Tercero de una corrida de Santiago Domecq de bellas hechuras y notable condición
Bravura única, singular, acababa de cumplir los seis años del límite reglamentario
Bilbao, Sábado, 27 de agosto de 2022. (COLPISA, Barquerito)
Bilbao. 8ª de las Corridas Generales. Estival. 3.500 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función.
Seis toros de Santiago Domecq. El sexto bis, sobrero
Antonio Ferrera, vuelta y silencio. José Garrido, saludos y ovación tras un aviso. Leo Valadez, una oreja y silencio.
LA CORRIDA DE Santiago Domecq vino tapada al abono y en cartel de menor rango. Cinqueña en su totalidad y pareja no solo de pintas, de hechuras también, fue la corrida mejor presentada de las seis hasta ahora vistas. La de más edad y movilidad, la de mejor juego. Brava. Solo la desigualó un sobrero, sexto bis, único cuatreño del envío, grandón, altísimo, disparatado, basto como un furgón de mudanzas, muy comido y atacado de carnes, de menguado poder y pobre empleo.
También el toro devuelto, de amplia cuna, acodado y descarado, desigualaba la corrida por su fantástica arboladura. Trapío tuvo la corrida titular entera, pero ese último se salía por la tangente. Con todo su tremendo escaparate, fue de muy buen aire. En apenas una de sus primeras carreras enterró pitones en el duro piso de Vista Alegre y cobró de paso el volatín completo. De él cayó rendido a plomo. Se resintió del batacazo a ojos vista. Fijo en un primer puyazo cobrado al relance, perdió las manos al salir del caballo. El palco pareció apostar por él y aguantó con criterio protestas menores. Tendrían en mente la imagen del sobrero enchiquerado. Un segundo puyazo mínimo tomó el toro, que empezó a recuperarse después de sangrar. Un perverso capotazo de un banderillero cuando ya estaba para cambiarse el tercio lo hizo claudicar y lo echó al suelo. Reclamaron los paganos.
Ese capotazo impidió que se pudiera lidiar completa la corrida sorteada. Fue un jarro de agua fría. Después de la lidia del extraordinario tercero, la fiesta se había embalado. Los dos primeros ya habían sido de buena conducta, y del contento general, aplaudidos en el arrastre los dos, pero el tercero, de sobresaliente remate y muy particular belleza, se salió del cuadro.
Cuesta recodar un toro de todo lo que va de temporada en plazas de primera que galopara y embistiera con tanta categoría, que tomara con tan templado celo engaños y lo hiciera por las dos manos con casi idéntico son, y que, yéndose largo detrás de las telas, se abriera lo preciso antes de volver a venir y repetir con una codicia de nobleza insuperable. El dato singular es que el toro, número 36, Cotorrito, colorado listón, estaba tomando en este agosto la edad de seis años y que no hubiera podido ya lidiarse en ninguna plaza fuera del País Vasco y Navarra. Su fijeza a la espera de ser reclamado fue uno de sus más llamativos caracteres y por eso fue toro de llegarle antes de empezar a faenar o abrir tandas. En la espera creó la tensión propia del caso. Consciente o no, la mayoría subrayó las embestidas, que fueron como tres docenas, las tres del mismo nivel. El mexicano Valadez anduvo entre pensativo y decidido, más o menos compuesto, un punto cauteloso, pero sabedor de que la ocasión era única. La estocada fue excelente. Fue, desde luego, toro de vuelta al ruedo. En Madrid, en Sevilla, en Pamplona y… en Bilbao, pero el pañuelo azul se quedó colgado por dentro en el palco. La ovación en el arrastre, formidable.
Ni Ferrera ni Garrido estuvieron a la altura de las calidades de su lote. Ferrera anduvo premioso con un primero noble y codicioso, las fuerzas justas, y aunque pretendió torearlo con desmayo, el ajuste fue mínimo. Una tanda peleada de naturales fue lo mejor de un trasteo sembrado de pausas. Con el cuarto, sagradísimo en el caballo -todos los toros, de fina piel, llevaron sangre hasta la pezuña, pero este cuarto la manaba-, toques, tirones, voces y un estar sin estar en faena sin medida. Garrido se estiró a la verónica en el recibo del serio quinto -la cara a media altura por corto de cuello- y esos lances fueron su más brillante logro. Demasiado agarrado a la muleta, sin soltarse, no le perdió la cara a ninguno de los dos de su lote, tampoco al notable segundo, armado como los toros viejos, muy astifino. La faena del quinto fue interminable, aunque lo mejor fuera el remate al natural de frente ya a última hora. No pasó con la espada. Valadez tuvo la brillante idea de abreviar con el sobrero y corazón para matarlo por arriba.