Le corta las orejas Emilio de Justo
La primera puerta grande de la feria
Un lote infame para Morante, inédito
Palco generoso y protestado
Tres toros de muy buen nota
Madrid, jueves, 11 de mayo de 2023. (COLPISA, Barquerito). Foto: Alfredo Arévalo
Madrid. 2ª de abono de la feria de San Isidro. Primaveral, fresco, ventoso. Lleno. 23.900 almas. Dos horas y diez minutos de función. Seis toros de Justo Hernández. Todos, con el hierro de Domingo Hernández, salvo el primero, con el de Garcigrande. El quinto, "Valentón", de nombre, premiado con la vuelta al ruedo.
Morante, pitos en los dos. Emilio de Justo, ovación y dos orejas. Tomás Rufo, una oreja y silencio
DE LOS SEIS TOROS de Justo Hernández el único con el hierro de Garcigrande fue el primero. Falto de trapío, muy atacado de carnes, aire moruchón, una especie de tanque privado del instinto de embestir. Tan pronto asomar por toriles, provocó un coro primero de repulsa -el “¡Toros, toros…!” tan de las Ventas- y varios más de palmas de tango. Una bronca: contra presidente, veterinarios empresario y, naturalmente, el ganadero.
Morante salió en su momento con la espada de acero, cobró en la suerte contraria tres pinchazos y, aunque parecía listo para doblar el toro, optó por descabellar. No descubría el toro que, barbeando las tablas y recostándose en ellas, pasó por delante de las puertas de toriles y cuadrillas. Once golpes de verduguillo. Impasible, Morante adivinó que la bronca no iba por él sino por el toro en el arrastre. No fue el único. El cuarto de corrida, frío de partida, se frenó a capotes a las primeras de cambio, se repuchó al ser sangrado, reculó y, como si fuera toro pregonado, esperó en banderillas y se plantó luego sin más: ni una sola arrancada. Ni una sola vez hizo ni amago de pasar ni de tomar engaño. Manso de solemnidad, decían los clásico. Morante no perdió la compostura ni la flema, alivió con la espada sin disimulo. Cinco pinchazos y media. Todos los toros tienen su lidia, pero no este, candidato al más manso de la feria.
Antes de la salida de ese cuarto parecía haber cambiado el signo de la corrida. El segundo, hondo cinqueño y descarado, fue toro bravo y pronto, de seria conducta. Un viento desatado condicionó la faena de Emilio de Justo -intermitencias, descubiertas, la muleta como parapeto demasiadas veces- pero el toro respondió a muleta puesta y arrastrada, y también al ir librado en los de pecho. Mucho más claros los viajes por la mano derecha, y por ella se estuvo firme Emilio. Era el toro de su reaparición en las Ventas tras su gravísimo percance de abril en la que iba a ser su tarde de único espada, lo habían sacado a saludar al término del paseo y la faena del retorno, con sus golpes de viento, se midió por su carga sentimental tanto como sus propios riesgos. Dos pinchazos antes de una estocada.
El premio mayor, las dos orejas que le franqueaban la puerta grande, llegó después. Con un quinto de corrida, cinqueño, tan serio como sacudido de carnes, que salió galopando, pareció acusar el castigo en varas y rompió en la muleta sin demora. Haciendo el surco, planeando. Desde el primer viaje. Por las dos manos la misma entrega, el mismo ritmo, extraordinario. Una resistencia fuera de lo común. En el mismo son aguantó hasta el final y, por si faltaba algo, murió de bravo, lenta agonía celebrada con oleadas de aplausos y, en fin, la vuelta en el arrastre. No se le fue el toro a Emilio, aunque el viento amenazara con romperle los nervios. La faena, de mucho corazón, abierta en pausas breves de respiro, resuelta en un solo terreno, al borde de las rayas en terrenos de sol, fue desigual. Discretos los logros contados con la mano izquierda, mucho más redondos con la diestra, con un punto de aceleración, muy despatarrado el torero en las reuniones, pero seguro de que a los vuelos el toro venía siempre entregado. Una estocada de fe. La segunda oreja, ligeramente protestada no sin razones.
Pero también forzada después de que se premiara con una oreja de petición minoritaria el trabajo -faena y excelente estocada- de Tomás Rufo con un tercero de lindas hechuras, colorado y goloso, que también hizo el surco, como el quinto, pero no tanto ni tantas veces. Faena abierta precipitadamente, de rodillas y sin tregua, guiño a los impresionables, y de solo regular desarrollo. Algún muletazo espléndido con su mano buena, que es la izquierda. El sexto, el de más trapío de los seis, perdió mucho las manos justo antes de embroque, no resistió el toreo de mano baja y la cosa quedó entre dos aguas.