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Se torea como se és. Juan Belmonte

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Sevilla. Crónica de Barquerito: "Maestría de Morante, ambicioso Ginés Marín"

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Muy desigual, la corrida de El Torero cumple por los pelos en su retorno a la feria

Dos orejas del notable tercero para Ginés

Una para Morante por una faena sabia y torera


Sábado, 29 de abril de 2023. (COLPISA, Barquerito)

Sevilla. 13ª de abono. Veraniego. Casi lleno. 10. 800 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función. Un toro de Passanha despuntado para rejones y seis en puntas de El Torero (Lola Domecq Sainz de Rozas).

Antonio Ribeiro Telles, ovación. Morante, una oreja y ovación. Cayetano, silencio tras aviso y silencio. Ginés Marín, dos orejas y palmas tras aviso.

Notables los dos picadores de Morante, Pedro Iturralde y Aurelio Cruz. Dos sobrios pares perfectos de Juan José Trujillo al cuarto.

RECIBIDO CON una ovación de gala, Morante tuvo que salir a saludar después del paseo. Como es sabido, el toreo no tiene memoria, o no la tiene buena, pero el rabo del toro de Domingo Hernández del pasado miércoles todavía coleaba. El público de los sábados de farolillos en Sevilla suele ser accidental, condescendiente y festero, pero en el caso de Morante la causa parece del común. La faena del rabo ha tenido trascendencia. Hasta entró en cálculos que la fiesta se repitiera. No pudo ser.

La anunciada corrida de El Torero había entrado em la feria de la mano de Morante, que no renuncia a su idea de rescatar ganaderías proscritas en ferias mayores. Esta vez no era un rescate de encaste minoritario, sino de una ganadería, la de Salvador Domecq, que fue en las dos últimas décadas de siglo sangre matriz de muchas otras, incluidas las de su propia familia. Solo una cuarta parte del legado de Salvador Domecq está en manos de una de sus hijas, Lola, la titular del hierro y la divisa originales. Los toros de El Torero eran de partida la incógnita de la semana, una semana que han copado en la Maestranza en exclusiva toros de líneas y sangres Domecq. Treinta toros, de desigual condición. Pero dos de ellos, premiados con la vuelta al ruedo. Y un tercero que la mereció tanto como cualquiera de esos dos.

La corrida de marras fue de traza muy dispar. Desde un primero sin ningún trapío a un cuarto y un quinto grandullones, de cuajo más que sobrado y serios de cara. Tercero y sexto fueron los de mejores y más armónicas hechuras. El segundo, en el fiel de la balanza. Pareció un muestrario de líneas de la ganadería. Una especie de corrida de prueba.

La apuesta personal de Morante no se vio recompensada. El cuarto, el último y sexto toro que mataba en la feria, fue el peor de esos seis y de la corrida. El inocuo primero, frenado de salida, rompió a noble y dócil en sus manos, y en virtud de una faena de tantos y tan ricos matices, de tan abundante repertorio y tan sencilla maestría, acabó pareciendo un toro boyante. Tal fue el juego de prestidigitación de Morante. Los ayudados por alto a suerte cargada, molinetes de rangos y formas diferentes, un remate por alto con cambio de manos en la misma reunión de la suerte, las trincheras, los pases de la firma, un par de plásticos desplantes. La faena entera en un mínimo terreno, como es ya norma en Morante, y un talento especial para tener al toro siempre en vilo y en marcha, pero siempre en sus manos. En ese primer toro firmó después de dos varas un quite de cinco verónicas y revolera. Al cuarto, que iba a descomponerse demasiados pronto y a bramar como un poseso, le pegó de salida dos largas y ocho verónicas embraguetadas de auténtico lujo. El intento de armar faena, pese a lo incierto del toro, se topó con un muro. No perdió la paciencia Morante, cauteloso porque el toro llevaba la cara por las nubes y al cabo se paró en seco.

El toro completo, y el lote propicio, fue a parar a manos de Ginés Marín. El toro más sencillo, el segundo, a las de Cayetano. Resuelto, seguro y fácil, Ginés se acopló sin pruebas al son del tercero, que invitaba a todo, porque fue toro templado y pronto. La apertura de faena, variada, improvisada y frondosa, fue muy brillante. El desarrollo y la trama, no tanto. Los paseos olímpicos entre tanda la castigaron. Brillante fue el final y riguroso el sopapo. No fue letal la estocada y el toro tardó en doblar. Largo, el palco acabó sacando el pañuelo de la segunda oreja. Con la Puerta del Príncipe en el horizonte, Ginés se empeñó hasta la hartura con un lindísimo sexto que no tuvo ninguna fuerza y claudicó repetidamente. Cayetano tiró bellas líneas con el noble segundo, pero sin entrar en honduras y, desconfiado y fatigado, no lo pasó bien con el quinto, que estuvo a punto de afligirse, pero terminó peleando y pidiendo guerra. No era el momento.

