TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Pamplona. Crónica de Barquerito: "Isaac Fonseca, a hombros"

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Corrida dispar y en parte impropia de Cebada Gago, con dos toros de interés en el lote del joven torero de Morelia

Firmeza de Adrián de Torres

Paso discreto de Román


Domingo, 9 de julio de 2023. Pamplona. 5ª de feria. Soleado, templado. Lleno. 19.600 almas. Dos horas y veinticinco minutos de función. Seis toros de Cebada Gago.

Adrián de Torres, silencio tras aviso y aplausos tras aviso. Román, silencio en los dos. Isaac Fonseca, de Morelia, México, que hizo su presentación en esta plaza, cómo matador de toros, una oreja en cada toro, salió a hombros.

Juan Carlos Rey prendió al sexto dos pares de alta escuela y tuvo que saludar. Con él lo hizo Tito Robledo, que puso un buen par de tercero. Raúl Ruiz lidió ese sexto toro con sabiduría.

COSTÓ RECONOCER en la corrida de Cebada Gago sus señas propias de identidad. En primer lugar, por razones formales. Solo el sexto toro lució las defensas clásicas del hierro. Más astifino imposible, desde la cepa hasta el pitón, la cuerna abierta en corona. Soberbio escaparate. Fue corrida ofensiva, desde luego, pero de dispar armadura. El cuarto, cornialto pero recogido, se enlotó con un primero muy abierto de cara. El sexto, tan en la línea singular de Cebada, se emparejó con un tercero que, muy bien hecho, no impuso por delante. Menos toro que los demás, el quinto no estaba en el tipo de ninguna de las líneas de la ganadería. A cambio, el segundo sacó en lámina y defensas los aires de la sangre Núñez.

En el recuento de las razones formales contaron dos más. El promedio de peso se disparó hasta los 575 kilos, cifra que nunca había alcanzado ni de lejos una corrida de Cebada en sus más de treinta comparecencias en San Fermín. La paradoja fue que, con la salvedad del quinto -610 kilos en la balanza-, todos los toros estuvieron sueltos de carnes. La alzada fue, también, mayor de lo habitual. Toros largos, y, en el caso de primero y cuarto, exageradamente montados. Como suele suceder en la corridas desiguales, no sería sencillo hacer los lotes. En todo caso, el sexto, a pesar de su temible artillería, segundo y tercero serían de general preferencia. Negro carbonero, el sexto cuenta, de momento, como el toro más bello de la feria. Y candidato a serlo de la feria entera. Un cromo. Con la hondura propia del cinqueño cumplido.

Fieles a su historia, los seis cebadas se dispersaron en la carrera del encierro apenas enfilar la calle Mercaderes, pero sin llegaron a sembrar el pánico ni amenazar con volverse a pesar de que los corredores de domingo son una selva. Entraron en la plaza por capítulos y solo los dos rezagados lo hicieron juntos. Los seis fueron dóciles al reclamo de los dobladores. Pero pasó que, a la hora de saltar uno por uno a la arena, los seis acusaron el peor de los resabios del encierro: su instinto de huirse sin fijarse y, en una mayoría de casos, su querencia manifiesta al portón de corrales. Y, si no, demasiadas distracciones, la desgana para repetir embestidas tan propias de los toros huidos. Al sumarse el exceso de alzada con la desgana pasó que les costó descolgar y humillar a varios toros, o que lo hiciera atacando en tromba, como el bravo primero del lote de Isaac Fonseca, o con calmosa pereza y rácana entrega, como el hermoso sexto, que fue, por cierto, el más noble de todos. En cuanto engancharon engaño una vez, se indispusieron y por eso los derrotes en los remates de muletazo fueron abundantes. Por si fuera poco, tanto Adrián de Torres como Román se embarcaron en faenas interminables, que en Pamplona más que en ninguna otra plaza no llevan a ninguna parte porque la mayoría no silenciosa de sanfermines se desentiende de la pelea. Las tensiones vividas en la corrida de Escolar vividas en la vísperas fueron todo un contraste.

