Cuatro toros en puntas de Montalvo de condición y juego dispares y dos murubes despuntados que quisieron bien
Inspirado, espectacular el rejoneador sevillano
Madrid, sábado, 13 de mayo de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Madrid. 4ª de abono de la Feria de San Isidro. Primaveral, fresquito. 22.342 almas. Dos horas y diez minutos de función. Dos toros despuntados para rejones de Guiomar Cortés de Moura y en lidia ordinaria cuatro de Montalvo (Juan Ignacio Pérez-Tabernero)
Diego Ventura, saludos y una oreja. Paco Ureña, silencio en los dos. Ginés Marín, silencio y una oreja tras un aviso. Jeremy Banti, sobresaliente, no fue invitado a intervenir.
Juan Francisco Peña picó muy bien al segundo montalvo.
DE LOS CUATRO toros de Montalvo solo se empleó en varas el primero, que levantó el caballo que montaba Juan Francisco Peña por los pechos con bravo estilo. Al borde del derribo. Casi. Paco Ureña había fijado al toro con lances a pies juntos sin vuelo, capote acartonado. En su turno quitó Ginés Marín por chicuelinas de vertiginoso giro, media buena y, fuera de suerte, una serpentina. Ureña saltó a replicar capote a la espalda: tres gaoneras de regular ajuste, revolera, brionesa y desplante frontal genuflexo. Los quites, solamente discretos, se celebraron con mucho ruido. Se dejaba sentir todavía la onda expansiva que por norma sucede a una exhibición de rejoneador.
Había abierto fiesta Diego Ventura, y fiesta le dio a un toro de sangre Murube que prestó el servicio preciso y a su manera habitual, de menos a más, caliente en los galopes de costado y resistente a pesar del mucho castigo. Ventura hizo diabluras, encendió a la gente al galopar caracoleando por delante, intentó sin demasiada fortuna batir al pitón contrario, mantuvo vivo y latente el espectáculo, prendió en espacio mínimo la rosa de tres pétalos y, antes de atacar con el rejón de muerte, puso un par a dos manos de caro mérito. Tras un pinchazo, el rejón que hizo rodar sin puntilla al toro. A pesar de los logros, no cundió la petición de oreja propia de los sábados de rejones de San Isidro.
Y, sin embargo, con júbilo se vivieron los quites del toro de Montalvo, que Ureña brindó a su paisano y modelo, Pepín Jiménez, homenajeado a mediodía por la Unión de Abonados de las Ventas. Torero de Madrid, según frase inequívoca, singular personalidad, reconocido y querido por sus muchos partidarios. La faena del brindis, abierta por estatuarios, no cobró entidad ni vuelo. Noble, el toro, de más a menos, se vino en medias arrancadas de media faena en adelante. Tal vez fuera el clásico toro de veinte viajes y ni uno más. Después de los veinte se apagó. Lo aplaudieron con ganas en el arrastre.
De solo cuatro toros, la corrida de Montalvo fue de dos y dos. Dos de buen cuajo, ese primero que tan bien peleó en el caballo, y el que cerró festejo, con mucha plaza y mucha cara, seria estampa. Este sexto paso por el caballo de pica solamente de visita, cobró menos que ningún otro y tuvo en la muleta más son que poder. Paciente y firme, bien colocado, Ginés Marín se entendió con el toro, lo exprimió hasta el último aliento, se lo pasó con buen ajuste, ligó lo que pudo y no siempre, perdió pasos cuando convino, armó la cosa toda y, sobre todas las cosas, cobró una estocada sobresaliente.
El tercero de corrida, primero de Ginés, repuchado en el caballo, a su aire en banderillas y rebrincado, metió la cara entre las manos, bandera blanca, demasiado pronto. Combate nulo. El que completó lote de Ureña, cortó en banderillas, hizo pasar seis veces a los rehileteros y manseó después sin engaño. Ureña se embarcó en un trasteo justificatorio por todo plano. Pagaría, además, el contraste, sin onda expansiva en este caso, con una de esas apoteósicas prestaciones de Ventura, desatado, inspirado, vibrante, capaz de encontrar toro a su antojo y sin perder tiempo. Los alardes levantaron clamores. Faena de variadas suertes, con dos caballos estrella: Nómada, pura agilidad, y Bronce, que parece un torero sabio.
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Cuaderno de Bitácora.- En el cruce de la Cava Baja, donde confluyen San Bruno y Almendro, se siente el aroma de dos chimeneas de asador. Dos aromas distintos. El cordero asado de La Posada, el lindo negocio creado por un torero de Navalcarnero, Félix Colomo, que no fue figura mayor de la Edad de Plata -años 30- pero sí diestro de cierto renombre y muy querido en Madrid. Hizo fortuna y supo adivinar antes que nadie, hace sesenta y tantos años, que el Madrid viejo, pobre y dsconchado de Cuchilleros y las Cavas sería algún día lugar de fama y casi lujo. La Posada de la Villa, elegante, impecable. El cordero de Colomo -cordero zamorano- y las carnes de buey y vaca vieja de Casa Julián de Tolosa, CJDT por sus siglas, asador guipuzcoano, con otra elegancia distinta. De Tolosa los pimientos asados que se derriten en la boca. Y las alubias rojas con su col y sus sacramentos.
En San Bruno están pintadas en mural escenas varias de una de las más célebres novelas de Pérez Reverte, el Capitán Alatriste. El Alatriste es una extensión de La Posada, pero de otra manera, el mismo dueño, distintas cartas. La gente del servicio es de de una corrección insuperable. Al restaurante se entra por Grafal. Está en los bajos de uno de los mejores edificios de viviendas del barrio. El zaguán, a la francesa, es digno de ver. Pero no suelen estar las puertas abiertas. Las puertas antiguas del barrio todo, las de madera labrada, son una seña de identidad. Han resistido a los vándalos. En el Alatriste tiene fama el pulpo. Y un pastel de hojaldre de receta secreta