de los encierros de Cebada ha cambiado de manera radical. De momento, y van solo dos, el más rápido, y eso que la manada se partió y dejo dos toros rezagados en la siempre temida curva de Mercaderes. Ningún corredor corneado -apenas un pitonazo-, aunque sí cinco o seis traumatismos de pronóstico reservado.
Por la mañana tocó correr. Por la tarde, embestir, y eso fue otro cantar. Lo hizo con nobleza y bastante buen son el primero, el de mejor trato de los seis. Lidiado a la defensiva y sin criterio, el segundo, que metió la cara en los doblones de apertura de faena de Román, se soltó incorregiblemente a querencia, la que media entre el portón de corrales y la puerta de toriles, tan frecuente en los toros que han corrido el encierro. El tercero, demasiado montado, picado muy trasero, las manos por delante, la cara por las nubes, midió por encima de los engaños pero sin ser un toro de segundas intenciones.
El cuarto, rebrincado y claudicante, fue mucho menos fiero de lo pintado y hasta consintió a Juan Leal desplantes frontales a cuerpo gentil y casi metido entre pitones. El quinto tuvo fijeza en los engaños, que no todos. Y el sexto, castigado con muchos tirones, se vio poco y mal. La corrida se jugó en medio de un incesante ruido infernal. Una tarde babélica en los tendidos de sol, donde solo durante la faena de muleta del segundo llegaron a entonarse las dos únicas piezas que sobreviven del repertorio clásico: El Rey, ranchera obligada, y la inmortal Chica Yeyé. Los intentos de armar la Marcha Radetzky en el sexto toro no llegaron a cuajar. Ni la tarde de San Fermín ni esta tarde tampoco, El ruido distrae a la fieras. A los toros de lidia, por ejemplo.
La terna no anduvo fina. Isaac Fonseca, convaleciente de una luxación de codo, compareció pero sin la confianza debida, y eso se dejó sentir. Tras cobrar un pinchazo hondo con el tercero, pareció inmovilizarse el brazo, y con él rígido tomó el camino de la enfermería. Juan Leal brindó al público los tres toros que tuvo que lidiar y matar. No es la primera ni la segunda ni la tercera vez que en su carrera ha vivido las mismas circunstancias, vérselas con tres toros, y matar un cuarto, y en corridas de no repartir caramelos. Fiel a su código propio, abundó con desigual fortuna en el toreo de rodillas, en las búsqueda de la distancia corta, en el toreo del revés como solución. Templadito y más acoplado con el primero, no siempre resuelto con los otros dos, teatral, muy desafortunado con la espada y con el verduguillo, pasó sin dejar poso, Román, atolondrado con el toro aquerenciado en sol y huido, cobró una estocada casi fulminante que se premió con una oreja gentil. Al quinto le pegó un sinfín de pases en tandas cortas y sueltas que nunca cobraron vuelo y lo atravesó la espada. Fue la tarde de los descabellos: veinte. Una pasada.
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Cuaderno de Bitácora.- En la calle de San Miguel, Burlada oeste, tiene su galería de venta Juan Bautista Ilundain, pintor de paisajes y bodegones. Unos cuantos en el escaparate, identificados los lugares pintados con una sencilla etiqueta. Los bodegones o naturalezas muertas hablan solos: granadas. limones.... Entre los paisajes hay uno distinto a los demás. "Noche de verano en Burlada". Luna menguante, muy menguante, y un cielo azul marino que presta al paisaje una extraña fuerza. El caserío pertenece al barrio de San Juan y me ha parecido identificar la casa de labranza que mejor ha sido rehabilitada. Los colores de los paisajes son tenues en general. Tranquilos paisajes de otoño y primavera, Pero está a la venta un conjunto de cuatro de medidas idénticas con alegoría de las cuatro estaciones. No conozco Burlada en invierno y me cuesta imaginar La Nogalera o el Parque municipal sin sus radiantes verdes de verano- O pensar en el Arga helado. En el mostrador de la galería de Ilundain se conservan algunas antigüedades: una gramola años 20,.por ejemplo. Tal vez discos de pizarra.