Por pasarse de tiempo, la faena con la que Adrián de Torres se estrenaba en Pamplona, faena bien armada, apuesta ambiciosa y firme, despaciosa, valerosa y de caro ajuste, fue perdiendo intensidad pero no rigor. Una estocada al encuentro sin muerte y seis golpes de verduguillo la dejaron sin premio. El paso del tiempo las castigó con un aviso. Adrián se esmeró y abundó en el toreo de capa. Un temerario quite por gaoneras en su haber, otro por delantales en el primer toro de Fonseca y un recibo estimable de cinco verónicas para fijar al cuarto. Con este cuarto volvió a empeñarse con seriedad y ajustarse de verdad, pero, pegajoso, no le dejo el toro ligar, sí coser los muletazos en tandas de brazo rígido y sin vuelo. Tras dos pinchazos, una estocada quedándose en la cara y trompicado sin consecuencias.

Los dos toros de Román salieron con muchos pies y no pararon de soltarse. No hubo manera de fijar terreno o condiciones, y de acá para allá, el segundo, que metió la cara y volvía contrario, acabó siendo toro a su aire. El quinto, de pobre nota, no quiso pelea, y a pesar de eso Román se enredo en un pedregoso trasteo.

A Isaac Fonseca le bastó con su presencia desafiante, arrogante y confiada, con su entrega superlativa de torero a corazón abierto y, desde luego, con su fe y su verdad con la  espada para sellar su debut como matador de alternativa en San Fermín con un éxito casi redondo. A hombros, a pesar de convalecer de una reciente cornada todavía fresca. Muy descontroladas, a veces descompuestas, las embestidas del díscolo tercero -la gota díscola privativa de Cebada Gago- lo desconcertaron o no le convinieron, ráfagas de viento le incomodaron y, sin embargo, una estocada le puso en la mano una oreja. Y otras estocada excelente, una de las dos orejas del espléndido sexto, al que toreó con más asiento que brillo, con quietud indiscutible y unas ganas de ser que conmueven a cualquiera.

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Cuaderno de Bitácora.- Hay un recorrido santo por la Pamplona vieja que vale la pena. San Nicolás, San Gregorio, San Miguel, San Antón, San Francisco, San Lorenzo y San Cernín. ¿Algún santo más?.

Yo no distingo entre el burgo de San Nicolás y el de San Cernín, aunque reconozco que son distintos. Son los´burgos francos. Por ellos he arrastrado esta mañana las suelas de las zapatillas. Ya estaba limpia la calzada de San Nicolás, y muy concurridos los bares que sirven almuerzos. Se escuchaba hablar francés en todas las esquinas. El francés es madrugador. Los corredores y los que miran cómo corren los toros y los mozos ya se habrían retirado a sus cuarteles.

La plaza de San Francisco estaba desierta. Delante del Maissonave había un grupo de japoneses disciplinados. Porque dentro de la disciplina japonesa es básico acompasar el cuerpo a la salida del sol, y a su ocaso. Ni en sanfermines perdonan el rigor. Quien pudiera...!

He bajado por la cuesta de Santo Domingo, el santo que me faltaba, y me he parado en la pared del Hospital Militar, donde los toros pueden coger a cualquiera, y he subido hasta el Mercado, cerrado, Regaban a conciencia la zona. Una catarata por las escalinatas de la plaza de Santiago.

En Mercaderes me han preguntado unos turistas por "los churros", o sea, La Mañueta, y les he señalado el camino. Son caros, pero buenos. Y de pronto, en plena Navarrería, la calle Curia cuesta arriba y hoy en paz, y la plaza de San José, a la sombra de los frondosos castaños, sentado para leer el Diario de Navarra y el de Noticias, que no opinan lo mismo de casi nada. En la catedral, una misa del rito antiguo. En latín. Se sigue con un libreto ad hoc. El evangelio de San Marcos: el milagro de los panes y los peces, que es el caso de San Fermín. Por la manera de multiplicarse.
Última actualización en Lunes, 10 de Julio de 2023 06:23