Diario "El Correo", viernes 28 de julio de 2023
LA ÚLTIMA TARDE de El Juli en Bilbao fue el pasado 25 de agosto, cuando la épica pelea de Roca Rey con dos toros de Victoriano del Río que conmovió a la gente toda. Mientras Roca Rey, cogido y pisoteado por el tercer toro, era atendido en la enfermería, El Juli consiguió volcar el ambiente en el cuarto de la tarde, no solo por la maestría de una faena de notable rigor, sino por su serena autoridad para calmar el ambiente.
La primera tarde de Bilbao fue el 17 de agosto de 1999 con una corrida de El Pilar. Una de las últimas apariciones de Espartaco en Vista Alegre y una señal de cesión de testigo y relevo generacional. Dos tardes de aquella edición de las Corridas Generales firmó y cumplió El Juli. Tres días después del debut, mató, en terna con Enrique Ponce y Litri, su segunda corrida, del hierro de Torrealta. Que El Juli debutara en Bilbao con solo dieciséis años y antes de cumplir la primera temporada como matador de toros se tuvo por un gesto, una temeridad y una apuesta de riesgo. Una oreja cada una de las dos tardes. El Juli cayó de pie. Dos virtudes visibles, que iban a ser constantes de la primera etapa de su carrera: la determinación y la frescura. Luego fueron los recursos, el poder, el temple también, la seguridad, la inteligencia.
Tardó muy poco en ser reconocido como torero-de-Bilbao, es decir, predilecto de una sensible mayoría. Un año nada más. En la corrida de junio del 2000, toros imponentes de Zalduendo, alternando con Ponce y José Tomás, fue el único de la terna premiado con una oreja, la única tarde de lo que luego fue rivalidad de El Juli con uno y otro por separado. Con Ponce, en Bilbao, desde entonces y para siempre, y hasta que se paró el reloj de la pelea. Con José Tomás, de otra manera y en otros lugares. La rivalidad, con quien sea o fuera, ha sido para El Juli un estímulo a lo largo de casi toda su vida taurina. Cuando pareció sentenciado en tablas el duelo con Ponce, apareció Morante en 2012 y con un toro de Cuvillo firmó una faena memorable para los anales de Vista Alegre. Y luego y hasta ahora mismo Morante y El Juli han acabado siendo compañeros de viaje, los dos que mandan en Sevilla.
Cincuenta corridas tiene toreadas El Juli en Bilbao. Cuatro tardes llegó a torear el año 2002, tres de ellas en Semana Grande, y una de esas tres, la de Victorino, por entonces ganadero imprescindible para conferir grado de torero capaz. El Juli ya había matado dos victorinos en 2002, y le había cortado una oreja a cada toro, pero el que le puso sello de torero mayor en aquellas mismas fechas fue el toro de Torrealta que le pegó en la cara una cornada y con el que vivió la tarde más emotiva de cuantas habrá vivido en Bilbao. Y han sido no pocas. Tanto en 2003 como 2005 llegó a torear tres tardes de abono consecutivas, y a hacerlo para satisfacción de todos. Tirón duradero en la taquilla. Apuesta segura. Nunca ha faltado El Juli en la Semana Grande de Bilbao. Ha sido, además, más habitual que ninguno en los carteles de las extraordinarias de junio, que tuvieron en su momento su gancho y su ambiente.
Como torero crecido y cumplido entre generaciones distintas, El Juli ha alternado en Bilbao no solo con Morante y Ponce como sus más fieles rivales, también con Finito de Córdoba, Caballero, Ferrera, Padilla, Abellán, Urdiales, El Cid, Manzanares, Perera, Talavante, Fandiño y Roca Rey. Un pulso a cualquiera. De la variedad de encastes o ganaderías -una de las épocas buenas de Torrestrella, el momento mejor de Torrealta, La Quinta en distintas etapas, el trienio dorado de los santacolomas de San Martín- El Juli pasó a decantarse por tres ganaderías de su particular atención: Garcigrande/Domingo Hernández -ha sido torero clave en la fama del hierro-, Victoriano del Río y Jandilla.
No es sencillo valorar y descifrar las épocas de El Juli en Bilbao. La más brillante, la de la explosión, los siete primeros años. La de mayor fondo, una segunda de casi una década, la del asentamiento y la madurez. Y una última de siete años acá en que la ambición no ha sido la misma. El anuncio de la despedida hace presagiar una apoteosis final.