Un palco dadivoso y dos bravos toros de una corrida preciosa de Jandilla propician la cuarta salida a hombros en solo nueve días de la serie continuada de la feria
Jueves, 27 de abril de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Sevilla. 11ª de abono. Muy caluroso. 9.000 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Seis toros de Jandilla (Borja Domecq Noguera).
Manzanares, silencio tras aviso y silencio. Pablo Aguado, silencio en los dos. Tomás Rufo, dos orejas y una oreja, a hombros por la Puerta del Príncipe.
UNA LUSTROSA y muy noble corrida de Jandilla, de bellas hechuras, rico son, desigual de fuerzas y notablemente brava en banderillas. Con la sola excepción de dos toros: un segundo que, tardo y congestionado, se plantó como una estatua después de picado, y fue devuelto, y un sobrero, segundo bis, que casi hizo bueno al devuelto, se plantó en banderillas y a la media docena de viajes tomó el camino de las tablas. Ese sobrero rompía, además, con la armonía del resto de corrida, tan pareja y tan en tipo.
De los cinco toros de son, el tercero fue con diferencia el más completo. Codicioso, alegre, pronto, repetidor. Se empleó en el caballo, y de las dos varas, bien medidas, salió embistiendo por abajo. Eso no lo había hecho ningún otro toro de las siete corridas en puntas jugadas en la feria. Ni siquiera los tres premiados con la vuelta en el arrastre. Después de atacar sin desmayo, de querer a todo sin un solo renuncio y hasta de planear, tuvo una muerte de bravo por todo espectacular. Herido de estocada cobrada en la primera raya, el toro se salió en agonía y al paso hasta los medios, antes de llegar al platillo sufrió la tos y el tambaleo de última resistencia, y, cayendo a plomo, rodó sin puntilla. La muerte tan de bravo levantó un clamor.
No está claro si se pidió para el toro la vuelta más que merecida. Flamearon los pañuelos para premiar la estocada y una faena de Tomás Rufo que, tras una impropia apertura de rodillas, y ajustada cuando se trajo al toro, pecó por exceso de velocidad y, sobre todo, de no salirse del código de los dos pases fundamentales, aunque fuera en tandas algo desiguales de cuatro y cinco ligados. El toro admitía bastante más. El puntillero se tomó su tiempo para cortar la oreja pedida por mayoría, en ese tiempo creció la petición de una segunda oreja y el palco tiró la casa por la ventana: dos. Y no hubo más reconocimiento para el toro que el de una ovación en el arrastre.
A partir de entonces empezó a cocerse la intriga de si la Puerta del Príncipe iba a abrirse por cuarta vez en nueve días de feria. Y se abrió. Sin la categoría especial del tercero, el sexto jandilla, abrochado, precioso castaño lombardo, acompasado galope, pronto y elástico, fue, después de haber romaneado en una primera vara de medido castigo, el toro perfecto para la ocasión. Aunque claudicó en dos remates en las primeras tandas, se asentó enseguida. Más sereno que en su primer turno, Rufo se acopló y con la mano izquierda cobró dos tandas rigurosas, muy jaleadas. La música se había arrancado en la faena del tercer toro sin ser reclamada. Y en el sexto todavía antes. Una celebración por anticipado. Estocada. Y se abrió la puerta más famosa de Sevilla.
Primero, cuarto y quinto fueron toros propicios, pero de distinta manera, Con el bondadoso quinto, demasiado menguado de fuerzas, problema acusado cuando tocó pelear fuera de las rayas, estuvo centrado y a gusto Pablo Aguado. Faena breve de linda compostura, buen aire y torería, pero seguida con sorprendente frialdad. Manzanares, apurado y machacón con el primero, hizo intentos de templarse con el cuarto, que tuvo babosa embestida al ralentí. Solo intentos fallidos. A toro aplomado, se empeñó en matar recibiendo. Y no lo logró.