TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Madrid. Crónica de Barquerito.

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Escribano, fiel a su código, se hace querer


Su versión sedicente de la larga a porta gayola, seis pares de banderillas y dos faenas de firmeza y recursos técnicos


Corrida frágil de Adolfo Martín con dos toros tan descarados como nobles

 

Madrid, 6 jun. (COLPISA, Barquerito)

Las Ventas. 24ª de feria. 21.168 almas. Muy caluroso. Una tormenta de verano con chaparrón durante la lidia del quinto. Dos horas y cinco minutos de función.

Seis toros de Adolfo Martín.

Antonio Ferrera, silencio y saludos tras aviso. Manuel Escribano, ovación y vuelta. José Garrido, silencio y aplausos.

Dos pares de mérito de Ángel Otero al cuarto.

LA CORRIDA DE Adolfo Martín, tercera de las tres encadenadas de sangre Albaserrada del programa de San Isidro, fue la de menos poder de las tres.

El toro que partió plaza perdió las manos en cuanto Ferrera hizo intención de bajársela y amagó con derrumbarse después de dos muletazos de pitón a pitón en busca de la igualada. Ferrera tuvo la feliz idea de abreviar. Fiel a su código de conducta de todas las tardes, sea la plaza que sea, Escribano se plantó de rodillas en el tercio para recibir al segundo, que salió distraído, lo desarmó cuando lo tuvo a la vista y lo persiguió. La corrida toda fue de pobre nota en el caballo y este segundo, además, calamocheó contra el peto protestando. El código Escribano incluye tres pares de banderillas dejándose ver, y así fue. Un primero de dentro afuera, no hizo apenas el toro por él, y dos cuarteos, uno por cada pitón, bien reunidos, certeros, de llamativas facultades. Apagado y frenado, mirón, la antena puesta a medio viaje y antes de revolverse, fue toro ingrato. Con su catálogo de recursos técnicos, imprescindibles en esta ocasión, Escribano resolvió la papeleta con autoridad segura. Una estocada sin puntilla.

El tercero hizo lo que ningún otro galopar. Señal en falso. Puesto por delante, violento, probón y listo, no consintió a José Garrido ni media broma. La condición de esa clase de toros se definía no hace tanto con una frase hecha muy certera: saber lo que se deja detrás. Y este tercero lo supo nada más empezar el baile. Toro para machetear sin más, pero igual que la frase hecha ha dejado de estilarse, el macheteo parece enterrado en el baúl de los recuerdos. Una entera desprendida soltando el engaño y tres descabellos. No solo se había revuelto el toro. También las nubes, que amenazaban tormenta. Eran las ocho en punto cuando se arrastró el tercero. Lo nunca visto en lo que va de feria. Empezó a chispear cuando asomó el cuarto, uno de los dos toros más armados del envío. Corto y bajo de agujas, flojeó en varas y rodó en costalada cuando Ferrera remató una primera tanda muy resuelta y bien tirada. No llegó a tomar cuerpo el coro de “¡Toros, toros!” de tantas otras tardes y Ferrera decidió navegar hasta donde se pudiera. Ni los golpes del viento de tormenta le restaron ánimos. Al desmayo cobró una tanda en redondo de mano baja, y luego otra, y manteniendo el toro en el alambre. Lo que tuvo de frágil el toro, lo tuvo también de noble. Con los tendidos despoblados llevaron la voz cantante dos gradas y andanadas del sol, que jalearon el trasteo de Ferrera como un acontecimiento. Después de un aviso antes de la igualada, dos pinchazos, estocada y tres descabellos lo sacaron al tercio a saludar. Los mismos jaleadores fueron protagonistas todavía más sonoros en la lidia del quinto, de envergadura descomunal -cornipaso y vuelto-, vivida en medio de un chaparrón de cinco implacables minutos. Truenos, relámpagos, una cortina de agua. Muy castigado en un primer puyazo, este quinto toro tuvo tanta nobleza como el cuarto pero bastante más poder. Fiel al guion, Escribano lo esperó frente a la puerta de toriles, prendió tres pares espectaculares y abrió faena a toda trompeta: el cambiado por la espalda en los medios, cosido con un molinete y dos de pecho, uno por cada mano. El eco en las gradas festeras fue inmediato y, además, constante. Empapado en la muleta -gran detalle técnico- el toro se tuvo en pie y, encelado, repitió. Por la mano izquierda sobrevino por sorpresa una cogida muy aparatosa. Se quedó debajo el toro, la voltereta y la caída fueron alarmantes y Escribano salió ileso no se sabe cómo. Lo que faltaba para que en las gradas cubiertas se desatara un furor de júbilo, Una tanda última, la más lograda, y una estocada desprendida. Con los tendidos vacíos, el palco no atendió la petición de oreja.

El sexto, un buen mozo, de línea muy distinta a los cinco previos, muy alto, fue el más entero de la corrida. Garrido lo toreó bien de capa y se fajó con él en faena compuesta, segura y medida. Templada y ajustada por la mano derecha. No tan segura por la otra. Y una estocada en los blandos.

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Cuaderno de Bitácora.- La razón de la armonía del triángulo capital del Madrid de los Austrias -el entorno palaciego tendido entre la Plaza Mayor y el viaducto- no son tanto los palacios o las iglesias como las casas de vecinos ante las que nunca se detienen las manadas de turistas que siguen al pastor que las guía arrastrando muchas veces los pies.

Los palacios son muy desiguales. El del Conde de Miranda, el menos interesante. El Arzobispal, el más severo, pero el de obligada referencia. El del Duque de Uceda, que fue sede de los consejos en el XVII, el más equilibrado en traza y volúmenes.

¿Iglesias? La basílica de San Miguel, con su fachada barroca italianizante, la estelar. Los sábados hay boda de gente de alto copete. Todo un espectáculo. Hay muchos mirones. Es como ver el "Hola" en directo. La llegada de los novios por separado. Y la salida con el hilo musical de un órgano de sonoridad notable. La acústica, exquisita, es lo mejor del templo. La iglesia del Sacramento, destruida durante ka guerra del 36 por los bombardeos, es una reconstrucción, La de la Carboneras, monjas jerónimas, es de una sencillez conmovedora. Nombre oficial: iglesia del Corpus Christi.

Y los grandes bloques de vecinos. No solo los de la trasera oeste de la Plaza Mayor, seña de identidad de la ciudad, sino sobre todo, los dos de principios del XX que explican la armonía del barrio. En primer lugar, los de la media manzana ocupada entre la calle del Conde de Miranda, la plaza del CdMiranda y la calle del Codo. Solo tres plantas. Balcones alineados, En uno de ellos, flores. Antes, geranios. Ahora, gitanillas, prímulas y pensamientos. ¡Perfecto!

Y en segundo lugar, la serie de casas de cinco alturas de la media manzana formada por un lienzo de la Cava de San Miguel, casi entero el lienzo norte de la plaza del Conde de Barajas y un pedacito de Conde de Miranda. Todas las casas, firmadas por Valentin Roca Carbonell. Vale la pena mirarlas. Sin su geometría y sin sus miradores, la plaza provinciana del CdeBarajas no se entendería.

Última actualización en Jueves, 06 de Junio de 2024 21:42