Pese a contar con dos toros de buena condición, la corrida de El Pilar, justa de trapío y muy mal tratada en el caballo, desata las iras de una mayoría
Un quite magistral de Juan Ortega y muy poco más
Madrid, sábado, 7 de octubre de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Madrid. 5ª de la feria de Otoño. Estival, las banderas a plomo. 21.436 almas. Una hora y cincuenta y cinco minutos de función.
Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile).
Damián Castaño, que sustituyó a Daniel Luque, silencio en los dos . Juan Ortega, silencio en los dos.
Pablo Aguado, silencio en los dos.
LOS SEIS TOROS hicieron la salida propia de la ganadería de El Pilar: fríos, abantos, corretones. El primero de los seis, el más completo de todos, barbeó las tablas al galope y hasta hizo amago de saltar. El cuarto, despedido por Damián Castaño en larga cambiada de rodillas cobrada en tablas, corrió con mejor estilo que los demás. Todos, colorados, salvo ese negro cuarto de tan buen tranco y un castaño segundo recibido con el primero de los muchos coros de palmas de tango y su secuela del “¡Toros, toros,,,,!” con que iba a ser castigada casi toda la corrida restante.
Tras el arrastre del quinto, el palmeo se hizo fortísimo. Cuando asomó el sexto, estalló una bronca y sonó también el coro de miaus propios del caso. No contó que ese sexto fuera el que más en serio se empleó en el caballo y, de paso, el que más cobrara. El ambiente, de cara expectación porque Juan Ortega tiene en Madrid cartel particular y eminentes partidarios, se había desinflado tanto a mitad de corrida y después del arrastre del cuarto -pitado en el arrastre sin motivo-, que la lidia del quinto, en manos precisamente de Ortega, discurrió en medio de un general hastío traducido en un runrún de charlas. Ajena a la corrida, la mayoría parecía haberse ido de ella antes de tiempo.
El quinto toro, muy parado, enteco y flojo, provocó un hartazgo bien visible. Cuando Juan Ortega pretendió prolongar un trasteo deslucido -el toro punteaba en medias arrancadas sin aliento-, no le dejaron seguir. A Damián Castaño le habían pagado con la misma moneda su empeño por buscar con el buen cuarto una última o penúltima tanda de alivio después de haber abusado de torear sobre la inercia del toro y solo sobre ella.
A la provocadora falta de trapío de la corrida, demasiado justa para Madrid, se sumó un detalle capital: fue una tarde particularmente desafortunada de los picadores. De todos sin excepción. Por marrar -puyazos delanteros, traseros, caídos- o por exceso de castigo.
El tercero, uno de los dos cinqueños, toro de no mal aire, fue molido. Y el sexto también.
Y, sin embargo, embistió descolgado, con codicia y sedosa calidad, el primero de los seis, sacudido y ensillado, muy bien rematado, pura bonanza. Ese toro se llevó puesto un antológico quite de tres verónicas de Juan Ortega. Más despacio imposible. Con ese quite se acallaron de golpe las primeras protestas por la supuesta fragilidad del toro, que se picó corrido. Además del primero, contó en el haber del ganadero el cuarto, que exigió mejor trato y pulso de los recibidos. También el tercero, antes de venirse abajo, tuvo sus buenos apuntes en un excelente comienzo de Pablo Aguado, muy de su marca, de toreo posado y andado, que no tuvo continuidad, pero sí la gracia suelta de algún muletazo caligráfico que no ocultó una evidente falta de resolución y un exceso de encimismo. Juan Ortega quedó casi inédito. Rebrincado, agotado antes de darse, el segundo se apagó después de dos o tres trincherillas de las de cartel. Con el quinto, al borde de la quiebra, no hubo modo. Aguado abrevió con el sexto antes de que el ambiente de motín llegara a romperle los nervios. Damián Castaño, puesto ante una ocasión inesperada, pareció dispuesto a seguir anunciándose en los carteles de aliento. Con ellos se ha forjado.
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Postdata para los íntimos.- Este desdichado sábado primero de octubre con temperatura primaveral y una luz impropia: no tibia, sino radiante. Y, sin embargo.....