Dos orejas
Carácter de figura para darle la vuelta a un festejo que provocó protestas
Faena de riesgo y corazón con un difícil sexto
Corrida decepcionante de Victoriano del Río
Viernes, 28 de abril de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Sevilla. 12ª de abono. Estival. No hay billetes. 11.500 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Seis toros de Victoriano del Río. Tres -3º, 4º y 5º, con el hierro de Toros de Cortés. Los restantes, con el de su propio nombre.
Castella, ovación y silencio. Juan Ortega, silencio y silencio tras aviso. Roca Rey, una oreja en cada toro.
Sergio Molina y Manuel Quinta picaron a modo a tercero y quinto. José Chacón corrió a punta de capote al primero con categoría. Pares notables del propio José y de Antonio Chacón. Un quite providencial de Luis Blázquez en el sexto toro.
LA SORPRESA MAYOR de la feria fue una corrida de Victoriano del Río de muy impropia conducta. Cuatro toros cinqueños y solo dos cuatreños. No hicieron distingos de edad las señales canónicas de la mansedumbre: una querencia común a las tablas de toriles, salirse de los engaños o al menos intentarlo repetidamente, cabecear, echar las manos por delante o apoyarse en ellas, salirse sueltos de los caballos de pica, hacer hilo en banderillas o esperar, morir barbeando las tablas en busca de la puerta de salida.
No todo fue morralla. Primero y tercero tuvieron su lidia y su secreto, y sus terrenos definidos marcados por sus querencias. El sexto, tormentoso y cobardón, se acabó rindiendo a los encantos, la firmeza y el poder de Roca Rey, y faltó muy poquito para ser arrastrado sin las orejas. Una llevaba. La otra, Roca Rey en la mano. Al cabo de una tarde densa y tortuosa, a última hora, estalló de júbilo la inmensa mayoría, rendida a la arrogancia del torero peruano, a su manera de respirar impávido entre pitones sin un solo segundo de desmayo.
Por él se había colgado a mediodía el cartel de No hay billetes, por tercera vez en sus tres primeros compromisos del abono. Afrontó esa responsabilidad con carácter de figura del toreo, de figura de las de toda la vida. La corrida de Victoriano era de obligada presencia en Sevilla, y Roca, con derecho a elegir fecha y ganado, se había apuntado voluntariamente. La corrida -dos horas y pico para entonces- venía muy torcida cuando asomó el sexto, que volvió de partida grupas y apuntó sin disimulo a toriles. Impaciente, la gente se pronunció con un coro de palmas de tango, que iban por el toro. No fue fácil fijarlo. José Chacón, de la cuadrilla de Castella, echó una mano más que oportuna. El toro estuvo a punto de cocear el caballo de pica, tardeó y se blandeó en la segunda vara, y antes de banderillas se repitieron las palmas de protestas. Una papeleta.
No hubo brindis. Roca abrió por estatuarios en tablas: una tanda de seis sin rectificar, resuelta con trincherilla y natural de remate. Pareció tener el toro más trato de lo previsto, y lo tuvo. Tirando de él, Roca firmó y ligó una primera tanda de seis en redondo de mano baja, y el de pecho. Y enseguida otra de idéntico calado. Solo en línea se podía traer y llevar al toro, que, en la cuarta tanda, por la otra mano, pidió la cuenta. Entonces se encajó el torero limeño entre pitones y a puro huevo, sin perder ni un milímetro, obligó al toro y se lo enroscó una y otra vez. Cuando le pareció oportuno, se fue por la espada y se tiró a tumbar el toro como fuera. Y lo tumbó. La gente se dio de pronto por pagada.
El tercero de corrida fue el de querencia más marcada, en las rayas de sol, lejos de donde se lidian la mayoría de los toros de Sevilla. Ahí se fue a buscar Roca al toro para sin pruebas previas descararse y cobrar dos tandas ambiciosas, de hasta siete ligados en el sitio, y los remates de pecho notables. No se sabe por qué, Roca decidió sobre la marcha cambiar de terrenos al toro y la faena perdió su ritmo primero. Una estocada inapelable. Y una oreja por mayoría muy justa.
Salvo el segundo toro, todos pasaron en báscula de los 550 kilos, y por encima de los 550 el promedio. No fue corrida particularmente ofensiva, tampoco agresiva, pero sí la más badanuda y carnosa, la de más dispares hechuras y, aunque la pinta espectacular de un quinto sardo y un sexto salpicado burraco encareciera el escaparate, fue también la más basta de todas las vistas en la feria. El cuajo del primero, que llevaba la edad puesta encima, le dio carácter monumental. Frenado de partida, tomó capa con claridad y Castella se llegó lanceando hasta la boca de riego. Tras un buen comienzo de faena -y una tercera serie espléndida- la cosa decayó por prolongarse. El cuarto se paró. Juan Ortega estuvo firme de verdad con un segundo de nervio vivo que le avisó más de una vez y se embarcó con el quinto en larguísimo trasteo, de verdad valeroso, abierto con una soberbia tanda de doblones, pero arrumbada en cuanto el toro se puso a huir y huir y huir.