TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Pamplona. Feria del Toro. Crónica de Barquerito: "Miura y Ferrera, un pobre espectáculo"

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El gesto de matar desinteresadamente seis toros en sanfermines queda diluido por el pobre juego y la pobre presencia de la corrida

 

Dos engañosas orejas de consolación.


(COLPISA, Barquerito)

Jueves, 14 de julio de 2022- Pamplona. 10ª y última de San Fermín. Tarde tórrida. 19.000 almas. Dos horas y cinco minutos de función. Seis toros de Miura. Antonio Ferrera, que toreó desinteresadamente, silencio, oreja, silencio, ovación, silencio y oreja. Sobresalientes, Álvaro de la Calle y Jeremi Banty. No intervinieron.

Andrés Revuelta y José Chacón, destacados con capote y banderillas.

FUE POR TODO un espectáculo pobre y espeso. Con brillantes prolegómenos: al término del paseíllo, sacaron a Antonio Ferrera a saludar al tercio y, enseguida, Ferrera convocó a los nueves banderilleros de las tres cuadrillas que vinieron con él para que le acompañaran alineados en la raya de fuera. El golpe de sorpresa, casi el único de la tarde, fue hacer salir del patio de cuadras a lo seis picadores montados. Los seis formaron pegados a las tablas del portón de cuadrillas. Y todos ellos, los dieciséis personajes en escena, saludaron destocados cuando cuajó una ovación de reconocimiento.

Entre los piqueros, Antonio Prieto, impecable hoja de servicios a lo largo de casi cuarenta años, que decidió celebrar su jubilación en Pamplona picando un toro de Miura. El toro de más romana de toda la octava de San Fermín: 625 kilos. El segundo. El más serio de una corrida entera cuatreña, la única de toda la feria, y el único que como miura legítimo se estiró de salida. Alto y largo, hondo también, linda presencia.

La promesa de toro fiero fue un espejismo. Las apariencias engañan incluso en un hierro tan inequívoco como el de Miura. Suelto y a su aire, en la puerta de chiqueros, querencia de mansedumbre, cobró una primera vara que peleó con genio. La segunda, de trámite, fue la única y última que Antonio Prieto puso sin apenas hacer sangre. José Chacón lidió con primor al toro, que miraba por encima de las esclavinas, y lo cerró corriéndolo a una mano por delante. Ferrera apostó por el toro en trasteo convencional y, como piden los miuras, breve. Dos tandas cortas, una tercera por la izquierda despaciosa. El toro echó el freno, remató por arriba protestando y estuvo enseguida apoyándose en las manos con esa chispa de intemperancia propia de su encaste. Tras un pinchazo arriba, Ferrera lo despachó de una habilidosa estocada sin puntilla.

El tercero tuvo salida propia de miura. Al ataque y levantado. Las manos por delante y claudicante, empujó en una primera vara de la que se salió suelto y cobró en la puerta una segunda. Ferrera abrevió en un ten con ten resuelto con tres muletazos de castigo previos a la igualada. Antes de eso el toro no había hecho más que defenderse, puntear y derrotar. Puesto por delante, no descolgó. Ferrera pinchó has nueve veces y solo al décimo intento enterró una estocada. Iba más de un hora de función y en ese instante pareció empezar a pesarle a Ferrera la corrida.

La tarde era de calor asfixiante y las peñas, inagotables, habían dejado de prestar atención. Tan solo les había motivado un par de intentos de saltar al callejón del toro que partió plaza, montado, alto y estrecho, descolgado de carnes, salinero de pinta, ni guapo ni feo, rebrincado y mirón. Ese primero le había enganchado a Ferrera demasiadas veces un capote de estreno, de seda verde oliva con las vueltas verde esperanza. De estreno pareció también un terno turquesa y oro con remates de filigrana y pasamanería blancas.

