Con un difícil novillo de Los Maños, el joven pucelano se confirma como aspirante seguro
Novillada complicadísima
Presentación muy positiva de Christian Parejo
Madrid, Miércoles, 17 de mayo de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Madrid. 7ª de Feria de San Isidro. Primera novillada con picadores. Fresco, soleado, muy ventoso. 16.423 almas. Dos horas y veinte minutos de función. Seis novillos de Los Maños (José Luis Marcuello).
Diego García, silencio tras aviso en los dos. Christian Parejo, de Chiclana de la Frontera, Cádiz, nuevo en esta plaza, silencio tras dos avisos y aplausos. Mario Navas, que sustituyó a Marcos Linares, silencio tras aviso y silencio. Curro Javier prendió dos pares de mérito al quinto y saludó. Un quite providencial de Curro Vivas a Mario Navas en el sexto.
CON LA SOLA excepción de un primero terciado, berrendo en cárdeno, careto y calzado -una pinta muy propia de la ganadería-, la novillada de Los Maños fue un saco de problemas. Llamativamente dura de manos, falta de fijeza, pendenciera y agresiva al defenderse, no se empleó en varas. La cara por las nubes, contadas las embestidas descolgadas, nunca más de dos seguidas. Cabecearon casi todos a la manera de los toros que se blandean y duelen, y buscan de paso el cuello del caballo. Agrios, por tanto.
El sexto, con más cara que los demás, desarrolló sentido. Listo, fue toro peligroso y predador. Bravucón, incierto y distraído, con muchos pies, ágil de cuello, el segundo se acostó por las dos manos. El tercero, levantado hasta el final, se revolvía en un palmo después de haber buscado el bulto y arreado en más de una oleada antes de encontrarse con la muleta templada y dominadora de Mario Navas en la que fue, por acierto, riego y carácter, la faena de la tarde.
Faena de torero serio, asentado sin teatralidad, sorprendentemente seguro, decidido, claras las ideas, bellas las formas. En sus manos acabó sometido el toro, despenado de media delantera, pinchazo y estocada. Un aviso. Ningún reconocimiento, sin embargo. Navas había dejado muy buen sabor de boca en su presentación el pasado marzo en Madrid. Confirmó sus muchos méritos. El sexto lo cogió casi a traición solo en el segundo lance de recibo. De un pitonazo corrido dejó descosida la taleguilla por la pernera izquierda desde la cintura a los machos. Ileso el torero, que, armado el vestido con esparadrapo de calibre, anduvo entero y sereno para despachar al toro con sobrio trasteo de castigo.
Muy firme, valiente sin cuento, Christian Parejo, el novillero de Chiclana que ha hecho carrera en Béziers, la tierra de Castella y Margé, y se ha formado al lado de Tomás Cerqueira. Caso insólito, si se piensa en que el propio Castella vino a formarse a Sevilla de la mano de José Antonio Campuzano tras sus prometedores primeros pasos sin caballo en la Francia torista, aduana y la criba de tantos novilleros. En las dos Francias, la del Sudeste y la del Sudoeste, Parejo se ha convertido en el número uno del escalafón. Ese puesto lo justificó con el sencillo y osado descaro con que se atrevió en sus dos bazas: con el bravucón segundo, que lo prendió de lleno en el segundo estatuario de una primera tanda abierta entre rayas y dejando hueco abierto, y con un quinto que salió distraído de suertes por sistema. Con los dos se manejó con soltura. Tuvo que ponerlo él todo y consentir para librar al quinto por las dos manos. No se encogió ni asustó delante del estilo tan incierto del segundo. Entereza y valor. Crédito ganado. Y dos quites, los únicos de la tarde: uno por tafalleras y otro por chicuelinas. Celebrados.
Al bondadoso toro que partió plaza le pegó muchos pases Diego García. La fórmula del toreo industrial. Por la mano izquierda, la bondad del novillo no fue la misma. Ni el son. Discreto balance. Con un apacible cuarto que solo quiso irse a tablas sin dejar nunca de buscarlas con la mirada, todo empeño fue en vano.
Fue, por lo demás, la tarde más ventosa de San Isidro. Y cuadrillas de profesionales acreditados se vieron perseguidas y desarmadas. Un general desaire. Imposible pelearse con el viento y ganar.
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Cuaderno de Bitácora.- No se recuerda una semana de San Isidro tan ventosa. La plaza de toros nueva, la de Las Ventas, se edificó en la margen de un arroyo traicionero que en días de lluvia recia pasaba por encima del puente viejo que empalmaba las dos vías de la primitiva Carretera de Aragón. Cruzado el puente, la carretera se bifurcaba: un camino empedrado hacia Alcalá de Henares y otro, pedregoso, rumbo al destino sin retorno: el Cementerio del Este. Infinita necrópolis. Y frente a las tapias del frente norte, el otro Cementerio. El Civil. O sea, las dos Españas.