Cuarto y sexto de una corrida de dispar condición
Por cogida de Pinar, la despacharon Juan Leal y el venezolano Colombo, excelente con la espada
Faenas huecas y farragosas
Pamplona, viernes, 14 de julio de 2023. (COLPISA, Barquerito). 10ª y última de feria. Bochorno. Casi lleno. 18.700 almas. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros de Miura.
Rubén Pinar, cogido por el primero. Juan Leal, de Francia, ovación, vuelta y ovación tras aviso. Jesús Enrique "Colombo", de Venezuela, una oreja, silencio y una oreja, salió a hombros.
Por la cogida de Pinar, se intercambiaron los turnos de segundo y tercero de sorteo.
En el saludo del primer toro, al librar en tablas una larga cambiada de rodillas, Rubén Pinar salió prendido por el brazo, perdió pie y fue volteado con formidable violencia. El toro se revolvió en un palmo y la gente llegó presta al quite, pero Rubén había caído sobre el cuello, y estaba tendido sin conocimiento en la arena. Sin conocimiento llegó a la enfermería. La impresión fue pésima. Llegaron al cabo noticias de que había vuelto en sí y hasta se pensó que saldría para matar el cuarto toro. No fue así. Lo trasladaron a un centro hospitalario para un control radiológico. No trascendió el resultado de las pruebas.
No pudo empezar peor la corrida de Miura, seria, en tipo, y con tres toros de la segunda mitad de porte espectacular, Dos de ellos, en torno a los 630 kilos de romana. Más de seiscientos el que volteó a Pinar tan de sorpresa. No se prestaron ni a bromas los tres primeros. El de la cogida, que dejó charcos de sangre tras cobrar dos inclementes puyazos, se dolió en banderillas, se movió a trompicones y echando las manos por delante, se defendió pegado derrotes. Juan Leal abrió faena a la tremenda: dos cambiados por la espalda en la primera toma. Después, una mera batalla sin volver la cara y sin que pasara el toro. Un pinchazo y una estocada desprendida.
Ese toro primero y los tres que le siguieron fueron cinqueños. Cuatreños, los dos últimos. Al segundo le hicieron picadillo en una primera vara de la que salió claudicante y sin apenas tenerse en firme. Jesús Enrique Colombo lo alivió en banderillas con carreras y cuarteos. Colombo brindó al alcalde de sol, todo un personaje sanferminero que se jubilaba después de medio siglo cumpliendo la ceremonial pantomima de atar al cuello un pañuelico rojo al torero premiado con oreja en su vuelta al ruedo y al pasar por la puerta de toriles. La faena, igual que el tercio de banderillas, fue más que un plan para equilibrar al toro sin obligarle, un desafiante diálogo mudo, solo gestos y más gestos, con las peñas de sol. Crédulos, los peñistas jalearon lo jaleable, que no fue mucho, sólo que Colombo cobró una excelente estocada y la estocada se premió con una oreja. Y con el espaldarazo del alcalde de sol, naturalmente,
Leal esperó a porta gayola al tercero, que salió disparado y no dejó ni trazar medio lance. A pesar de un par de arreones iniciales, y de un posterior trantrán prometedor, el toro echó los bofes en banderillas y no tuvo poder para un mínimo empleo. Leal buscó el cuerpo a cuerpo, se dejó teñir de sangre taleguilla, chaleco y chaquetilla, y no perdió la vertical para rematar trasteo de rodillas en actitud desesperada. Una estocada corta.
Los dos toros de mejor condición de la corrida de Miura se hicieron esperar. Cuarto y sexto. El cuarto, alto y largo, de imponente envergadura, muy abierto de cuerna, derribó en la primera vara -ni un solo toro lo había logrado en toda la semana- y romaneó y empujó en la segunda. La gente estaba a la merienda y no prestó atención ni a un desigual y apurado tercio de banderillas de Colombo -de poder a poder pero sin reunirse y quedándose con un palo en la mano- ni menos aún a una faena sin control porque mandó el toro que, pronto de bravo, se movió con agilidad a pesar de su volumen. Reiterativo, braceando en vano a las peñas para que entraran en juego, Colombo castigó a sombra y sol con una interminable matraca. La estocada fue de nota.
Agalgado, de cañas finísimas, tan alto que montaba por encima de las tablas de barrera, el quinto, muy astifino, pareció querer saltar, desarmó a Leal al lanzarse por primera vez, se enceló con el caballo en una primera vara, hizo sufrir a los banderilleros y no pasó en la muleta, se revolvió en el cara a cara y pidió un trasteo breve de castigo. Leal apostó por el largo metraje sin sentido mientras reclamaba reconocimiento. Una estocada atravesada y dos descabellos.
Estaba siendo un indigesto espectáculo cuando asomó un espléndido sexto, cárdeno oscuro, largo y fino, con más plaza que ninguno. Descolgó, metió los riñones apretando en el caballo, persiguió de bravo en banderillas a Colombo, que tuvo que tomar aire entre par y par, y hasta hacer un breve receso antes de tomar muleta y espada. Tesonera y entrecortada una faena sin hilván, sufriente, sin concesiones a las temeridades y, en fin, una soberbia estocada que desató la euforia propia del caso. Una oreja. Y Colombo a hombros.