TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Bilbao. Crónica de Barquerito: "Roca asume el peso de la púrpura"

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Más serio, espontáneo y versátil de lo habitual, cumple con su papel de líder.

Escribano firma una bella faena.

Morante deja huella con el capote.

Corrida desigual del Puerto


Bilbao. Jueves, 24 de agosto de 2023. 5ª de las Corridas Generales. Nublado a parte del tercer toro. Casi lleno. 13.700 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Seis toros de Puerto de Santa Lorenzo (Lorenzo Fraile)

Morante, silencio y saludos desde la boca del burladero. Manuel Escribano, una oreja y ovación. Roca Rey, una oreja y aplausos.

Un gran puyazo de Juan Francisco Peña al segundo

EL AMBIENTE, de gala. La corrida, no tanto. Rompió una ovación cerrada cuando asomó Roca Rey por el portón de cuadrillas, el paseíllo se cumplió entre salvas de aplausos y, después de romper filas, todavía lo reclamaron para que saliera a saludar. Se resistió lo indecible, pero no quedó otra que asomar a la boca de la tronera y hacerlo en compañía de Manuel Escribano. Morante declinó la invitación. El ceremonial tenía su razón de ser: Roca sufrió en su última tarde de hace un año en Bilbao no un percance sino varios en dos toros distintos que pusieron a prueba su temperamento y su arrojo. De volver a probar sus más visibles cualidades -el seco arrojo del valor, entre ellas- se encargó el propio Roca en cuanto tuvo delante el tercer toro del Puerto, que fue, con el segundo, el de mejores hechuras de la corrida. Amplio, bien armado, en el tipo preciso y con la conducta clásica de la línea mejor del encaste Atanasio. Las manos por delante de salida, un galope pesado ni vivo ni perezoso, entrega en el caballo en dos puyazos casi seguidos. Después de banderillas, pegó tres bramidos camperos, lo propio de los toros escamados. Y nada más.


Rompió sin hacerse esperar y, después de una espectacular tanda de apertura -tres banderas, dos cambios por la espalda y por alto, el de pecho y el del desdén- descolgó entregado. Abierto en el tercio, Roca mantuvo el ritmo de la faena con dos tandas en redondo de particular ajuste, ligadas, bien tiradas, más abundante y airosa la segunda que la primera, igual de firmes las dos, de rico compás la más airosa porque entonces sentiría ya tener Roca en la mano el toro, que por la mano izquierda fue bien distinto: ni el fuelle ni la cuerda del principio, recelo para tomar engaño y hasta un par de pruebas y parones. Roca tragó sin aliviarse ni inmutarse. Ni un gesto a la galería. Se levantó algo de viento, pero se estuvo vertical Roca en los medios atornillado, suelto y ajustado, puesto en serio, dejándose ver. Cuando el toro pareció negarse, cruzado con él, lo libró con un cambiado por la espalda marca de la casa. Una solución brillante. La faena, bien medida, tuvo por hilo musical una afinada versión de un pasodoble más bilbaíno imposible, el “Martín Agüero” del maestro Franco Ribate. Desde la boca de riego hasta las rayas se fue Roca en busca de la espada. Pura resolución, Una estocada arriba y atacando en corto. Una oreja.

Eso era lo que la inmensa mayoría había venido a ver. No solo eso. También a Morante, que se llevó por delante un toro lesionado de una mano, de frágiles apoyos, con el que solo cupo un trasteo ligero, preciso y resignado -y media estocada y un descabello en palanca- y a Manuel Escribano, que no fue un convidado de piedra, sino todo lo contrario. Plantado de rodillas entre la segunda raya y el platillo, esperó de rodillas la suelta del segundo toro del Puerto, que fue el mejor de la corrida. Lo libró con la larga cambiada de rodillas propia del gesto y lo llevo toreado hasta la boca de riego. Se celebró lo que para muchos fue un golpe de sorpresa. Después de varas, Roca hizo su segunda aparición en escena con un quite por altaneras -chicuelinas cosidas con tafalleras en el viaje de vuelta- rematado con soberbia revolera.

Escribano prendió tres pares como suele y se embarcó en los medios en una vibrante faena, encarecida por la venida arriba del toro al verse en campo franco, apenas castigada por el abuso de pausas de tregua entre tandas, y no sin dientes de sierra, porque el toro se le vino encima por la mano izquierda más de una vez y solo fue por eso faena de una sola mano, la diestra. Los de pecho de remates fueron notables. La seguridad y la firmeza, también. Los gestos cómplices al tendido encontraron eco. Una estocada trasera y ladeada. Una oreja.

