TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Pamplona. Crónica de Barquerito: "Perera y Marín a hombros"

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Un banquete: seis estocadas de nota, siete orejas

Buena corrida de Fuente Ymbro con solo dos lunares, los dos de Daniel Luque, seco valor sin concesiones

Perera, a placer con un lote notable

Para Ginés Marín el toro de la tarde


Pamplona, lunes, 10 julio de 2023. (COLPISA, Barquerito). 6ª de feria. Veraniego. Lleno. 19700 almas. Dos horas y cuarto de función. Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).

Miguel Ángel Perera, oreja y dos orejas. Daniel Luque, saludos y una oreja. Ginés Marín, una oreja y dos orejas. Perera y Marín, a hombros.

LA CORRIDA DE Fuente Ymbro vino partida de edades. Los tres cinqueños se abrieron en lotes separados. Fueron de condición y láminas muy distintas. Jabonero y astiblanco, muy afilado, el primero, que pasó de visita por el caballo sin siquiera sangrar, hizo amago de irse a la querencia de corrales pero acabó sujetándose: maestría de Perera, que lo vio clarísimo, no perdió ni un segundo ni cedió un palmo, y llevó al toro suavemente empapado en el engaño. Una faena a su antojo, el de Perera, que anduvo listo para alertar a tiempo a las peñas: abrió de rodillas con tanda de cambiados por la espalda intercalados y, antes de cerrar con bernadinas, hubo la propina de un molinete de rodillas bien celebrado. A pies juntos, o apenas abierto el compás, en la vertical se compuso y sostuvo Perera muy tranquilamente, a placer. Un milagro: las peñas corearon todos los pasajes y por primera vez en la feria La Pamplonesa metió baza y se dejó sentir y escuchar. Una estocada. El palco, que iba luego a tirar la casa por la ventana, negó la segunda oreja que reclamó la mayoría.

Los otros dos cinqueños del reparto no tuvieron nada que ver con el seráfico primero. Negros los dos. El segundo de la tarde, uno de los dos de pobre nota del envío. El sexto, el más completo de los seis. Bajo de cruz, corto de manos, se cantó desde la salida, fue muy pronto, planeó por la mano izquierda y embistió por abajo mucho y bien, ritmo sostenido. Larga faena de Ginés Marín, cortada en pausas según suele, y rota en serio muy a última hora con una tanda de naturales perfectos, tres, y el de pecho. Y un final teatral por bernadinas en péndulo muy celebradas. Y el colofón de una estocada impecable. Para entonces el grifo del palco ya manaba en torrente. Dos orejas.

De los tres cinqueños ese sexto fue el más ligero: 540 kilos. Los otros dos rondaron los 600. El jabonero estuvo por ahogarse un par de veces. El primero del lote de Luque, descarado, ofensivo, fue la cruz de la moneda: probón y tardo, estilo defensivo, mirón, no repitió ni dos viajes. Luque le tomó el pulso en una apertura por banderas cosidas con trincherillas, un natural y un cambiado por bajo andándole. Luego toco tirar del toro, apalancado sin remedio. La estocada fue soberbia. El toro cayó desplomado. La gente de sombra reconoció la firmeza de Luque, su serenidad. Ni una concesión a las querencias del sol. Ni rodillazos, ni molinetes, ni miradas cómplices, ni va por ustedes ni deja de ir.

Dos de los tres cuatreños se fueron también a los casi 600 kilos. El cuarto de corrida pudo bien con ellos. Llevaba nombre de reata fiable y de toro premiado en sanfermines hace algunos años: Pelicano. Perera, encajado y sobrado, llegó a enroscárselo y a traérselo en una suerte de sedicentes rizos a la manera de Luque, y con Luque delante. No fue del todo precisa la imitación, pero caldeó aunque las peñas estuvieran a la merienda. Un arrimón de remate fue prueba de suficiencia. Y una estocada sin puntilla. Ahora cedió el palco: los dos pañuelos de golpe.