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Cuaderno de Bitácora.- Los comercios chinos, que en Madrid han pasado a ser "tiendas de proximidad" (sic), son en Sevilla una rareza. No sé si tendrán alguna implantación en barrios periféricos, que lógicamente no figuran en el plano de Olavide. Tampoco es que me provoque particular curiosidad. Creo que el sevillano del común es refractario al comercio chino, entre otras razones porque la regla de los establecimientos es camuflar los escaparates para hacer opaco el lugar.

Sin escaparate, nada que rascar en una ciudad que ama hasta la pasión las apariencias, la compostura, la forma. Pero a las diez y media de la mañana, cuando iba camino de la Encarnación, se ha cerrado el cielo, han caído contadas cuatro gotas, amenazaba con caer muchas más y en el chino de Canalejas, enfrente del Donald, me he comprado por ocho euros un paraguas plegable diminuto made in China que no he llegado a gastar porque al salir del chino había dejado de chispear y estaba claro que iba a ser este sábado el sexto día de calor de la semana. No tanto como ayer. Tal vez porque había menos gente por la ciudad. La gente suelta.

Antes de tomar el atajito de Narciso Campillo para pasar de Santas Patronas a la calle Galera he reparado en que el restaurante Ciudad de Pekín, de "cocinas orientales" -china, japonesa y coreana- estaba cerrado y parece que para siempre. Un local bastante grande y de generoso escaparate, que en cierto sentido recuerda o recordaba los de las Chinatowns de Nueva York o Los
Ángeles. Los restaurantes exóticos han  proliferado en la Sevilla posmoderna, pero tengo la impresión de que no hacen fortuna. Aquí rige la ley del "de toda la vida" y la prueba más palpable es el Donald mismo. Cuando empezó a llover, todavía no se habían colocado las mesas de la terraza, la más larga y poblada de Sevilla, reservadas todas las mesas, pero a la vuelta de Puente y Pellón, de un hotel nuevo de postín, ya estaba Mariano, al pie del cañón, con su mandilón
de cuero, impecable, bolígrafo y teléfono en mano, ordenando y mandando sin pegar ni una voz. Me admira.

En el Cetina, el hotel de Puente y Pellón, se ha puesto Marc Lavie a enumerar y evocar ferias pasadas de Sevilla sin un solo error, con precisión algebraica, y entonces he pensado que quien proclamó un día la amarga verdad de que "el toreo no tiene memoria" no conocía a Marc Lavie. Marc pensaba que Morante iba a poder igualar una marca inigualable: la de César Girón que en los años 50 cortó en Sevilla dos rabos en la misma feria y en días casi seguidos. De todos los toreros venezolanos que hicieron en España carrera y fortuna, César Girón ha sido el mejor con diferencia,
una leyenda. Un nieto suyo, sevillano de cuna, intentó emularlo. Imposible.

Anteayer, en la grada de la Maestranza, plaza llena, detrás de mí se sentó una pareja. Él, con la locuacidad y la simpatía tan distintiva de los venezolanos, Ella, más callada. De pronto, enseñaron en el móvil que llevaban la foto de un torero en blanco y negro, y a los vecinos preguntaron si lo conocían o reconocían. Y nadie, ¿Cómo se llama? Rafael Ponzo, dijeron. Y entonces me volví y dije que lo conocí y le vi confirmar la alternativa en Madrid. No quiero ni contaros la alegría que les di. Me pidieron mi nombre, el de guerra, y por las mismas llamaron a su papá, que estaba supongo en su Maracay natal, y a Rafael le dio tanta alegría o más. Y me lo pusieron al teléfono. "¿Y qué hubo? ¿Y estás vivo todavía?" Me dejó confuso la pregunta, Pero ha sido uno de los momentos más felices de esta semana en la grada. Para refutar la idea de que el toreo no tiene memoria....

No he contado que el Cetina es un  hotel laberíntico, y que al fondo del laberinto, antes de salir prendidos del hilo de Ariadna, hay un patio silencioso y luminoso donde se puede charlar y escuchar. Es hotel caro.
Última actualización en Sábado, 29 de Abril de 2023 22:25