A la espera de la segunda salida de Roca, Morante se las vio con el toro más montado y alto de cruz de la corrida, el peor hecho. A pesar de las hechuras Morante le pegó en el saludo cinco verónicas enroscadas de calidad superlativa por su compás, su ajuste, el juego de brazos y el rizo de los vuelos de la capa. Memorable. Todavía un quite de tres chicuelinas de alta escuela, únicas, y una revolera amplísima trazada en la boca de riego. El sello de Morante en esta corrida que tan poca fortuna le deparó. Antes de tener que perseguir bordeando tablas a un toro huido, Morante dejó su firma en algo más de media docena de muletazos de composición y asiento impecables. Y un desplante tras un cambio de mano. Una estocada y otro magistral golpe de verduguillo.

No salieron finos los dos últimos toros. Un quinto que hizo de todo pero poco bueno: distraerse, pegar arreones y algún trallazo, no cumplir una viaje completa, ponerse pegajoso y, eso sí, consentir a Escribano una suerte de arrimón sin escándalo. Y una estocada a capón. Iban dos horas y cuarto de corrida cuando asomó un sexto sin el trapío propio de Bilbao que coceó las tablas y estuvo por darse a la fuga desde el principio. Con él una porfía de Roca Rey que fue de tensión y riesgo crecientes porque nadie más que él pareció apostar por el toro. Estuvo a punto de ligarlo. No tanto. Pero se lo pasó muy cerquita en un alarde de seguridad. Gesto de responsabilidad. Una estocada al segundo intento. Descabellos varios. Y el sábado, otra de Roca en Bilbao.

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Cuaderno de Bitácora.- Los toros empezaban a las cuatro antes de cubrirse la plaza de Zaragoza, el llamado Coso de la Misericordia porque fue edificado junto a la Casa de Misericordia que a fines del XVIII el abate Pignatelli, un infatigable ilustrado y visionario, construyó como asilo para gente desvalida o sin hogar, enfermos y transeúntes. La Casa era y es un monumental edificio, rehabilitado hace cuarenta y tantos para sede de la Diputación General de Aragón.


La plaza de toros generaba ingresos para sostener la Misericordia y un hospital adyacente. La plaza, el gran asilo y el hospital, construidos extramuros según reglas obligadas de seguridad. A diferencia de la

Misericordia, la plaza de toros no tenía como construcción más encanto que el de un corralón circular. Pero hace poco más de un siglo, en los años de bonanza española de la Gran Guerra, un arquitecto zaragozano, llamado Navarro, se encargó de embellecerla con una segunda fachada impuesta sobre´la primitiva tan desnuda y la convirtió en una pieza de aire bizantino, inspirada en el estilo de Bizancio que sedujo a algunos arquitectos españoles de la época. En Madrid hay muestras de esa moda pasajera: el Panteón, la parroquia de San Benito. Obras de Arbós.

 

La Diputación de Zaragoza, que heredó la propiedad de la obra de PIgnatelli, tuvo la fortuna de dar en 1980 o así con un extraordinario funcionario visitador de la plaza. Visitador:es decir, celador, pendiente del cuidado del edificio. Ese providencial funcionario se llamaba Benjamin Bentura Remacha, aficionado taurino de cuna -su padre fue crítico taurino ilustre, y de él heredó la pasión por escribir de toros- y hombre de notable curiosidad intelectual, de una perspicacia singular como entendido en pintura y escultura, y devoto de Goya. No por la afinidad sentimental de los aragoneses, que es tan propia, sino porque a Benjamín Goya le parecía un genio, y a quién no, pero sentía, además, que su contribución a la historia del toreo no tenía precio. Porque era impagable.


Tuve la fortuna de gozar de su amistad y de tenerlo como uno de mis maestros, por lo mucho que me enseñó y corrigió, como hacen los verdaderos maestros. Había visto toros desde la niñez y Benjamin tenía para los toreros un olfato singular. La primera vez que vio a Morante de novillero en Zaragoza dijo: "Este, éste sí,

sin duda", Y más no digo yo.


En la época de Justo Ojeda como empresario de Zaragoza, turbulentos 80, los desencuentros de la empresa y la Diputación, con Benjamín de visitador, se hicieron notables. Pero esa es otra historia. Solo que Justo Ojeda, que llegó a autoproclamarse el "Emperador del Ebro" no sin razón, tenía por norma retrasar cinco minutos el reloj de la plaza. Para dar tiempo a llegar y acomodarse después de comer en días de fiesta. Entonces eran los toros de Zaragoza a las cuatro y media. La cosa tenía su lógica. ¿O no?


Este año en Bilbao se aplica la fórmula imperial de Justo Ojeda, A las 6 de la tarde, el reloj de la plaza marca menos cinco. O menos seis. Pero a las ocho menos cuarto tocan todas las tardes las campanas del convento

de franciscanos de Iralabarri, que asoma por encima de la cubierta de las gradas de Vista Alegre y da el chivatazo, En la plaza son las ocho menos veinte o veintiuno. El campanario del convento tiene forma de minarete. En su día, no hace tanto, las monjitas se asomaban para ver los toros. Los tres primeros nada más.

Última actualización en Viernes, 25 de Agosto de 2023 14:50