Tras el arrastre del tercero, Ferrera se acercó a la enfermería. Salió al cabo de cinco minutos o algo más. La corrida se tomó una tregua. Un pajarito sediento sobrevoló una grada de sombra y se acabó dejando caer en el callejón, en la zona de sol. No volvió a aparecer. La segunda mitad de fiesta no fue mejor que la primera. Quedó muy claro que la corrida de Miura no cumplía con la exigencia propia de la Feria del Toro. Por justa de trapío. Y porque después del desfile de siete corridas de tanta artillería, la comparación se hizo inevitable. El cuarto pecó, además, por anovillado, se escupió de los dos caballos de pica y fue en la muleta el más vivo y simple, de ir y venir. Para Ferrera fue como un respiro a tiempo. El único toro con el que anduvo a gusto. Atacando de largo y a paso de banderillas cobró una estocada tendida. Y tres descabellos.

El quinto fue, después del segundo, el toro de más serias hechuras. Nervioso de salida, se desplomó al sentir el hierro del primer puyazo, se repuchó en el segundo y fue en el último tercio muy deslucido: cabezazos, frenadas. Ferrera tiró por la calle de enmedio. Un pinchazo hondo, media, seis descabellos.

Y el sexto, con la gente muy cansada. No Ferrera, que pegado a tablas lo recibió con un heterodoxo farol y dos medios lances más en viajes de ida y vuelta del toro, castaño lombardo, abierto de cuna pero pobre de cara. Ferrera decidió picarlo, salió montado del patio de cuadras, la sorpresa apenas se celebró y el efecto fue menor. Se movió el toro bastante más que el promedio, pero sin terminar de fijarse ni darse. Trasteo agitadillo. Y a tiempo, una estocada de las buenas. Premio: la última oreja de la feria. Una de tantas.

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Cuaderno de Bitácora.- Hecho a las dimensiones de Burlada, al pasear a la una y media de la tarde por la avenida de Carlos III el Noble, he tenido la sensación de encontrarme en Nueva York. No lo digo por los rascacielos sembrados en el predio de los Salesianos al borde de la Media Luna, lo digo porque el edificio de Caixa Bank, en la esquina de la avenida de Roncesvalles, tiene la impronta de las construcciones del capitalismo norteamericano. Chicago y demás. El monumento al encierro recuerda una época de la grandilocuente escultura germana de primeros de siglo.

En el parque de Burlada hay un taller de escultura. Lo más trabajado son figuras de animales de piedra. Por ejemplo, ranas. Hay una fuente de ranas de dos tazas. Y algún animal mitológico suelto. En la pequeña rotonda de la calle de San Francisco con el camino de la Nogalera hay una escultura de metal de dos campanas superpuestas. Parece que en tiempos se llamaba campaneros a los naturales de Burlada. ¿Campaneros o cebolleros? No dije que en los huertos de San Juan se cultivan cebollas, ingrediente de tantos guisos del país. No de las pochas, desde luego. Estos han sido los primeros sanfermines de mi vida sin pochas. Treinta y cinco sanfermines con estos que acaban dentro de un rato. Las pochas que mejor me han sabido han sido de tres lugares bien distintos. Primero, medalla de oro, las del Hotel Aguirre en Oricain, donde viví en 1991 una convalecencia de diez días. Hacía un calor como el de estos días, pero el hotel, protegido por muros de piedra, estaba fresco. El edificio del Aguirre es singular. Y la cocina de Julián Aguirre, una síntesis de la alta cocina francesa y la casera navarra. Por ejemplo, las pochas. Julián ha dejado de cocinar por enfermedad, pero en el Aguirre hay pochas todo el año, Medalla de plata, las pochas del Rodero, el plato casta de la casa que durante veintitantos sanfermines he estado comiendo los días 7 y 14 de julio en las reuniones del jurado taurino de la Casa de Misericordia. Este año tuve que renunciar.

Y medalla de bronce, para el más moderno de los restaurantes de Burlada, que no tiene nombre, visible. Es el Latxa. En la primera esquina de la calle Hilarión Eslava entrando desde la calle Mayor. La esquina de Santa Quiteria. Aquí, en la Burlada pobre, muchas calles tienen nombre de santos. En el Etxabe no solían hacer pochas. Dije ayer que los hermanos Lecea eran de Echarri-Aranaz. Son de Alsasua., Alsasuanos de pura cepa. Alsasua, villa importante en la historia del toreo. Otro día habrá que contar por qué.

¡Pobre de mí!
La maleta por hacer
Última actualización en Jueves, 14 de Julio de 2022 21:50