Dos faenas a caballo de rara perfección pero sin remate con el rejón de muerte
Cayetano se despide de Madrid
Ginés Marín salva su crédito con el toro más armado de lo que va de feria
Madrid, domingo, 26 de mayo de 2024. (COLPISA, Barquerito).- Las Ventas. 15ª de feria. No hay billetes. 24.000 almas. Primaveral. Dos horas y veinticinco minutos de función. Dos toros -1º y 4º- de El Capea (familia Gutiérrez Lorenzo), despuntados para rejones, y en lidia ordinaria tres -2º, 3º y 5º- de Montalvo (Juan Ignacio Pérez-Tabernero) y un sobrero -6º-de José Vázquez. Diego Ventura, silencio y saludos. Cayetano, silencio y silencio tras dos avisos. Ginés Marín, ovación tras aviso y silencio.
Dos puyazos perfectos de Pedro Geniz. Buen trabajo de Joselito Rus y Antonio Chacón.
LA PARTE ECUESTRE corrió a cargo de varios protagonistas. Dos toros desmochadísimos de los Capea, extraordinario uno, muy noble el otro. Ocho caballos artistas, seis de ellos, lusitanos, y dos, luso-árabes, más ligeros, para parar y fijar de salida a los dos toros. Y el señor Diego Ventura, que cargó con el peso del cartel y la corrida, sin duda responsable de colgarse por enésima vez en San Isidro el cartel de No hay billetes.
No todo, pero casi todo lo hizo Ventura maravillosamente. Lo primero, torear a caballo. Es decir, medir y elegir los terrenos y los tiempos, entrar y salir de suertes con torería, ni un solo caballazo, no alardear si no había toro enfrente, detrás o delante, templar las embestidas todas y siempre, agilizar las transiciones obligadas por los cambios de montura, dotar de unidad a las dos faenas para hacerlas parecer obras acabadas y perfectas...
Y, luego, prodigarse en los aires y suertes que domina mejor que nadie: rodear de salida en el mismo platillo, ahormar embestidas con la grupa, galopar de costado con el toro encelado, llevarlo prendido en las crines de cola, reunirse al estribo cuando clavó cuarteando y, con riesgo mayor cuando lo hizo de frente y a pitón contrario. No hay caballo en la cuadra que no sea una estrella, pero tres de ellos se llevaron como tantas otras veces la palma: Nómada, Bronce y Lío. Tres caballos muy diferentes. Igual de valientes los tres.
Solo pasó que el toro extraordinario que partió plaza se resistió de bravo a doblar pese a llevar clavado el rejón de muerte en buen sitio. Y entonces cundió la impaciencia. Y pasó, además, que antes de acertar con la muerte en el cuarto toro, que no llegó a entregarse en la reunión última, pinchó dos veces. Lo que pudo haber sido una soberbia recompensa -tres orejas, no menos, salida a hombros, rendido clamor- se quedó esta vez en sendas salidas al tercio.
La otra parte de un festejo de doble filo fue muy diferente. Sobre todas las cosas, porque el segundo de los cuatro toros sorteados de Montalvo fue disparatadamente veleto y cornalón, el de más cara de cuanto va de feria. El techo lo habían marcado dos o tres toros de la corrida de El Torero del pasado miércoles. Este toro Zocatín superó el listón. No cabía en una muleta de tan pocas dimensiones como la que gasta Ginés Marín. Fue, como era de presumir, toro de mucha nobleza. Sin esa nota, lo probable es que no hubiera llegado a embarcarse. Justo de poder, picado al relance y solo lo indispensable, tuvo más fijeza que son, menos poder que cabeza. Marín lo brindó al público y estuvo con él resuelto, firme y entregado, templado y habilidoso para tener de pie al toro, más frágil de lo esperado. Aplomo seguro, final de péndulos entre pitones, airosos remates de pecho. Un pinchazo arriba, una estocada tendida y un descabello. No todos los méritos tuvieron el debido reconocimiento, sino que Ginés tuvo que hacer oídos sordos a palmas de tango de quienes no dejaron hasta última hora de protestar el toro por su falta de fuerzas.
El brindis de Cayetano al público del quinto toro pareció una despedida de Madrid. Era un rumor a voces. Despegado y prudente en su primer turno, quiso más en ese toro del cantado adiós, pero en faena de muchos enganchones. El toro, de pobre nota en el caballo, fue muy noble.
Ginés intentó lo imposible con un sobrero cinqueño, corraleado y huido, que se sacudía el engaño. Laboriosa faena, bien rematada con su segura espada.
========================================================
Cuaderno de Bitácora.- Los dos edificios mayores del Madrid de los Austrias son el Palacio Arzobispal y el mercado de la Cebada. No distan ni medio kilómetro el uno del otro. Pero no tienen nada que ver. Habría que medir bien sus dimensiones. Están plantados sobre superficies muy distintas. El mercado es un rectángulo perfecto. El palacio un caprichoso trapecio de tres fachadas. Si se contara por metros cúbicos, ganaría con ventaja el mercado, que tiene dos plantas -y un sótano de aparcamiento-. El cielo del mercado es llamativamente alto. Su cubierta, una especie de cúpulas bizantinas pintadas de distintos colores que no tienen más sentido que el ornamental.