Cuatro toros sobresalientes de Victorino, un botín de cuatro orejas, dos de ellas para una faena extraordinaria de Manuel Escribano, tres horas de festejo, ambiente inmejorable
Sábado, 22 de abril de 2023. (COLPISA, Barquerito)
Sevilla. 6ª de abono. Veraniego. Casi lleno, 10.500 almas. Tres horas de función.Seis toros de Victorino Martín. El quinto, “Patatero”, premiado con la vuelta al ruedo. El Cid, que reaparecía, vuelta al ruedo y una oreja. Manuel Escribano, ovación y dos orejas tras un aviso. Emilio de Justo, una oreja y ovación tras un aviso.
LA CORRIDA DE Victorino fue un espectáculo. No por la fiereza ni por el dramatismo que de ella se deriva, sino todo lo contrario: por la nobleza, la fijeza, el temple y la entrega de hasta cuatro de los seis toros del envío. Por la bella estampa de la corrida toda también. Un segundo listísimo y predador, de agilidad felina y agresividad defensiva estuvo en el aire de las alimañas que alimentaron la leyenda de la ganadería casi tanto como el expediente de sus tantos y tantos toros de bandera.
El sentido de ese indómito toro encareció todavía más y por contraste las cualidades de los cuatro sobresalientes, que fueron, por lo demás, bastante distintos entre sí. Un primero de pasta flora, de bondad casi pajuna e infinita nobleza. Un tercero tardo que tuvo la virtud de ir a más y de entregarse sin reservas cuando vino enganchado. El cuarto y el quinto, de docilidad superlativa, tuvieron en común una virtud cara de ver: la de planear. El cuarto lo hizo con ritmo pautado; el quinto, al ralentí, imposible embestir más despacio. Ninguno de los cuatro pareció ver otra cosa que no fuera la muleta. Ni una mala mirada al torero de turno.
El toro que cerró corrida fue desde la misma salida el único propiamente temperamental. Castigado por una costalada y un entierro de pitones antes de varas, renqueó y, no de todo recuperado, fue toro de hacer sufrir, remolón y zapatillero por la mano izquierda, de serias embestidas sin terminar de descolgar por la mano izquierda. Como los cuatro de nota previos nota habían humillado tanto y tan incansablemente, esos viajes a media altura se dejaron sentir.
El año que Victorino Martín debutó en la feria de Sevilla con una corrida distinta de esta pero igualmente completa dijo que lo que más le llamó la atención del público de la Maestranza fue su manera de seguir y entender cada uno de los toros de aquella tarde. Esta vez se repitió al calco la situación: un público entregado a los toreros, sí, como casi siempre, pero puede que todavía más fascinado por la conducta de cada uno de los seis toros, incluyendo la alimaña que pareció torcer el rumbo de la corrida. Salvo el sexto, todos los toros se volvieron de salida al sentir cerrarse el portón de chiqueros. Suele ser señal de listeza. Pero no esta vez. Sin ser corrida ofensiva, le entró por los ojos a todo el mundo.
El Cid se llevó en su reaparición el único lote sin pero que ponerle. Consentido por la mayoría, se acopló sin problemas a las elásticas y pastueñas embestidas del cuarto toro. No redondeó con el primero, pero a los dos los mató de estocadas de riesgo, pero traseras. Escribano se jugó la piel y arriesgó lo indecible con la alimaña, tanto que la gente pasó miedo y la faena se vivió en continuo sobresalto, pero a cambio se encontró con el quinto, el que más al ralentí embistió, por las dos manos, y por las dos toreó con un pulso, una paciencia y una delicadeza insuperables. Los remates de tanda fueron en todas ellas muy distinguidos. Una estocada desprendida para acabar con la fiera, pero un espadazo sensacional para tumbar al quinto en medio de general delirio.
En el lote de Emilio de Justo entró el toro temperamental, y con él se empeñó en faena de méritos, pero demasiado larga, y el toro menos sencillo de los cuatro sobresalientes porque fue preciso engancharlo por delate y llevarlo muy tapado, y eso hizo, y hasta firmó una tanda memorable de hasta siete naturales ligados y abrochados con el de pecho. Una gran estocada para dar muerte al tercero, y dos pinchazos y una entera para poner fin a una fiesta de tres horas sin que nadie sintiera por eso fatiga. Estaba prohibido aburrirse.