El quinto, el más toro de la corrida, trapío sobresaliente, fue un toro-de-Pamplona con todas las de ley. Tan solo asomar pareció llenar el ruedo el solito, que es prerrogativa del trapío. Montado, muy alzado, castaño lombardo, diadema rubia muy marcada, ligeramente vuelto de cuerna, muy armado. Un nombre de reatas fijas en la línea Jandilla: Judío. Salió rana. Luque lo toreó de capa en lances cortos bien medidos, marcados abajo, bonitos. Romaneó el toro en una primera vara de mucho castigo. Lo pagaría después: no tardó en aplomarse. Antes de apagarse, Luque expuso y trató de convencerlo. Medias embestidas renegadas. Por ninguna de las dos manos. Por las dos se puso Daniel sin que se le fuera un pie. Y hasta intentó lo imposible: embarcarlo en su juego favorito, las trenzas sin espada, las célebres y mal llamadas luquesinas. La estocada fue un cañonazo. Y su mérito mayor, la dificultad de cruzar. Y la verdad de no aliviarse.

El tercero, que completó lote con el gran sexto, fue de peso ligero. Un castaño albardado clásico en la ganadería. Bajo, con las puntas muy finas, ágil, ganoso. Se picó al relance -solo señalado el segundo puyazo- y fue toro codicioso, de buen juego, elástico. Marín le perdió pasos por la mano mejor, la diestra, y lo pasó de abajo arriba por la siniestra. Estuvo más cómodo al acortar distancias. Pesaba entonces menos el toro. Mucha habilidad de Ginés, repertorio de miradas a la galería y una estocada inapelable.

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Cuaderno de Bitácora.- En García Castañón, pegado al paseo Sarasate, donde antes hubo uno de esos pubs irlandeses de importación que se pusieron de moda en toda España apareció después de la pandemia un bar con terraza de traza muy distinta. No lo he pisado ni lo pisaré, pero el nombre es seductor. Luna de Estambul. ¿A que es bonito? No hay Guinness. La cerveza negra no va con el gusto de la gente del país. No sé de los forasteros. En sanfermines hay una colonia fija de británicos-mayoría ingleses, de alto poder adquisitivo- y otra de norteamericanos de las dos ramas: los de Hemingway y los que no lo tragan y hasta le acusan de haber hecho a los sanfermines un daño irreversible. Tampoco es eso. Ahora se celebra el centenario de la primera visita de Hemingway a Pamplona, julio de 1923, pero la celebración no se nota. Fueron más los fastos por el cincuentenario de su muerte, trágica.

Entre los santos del callejero de la Pamplona vieja y del primer ensanche -ayer hice un ligero recuento- omití el de San Ignacio, que tiene calle, iglesia y estatua, o grupo escultórico. La llama de los jesuítas prendió en Navarra. En la defensa militar de la ciudadela, el santo fue hace cinco siglos herido de gravedad y tuvo que renunciar a la carrera de las armas. No es casualidad que su gran logro histórico, la orden religiosa cristiana más universal -la más extendida por el mundo- lleve acento militar: la Compañía. La Compañía de Jesús. En  la calle de San Ignacio había en un segundo piso de una casa de vecinos un restaurante con el nombre del santo. Se comía de cine. Cerró.

Frente a San Nicolás, en la plaza abierta a su fachada trasera, en el número 72 de la calle, se alza la primera casa modernista construida en Pamplona, la de doña Zoila de Espinal, viuda de Gayarre. Es un edificio logradísimo, Con una concesiòn al regionalismo: el mirador de la tercera planta. Su estructura de madera alivia el peso de la piedra tallada, granito duro bien labrado. Del mirador cuelga en triángulo estos días un enorme pañuelo rojo vivo. El rojo navarro. La colgadura sanferminera más elegante de la ciudad.
Última actualización en Martes, 11 de Julio de 2023 06:16