Sin recompensa la fidelidad del torero de la Puebla a su ganadería predilecta
Tres toros buenos en la última corrida del abono de Sevilla, pero ninguno en su lote.
Domingo, 25 de septiembre de 2022. (COLPISA, Barquerito) Sevilla. 3ª de San Miguel. Veraniego, algo ventoso. 11.000 almas, casi lleno. Dos horas y veinte minutos de función.
Seis toros de Juan Pedro Domecq.
Morante, silencio en los dos. Ginés Marín, una oreja y silencio. Pablo Aguado, una oreja y silencio.
AL ASOMAR Morante por la puerta de cuadrillas rompió una ovación de gala que se mantuvo viva durante el paseíllo. Rotas las filas, estalló una nueva ovación todavía más rotunda que la anterior y Morante no pudo por menos de darse por aludido. Ni sombre de duda: iba por él y por su memorable faena del viernes pasado, cuyo eco se dejaba todavía sentir. Se salió Morante hasta la segunda raya y, destocado, correspondió al recibimiento con una ligera reverencia.
Era la sexta vez que Morante hacía el paseíllo en Sevilla este año, la última de sus seis tardes firmadas en el abono. Igual que en la primera, con una corrida de Juan Pedro Domecq. El piso de plaza había sido remullido por la mañana en una operación de casi dos horas y enarenado cuidadosamente después. Una operación sugerida por Morante, que durante la corrida del viernes se había quejado de lo duro del terreno. Después del arrastre de cada toro, los areneros repasaron todos los puntos de albero removido para dejarlo liso. Ni una arruga. Una alfombra.
Se exigió silencio religioso antes de asomar el primer toro de Juan Pedro. El ruidoso runrún previo se fue apagando poco a poco y tibiamente, como las luces de los teatros. Soplaba un poco de viento. El toro de más cuajo y peso de los seis del envío, colorado listón, largo y enmorrillado, muy finas cañas. Enganchó los tres lances de recibo de Morante, que quiso bajarle las manos porque lo vería demasiado levantado. Protestó el toro, salió huido, remató por arriba en tres estrellones no provocados, cabeceó cuando volvió a tomar capa, echó las manos por delante y, más que embestir, topó. Sobrevino de golpe el natural desencanto. Un puyazo, claudicación al salir de suerte, un segundo picotazo y en el remate de un lance besó la arena y bramó. La magia del enredo saltó en pedazos. Morante remojó la muleta para ganarle peso, por alto abrió faena con dos pases sencillos de toro pasa, abrochados con el de la firma, una trinchera y dos cambiados de postre. En el último ya no pasó el toro, que estaba echando los bofes y a punto de echarse. Una ruina. Media atravesada y un descabello.
No es una leyenda inventada la poca fortuna de Morante en los sorteos. Sin ser de tirar cohetes precisamente, en esta corrida hubo tres toros de buen aire: los dos del lote de Ginés Marín -el segundo de corrida fue por la mano derecha excelente- y el primero de los dos de Pablo Aguado, un tercero de hechuras muy parecidas a las del toro que rompió plaza, pero de son bien distinto.
El único toro castaño del envío fue el cuarto, el más corto y liviano de todos, nervioso de salida, de mucho correr sin fijarse, la conducta propia del toro corrido en exceso en el campo. No iba a poder gozarse del Morante muletero que obra prodigios, pero sí del Morante lidiador inteligente y preciso, capaz de convertir una brega de oficio en toreo de plástica y lógica. Los lances a capote plegado en el recibo en tablas, los de figura encorvada en el tercio a capote desplegado y por bajo para convencer al toro y despojarlo de su brusquedad primera, la paciencia para saberlo esperar tras su penúltima huida y, entonces sí, estirarse con cuatro lances seguros y media de remate perfecta.
Las dos largas con que dejó al toro en suerte para la segunda vara -el palo levantado, un puyazo solamente señalado- fueron del repertorio viejo. El toro pareció gobernado. Marín salió a quitar, pero el toro, metido por las dos manos, le hizo desistir. Rodilla en tierra, Morante abrió faena con cinco muletazos largos. Los tomó el toro dando señales de venirse abajo. En el tercio, tardo y probón el toro, Morante trazó tres redondos a compás. Luego, el toro se empezó a apoyar en las manos, a cobardear y a cabecear. Y se acabó. Morante cobró una estocada enhebrada que asomaba por el costillar derecho, sacó a pulso la espada con el verduguillo y remató con un solo y certero descabello. Como si se hubiera pinchado un globo.
Ginés Marín, en faena espaciada y cortada, acompañada gentilmente por la banda casi desde el mismo inicio, tardó un ratito en enfrascarse y embraguetarse por la mano derecha del segundo toro, que fue la honra del ganadero. Una tanda ligada excelente, tal vez algo escasa y sin continuidad. Faena en un solo terreno, pero de desigual sentido. Media estocada. El quinto, que hizo fu al caballo con solo verlo -baldón del ganadero-, salió en la muleta dócil, previsible, atemperado. Una faena ligera de Ginés, recibida con un sordo silencio de castigo, porque el toro dio para más de lo que se vio y eso que fue faena interminable.
Para Aguado un tercer toro que tuvo por la izquierda buen son y muy buen trato y un sexto de genio endiablado, correoso, pegajoso, listo y violento. Con el bueno se fue dejando ir en un trabajito de bastante primor, dicho con la espontaneidad y la compostura tan propia de su manera de torear, salpicada de gotas de escuela sevillana y, en fin, de innegable firmeza. Y entrega. Arriesgó con el sexto. No se escondió.