Noble, boyante y pastueño, del hierro de Olga Jiménez
Castella le corta las orejas por una faena de impecable ajuste
Manzanares, entonado con un toro
Rufo, sin suerte
Sábado, 16 de septiembre de 2023. Salamanca, 16 sep. (COLPISA, Barquerito). 4ª de feria. Nubes y claros, templado, fresco. 6.500 almas. Dos horas y veinte minutos de función.
Cuatro toros de García Jiménez y dos -4º y 5º- de Olga Jiménez. El cuarto, Caramelo, premiado con la vuelta en el arrastre.
Castella, aplausos y dos orejas tras aviso. Manzanares, una oreja y silencio. Tomás Rufo, que sustituyó a Morante, aplausos tras aviso y silencio tras aviso.
CON LA SOLA excepción de un sexto castaño gacho y brocho, de mayor volumen que los demás, la corrida de los dos hierros de la familia Matilla fue muy pareja. Cinco toros cortos de manos, rellenitos, terciados, de fuerzas menguadas y candorosa nobleza. Un primero emplazado de salida, de nervioso aire, que dejó de emplearse no sin haber avisado antes. Castella se aburrió con él, le anduvo distante y, a toro parado, se plantó en péndulos resueltos con meros topetazos inofensivos. Al salto, una estocada tendida y desprendida.
Hizo amago de huirse el segundo, muy corretón, y Manzanares lo fijó con lances de doma, unos cuantos. Pareció convenirle el toro, bien sangrado en un certero y notable puyazo de Paco María. Una faena entonada, al borde de la segunda raya, ni un metro más allá, que fue casi toda entera por la mano derecha. La única cata por la izquierda pecó de rácana. Cuatro, cinco tandas de distinto son, vibrantes las dos rehiladas, no tanto las de menor ajuste, y en todos los casos, remates de pecho de amplio trazo, sacados al hombro contrario, y no uno, sino dos, de sonoro efecto. En la suerte contraria, un espadazo delantero.
El tercero arrastró cuartos traseros cuando galopó de salida. Crecieron las protestas cuando claudicó en un solo puyazo de trámite y pareció descaderarse. Mal que bien se tuvo de pie, pero quiso más que pudo, y tampoco es que quisiera mucho. Perdió las manos cuando fue obligado y llegó a desplomarse en una panzada. A pesar de los pesares, Tomás Rufo, convocado como sustituto de Morante, se empeñó en trasteo maratoniano. Exceso de voces para reclamar al toro, un punto de violencia en el trato, una fea estocada en los blandos, tres golpes de verduguillo, un aviso.
Como siempre, el piso de La Glorieta parecía una alfombra. Ni huella del castigo de las lluvias. Mimada por una brigada bien uniformada de areneros, la arena rosada de Salamanca es singular. No caben excusas. En plena merendola saltó un cuarto toro de bella lámina. Bien rematados los cinco negros, pero este, más que ninguno, hizo bueno el dicho de que las hechuras retratan al toro que sea. Un dije. Se puso a galopar sin demora y Castella, ya despierto, se animó. Variaciones en el toreo de capa: chicuelinas ajustadas de giro rápido, una larga suntuosa, la altanera cosida con un par de solo apuntadas caleserinas -lances envueltos-, media verónica de rico trazo y la brionesa de remate.
Un mínimo picotazo cobró el toro, que estaba en banderillas entero, banderilleó en los medios José Chacón sin preparativos, Castella brindó con aire solemne y, aunque se tomó su tiempo para empezar, lo hizo bien, con toreo a pies juntos muy de su marca y acento, vertical y relajada la figura, sueltos los brazos, muletazos bajos por las dos manos en la suerte natural o la contraria. A todo quiso el toro con entrega y alegría. Y así hasta el final de una prolija faena, separada por pausas de refresco o aliento, marcada por el ajuste y la quietud, más que por el temple, no continua, resuelta en distintos terrenos pero una sola distancia, abrochada con una tanda de manoletinas frontales y coronada por una estocada trasera de ortodoxa ejecución.
No a borbotones, pero el toro estuvo vivito hasta la hora final. Aculado y herido de muerte, se repuso para agonizar de pie cuando enfilaba barbeando las tablas el rumbo del portón de corrales y cuadrillas. Desplomado, rodó sin puntilla. Castella le tocó las palmas en plena agonía y, cuando las mulillas lo arrastraban en la vuelta al ruedo pedida por aclamación, cumplió con el rito ya irrenunciable de besarse las manos y con una de ellas despedirlo con una leve caricia en el lomo. Se fue sin las orejas al desolladero.
Y entonces se acabó la fiesta, servida esta vez por una banda mejor afinada que la de la víspera. Muy apagado, el quinto solo quiso cuando Manzanares lo enganchó del hocico para vaciarlo en línea, pero se cansó enseguida de hacerlo. Un pinchazo hondo bastó. El sexto, el que tanto desigualaba la corrida, salió con humos temperamentales, desarmó a Tomás Rufo en el recibo, se recostó contra el peto sin emplearse y pareció descolgar y entregarse en un discreto quite por chicuelinas y más todavía en una primera tanda en redondo cobrada de rodillas en una prometedora apertura de faena. Solo una promesa. El toro tuvo su misterio. No embestía a resorte como lo habían hecho los dos primeros o el excelente cuarto, sino que pedía los papeles. Un trasteo deshilvanado sin mayor propósito ni logros, una estocada atravesada, tres descabellos.
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Cuaderno de Bitácora.- La razón de la belleza de la Salamanca vieja es tanto la luz como el brillo de la piedra con que se fueron erigiendo sus monumentos, que son muchos y bien distintos. Pero en estas últimas veinticuatro horas apenas ha asomado el sol. Ni siquiera el tibio sol de otoño tan propio y melancólico. Sin luz solar nada brilla. Y menos que nada las piedras. Esta mañana, destemplada, hacía bastante frío. Las fiestas terminaron anoche. Desde el paseo de los Jesuitas se escuchan los truenos de artificio.