Cortó las dos orejas de un notable toro de La Palmosilla que le hirió al volcarse en una estocada letal
Diego Urdiales inaugura la Feria del Toro con una faena virtuosa y exquisita
Fernando Adrián cumple en su debut en sanfermines
Pamplona, domingo, 7 julio de 2024. (COLPISA, Barquerito)
Pamplona. 3ª de la Feria del Toro. No hay billetes. 19.721 almas. Veraniego, templado. Dos horas y cuarto de función.
Seis toros de La Palmosilla (Javier Núñez)
Diego Urdiales, silencio tras dos avisos y silencio. Fernando Adrián, silencio y una oreja. Borja Jiménez, silencio tras aviso y dos orejas. Herido al entrar a matar por segunda vez, tras un pinchazo, al sexto toro fue operado en la enfermería de la plaza. Cornada grave que le atravesó el muslo derecho.
Parte médico "El diestro Borja Jiménez ha sido asistido en esta enfermería de esta plaza de una herida por asta de toro en el muslo derecho con lesión penetrante en Triángulo de Scarpa, que diseca la arteria femoral y penetra de forma transversal hasta parte externa de muslo. Pronóstico grave. Es trasladado posteriormente al Hospital Universitario de Navarra. Firmado: Doctor Miguel Ángel Hidalgo".
EL SEXTO TORO DE La Palmosilla, 630 kilos, amplia, larga y seria traza, notable condición también, prendió a Borja Jiménez por el muslo derecho cuando cobraba una estocada letal. De la reunión salió Borja volteado y derribado. Con la espada atacó ciegamente tras un primer intento fallido. Un pinchazo arriba. Sin que mediara entre los dos intentos ni una mínima pausa, ni un toque de muleta. Nada, en crudo. Tal era el arrebato del torero de Espartinas dispuesto a cortarle las orejas al toro. Al precio que fuera, pagando con una cornada. Ya herido de muerte, el toro lo tuvo casi entre las manos. Un quite de varias manos evitó mayor quebranto. Con la huella en la taleguilla de la cornada, el rostro ensangrentado, Borja se tuvo en pie frente al toro hasta el momento de verlo doblar.
Dos orejas bien caras, ganadas a ley, como recompensa para una faena sobresaliente por su intensidad y entrega, que prendió en la gente desde el primer muletazo: sin pruebas, Borja abrió de rodillas y de largo en los medios, y ligó una tanda de seis ligados y bien tirados, abrochados con el pase del desdén y el de pecho. La faena rompió entonces y enseguida. Se acalló de golpe el ruido informe que tuvo tomado el ambiente desde el paseíllo. Esa sola tanda de hinojos convirtió el ruido en un coro de olés que fueron subrayando cada uno de los muletazos de dos copiosas tandas con la diestra abiertas con cites en distancia, ligadas y rematadas con el de pecho.
Estaba por verse la mano izquierda del toro, y por ella se acopló Borja ajustado en una primera tanda de mano baja y cadencioso dibujo, y todavía más en una segunda por alto a pies juntos, que fue la rareza de la faena, su giro imprevisto. Ese golpe de sorpresa bien pudo haber sido el colofón y la tanda previa a la igualada. El broche justo. Pero estaba desatado el torero y, aunque el toro había empezado a pedir la cuenta y hasta avisar con irse a las tablas, Borja se empeñó en una tanda más de muletazos en rizo sin rectificar, más trabajosos y menos logrados que todos los previos, y buscó terco el desplante de rodillas, la gota temeraria que colmara el vaso de las emociones. Desplante inerme y frontal, en la contraquerencia del toro. Luego fue el pinchazo, el toro en tablas, y la estocada. Y la cornada, que fue en este caso una medalla.
Esta faena de tanta pasión como claras ideas no fue la única de méritos mayores. En otra sintonía, sobre el canon de la pureza y la composición clasicistas, la profusa faena de Diego Urdiales al formidable toro cinqueño que partió plaza fue un dechado de perfección. El toro de Pamplona por antonomasia: cinco años, cuajo insuperable, toda la seriedad del mundo. Y su categoría también. No fue sencillo adivinar cómo iba a ser su fondo ni su estilo, porque, acusando el resabio del final de la carrera matinal del encierro, el toro no hizo en los dos primeros tercios más que huirse con aire engañoso de escamado.
Pero Diego había visto el toro antes que nadie y para general sorpresa lo brindó, se lo sacó a los medios en una bella apertura de toreo caminado y estuvo enseguida estirado, puesto y encajado, y dueño del toro, con el que llegó a recrearse por las dos manos. La faena cogió a la inmensa mayoría fría, por decirlo de alguna manera. Pero era el reencuentro de peñas y no peñas con la plaza al cabo de un año y lo que estaba pasando en el ruedo pareció importar lo justo. Hasta que entró gente de sombra en razón. La faena tuvo entonces el debido reconocimiento, pero no remate con la espada. Un pinchazo sin soltar, una estocada contraria, siete golpes con el verduguillo. Al séptimo sonó un segundo aviso.
Dos de los toros de La Palmosilla fueron de muy pobre nota. Un tercero montado y estrecho, de feas hechuras, gazapón y pegajoso, sin la menor entrega, y un cuarto playero, larguísimo, que se quitó el palo y ni tuvo ni fuerza ni ganas. A ese cuarto lo tumbó Urdiales de una estocada extraordinaria. Borja insistió con el tercero sin mayor fortuna.
El lote de Fernando Adrián, que se estrenaba en Pamplona, fue por eso el más equilibrado, pero sin que ninguno de sus dos toros llegara ni de lejos a las calidades de primero y sexto. Pronto y claro de partida, el segundo fue toro a menos aunque a muleta arrastrada descolgara por la mano izquierda, pero acabó saliéndose distraído de las suertes. El quinto, el más ofensivo de los seis, también descolgó por la mano izquierda y fue en conjunto toro manejable. Por esa mano izquierda cobró Adrián sus mejores muletazos pero en una faena tan entregada como falta de hilván, salpicada por concesiones a la galería, es decir, el toreo cambiado por la espalda, que no motivó a las peñas. La estocada fue excelente y tuvo premio. A la primera faena le faltó gobierno del toro, que pareció ajeno y a su aire.
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Cuaderno de Bitácora.- Más gente que nunca en Pamplona. No solo en el Casco Viejo, por donde estuve callejeando la tarde del jueves pasado, mientras terminaba el montaje de los tinglados que deforman la Plaza del Castillo hasta hacerla irreconocible. En la calle Estafeta