El torero de Aguascalientes, brillante e inspirado con un buen toro de Fuente Ymbro
Adrián, ileso tras dos cogidas terribles, se juega a sangre fría la vida en una faena escalofriante
Madrid, Domingo, 21 de mayo de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Madrid. 11ª de abono de San Isidro. Primaveral, revuelto. 18.067 almas. Dos horas y media de función. Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo)
Adrián de Torres, que sustituyó a El Fandi, vuelta tras aviso y silencio tras aviso. Juan Leal, silencio y silencio tras aviso. Leo Valadez, oreja y ovación.
Muy acertados los seis piqueros: Juan Bernal, Vicente González, Puchano, Germán González, Tito Sandoval y Alberto Sandoval. Curro Javier prendió al cuarto dos grandes pares y saludó.
TRES DE LOS SEIS toros de Fuente Ymbro fueron en rigor mayores de edad. A solo dos meses de cumplir los seis años del tope reglamentario el segundo. Los del lote de Leo Valadez, tercero y sexto, eran de octubre del 17. Los únicos cuatreños del envío, cuarto y quinto, hicieron evidente el contraste de la diferencia de edad. En el caso de segundo y quinto, el lote de Juan Leal, se dio la coincidencia de nombre, Sacacuartos. Casi el mismo peso, pero pintas, cuajo y estilos bien distintos. También fue cinqueño el primero, el más armado de todos. Todos menos el cuarto escarbaron como posesos. Todos se emplearon en el caballo, pero no con la misma nota.
Y, sin embargo, fue una corrida muy desigual. Embistieron con son dos: el tercero, que Leo Valadez toreó con muy lindo compás, y el quinto, que se dio por las dos manos más que bien sin que Juan Leal se acoplara con él. Cada uno de los cuatro restantes fue de una manera. El violento, el reservón, el áspero, el rajado después de mucho vencerse. De todo y no poco. Lo propio de las ganaderías largas, y Fuente Ymbro lo es. Cuatro muy dispares corridas del hierro se lidiaron en las Ventas la pasada temporada, y cuatro novilladas también. Medio centenar de reses en total. Se pensaba que habría quedado vacía la despensa. Y no.
El primer asalto fue dramático. Adrián de Torres, llamado por méritos para sustituir a El Fandi, fue al todo por el todo con el toro de más afilada cuerna de los seis, que en uno de sus primeros acostones por la mano derecha lo encunó y volteó con violencia en un quite por chicuelinas de mucho ajuste no sin haber avisado antes con hacerlo. La reacción de Adrián al incorporarse fue de torero de raza. Volvió a la cara del toro y remató el quite por la misma mano de la cogida. Una faena, luego, de tensión extrema, porque, puesto por la mano por donde al cernirse tanto el toro saltaban chispas de pedernal, desafió Adrián todas las leyes de la razón o calculando que a base de porfiar podría corregir el vicio del toro. En cada muletazo y en cada viaje se estuvo mascando la cogida y la cornada. Fuera cual fuera el terreno, en la distancia precisa siempre.
Cuando insistió Adrián hubo quienes, no pudiendo resistir la angustia o el miedo, llegaron a protestar por un alarde sin límites que pareció temerario. Ya rajado el toro, todavía estuvo a la carga el torero: un desarme, taponazos a la defensiva del toro y una segunda cogida muy dura de ver porque fue de las de no poder ni soltarse, y con caída de cabeza del torero, que firmó un último gesto: cuadrar con calma y cobrar una estocada perfecta.
De modo que cuando Leo Valadez, brillante con el capote a pies juntos en el recibo del tercero y en un quite logrado por crinolinas, se puso a torear en templadas madejas al tercero, a llevarlo suavemente toreado en tandas ligadas, la corrida cambió radicalmente de signo. La estéril pelea de Leal con el reservón y hondo segundo, el abuelo de la feria, no había contado después de la refriega de Adrián de Torres. Asentado, muy tranquilo, Valadez estuvo, además de refinado, inteligente. Por la manera de plantear la faena, de gobernar en un solo terreno, de apurar el toro cuando empezó a desmayar, de rematar con temerarias manoletinas de rodillas y de irse con fe tras la espada. Una oreja indiscutible.
Y luego pinchó el espectáculo. El cuarto no tuvo una sola embestida humillada y no paró de enganchar la muleta de Adrián de Torres, que parecía conmocionado después de ser revisado en la enfermería. Juan Leal, empeñado en el cuerpo a cuerpo o en el toreo cambiado en circular, no aprovechó la buen condición del quinto. Y Valadez, tan seguro en cada paso, solo pudo abreviar con el afligido sexto y tumbarlo de buena estocada.
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Cuaderno de Bitácora.- La primera tarde sin viento de todo San Isidro. Pero, entonces, el valor tormentoso de un torero dispuesto a todo y, en fin, la caricia de una brisita mexicana. En el balneario de Aguascalientes, tierra torera.