Dos faenas de méritos mayores
Corrida variada de Fuente Ymbro con un quinto sobresaliente
Un palco caprichoso reparte tres orejas y niega la más reclamada
Viernes, 8 de julio de 2022- Pamplona. 4ª de San Fermín. Estival. Lleno. 19.000 almas. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo) Daniel Luque, vuelta y una oreja. José Garrido, silencio tras un aviso y una oreja. Álvaro Lorenzo, una oreja y silencio. Buena brega de José Chacón. Pares de mérito de Juan Contreras.
Pamplona, 8 jul. (COLPISA, Barquerito)
CUATRO de los seis toros de la corrida cinqueña de Fuente Ymbro fueron particularmente ofensivos. Dos de ellos entraron en el lote de Daniel Luque, que se batió el cobre y ganó la pelea sin despeinarse ni aparente esfuerzo. Como si tal cosa. Los otros dos, quinto y tercero, se abrieron en el reparto. El quinto, de muy bravo estilo de salida, solo cumplidor en el caballo y extraordinariamente codicioso en la muleta, fue el toro de la corrida. Murió de bravo. Lo aplaudieron con fuerza en el arrastre.
De los doce jugados en lo que va de feria ese quinto sacó ventaja a todos los demás. Ningún otro se había venido tan arriba después de picado. Ninguno había embestido con tanta entrega ni repetido de manera tan voluptuosa. La corrida toda acusó resabios o secuelas del encierro. También este quinto, el de más fijeza, el único que ni escarbó ni hizo amago de buscar con la mitrada el portón de corrales, que es una seña muy propia de los toros que han corrido el encierro de Pamplona. Bajo de agujas, corto de manos, largo, cuello muy elástico, al toro, que lo dio todo, le faltaron ligeramente las fuerzas que no se compadecieron con su sobresaliente ímpetu. Las embestidas en cascada fueron, a pesar de eso, espléndidas.
El toro desarmó en el recibo a José Garrido, y a Álvaro Lorenzo en un intento sin fortuna de quite tras la segunda vara. No hizo falta que Garrido lo reclamara a la hora de la verdad. A más el toro, Garrido pautó en pausas y respiros una faena bastante segura y cuyo ritmo marcó con el suyo propio el toro. Cada vez que Garrido salió de la cara a tanda cumplida, el toro se estuvo sin más. Una prueba de su bondad. Con la mano izquierda Garrido cobró dos notables tandas, que fueron la joya de la corona. El final por sedicentes bernadinas no hizo más que redescubrir la calidad del toro que de estocada trasera tardó en morir, en paralelo a tablas y sin recostarse en ellas.
Los dos espectaculares toros del lote de Daniel Luque rodaron sin puntilla. De estocada delantera de impecable ejecución el primero, más astifino imposible, de una seriedad monumental por delante. De espadazo hasta la bola tras un pinchazo arriba el cuarto, que fue el de peor nota de los seis. Tardo, quiso soltarse unas cuantas veces, se resistió en medias embestidas recelosas y solo gracias al empeño de Luque se acabó dando forzado en una estupenda tanda en ovillo obligado, la muleta puesta literalmente en el hocico como una tenaza. Se quedó debajo dos o tres veces, no rectificó Daniel en alarde de seguridad. Jesulín de Ubrique, ídolo irresistible de las peñas de sol en su día, estaba en el burladero de la Casa de Misericordia de punta en blanco y Luque lo sacó a la arena para brindarle esa faena tan sorda y tesonera. Las peñas no reconocieron a Jesulín. Ni casi nadie.
La otra faena, la mayor, la de méritos mayúsculos, fría cabeza y sangre caliente, la primera, se la brindó Luque al público. Para celebrar su vuelta a sanfermines ocho años después. Fría la gente: las peñas, pendientes de su diario desahogo coral, demasiado ajena la sombra, La Pamplonesa, mano sobre mano. Y, sin embargo, las calidades, el riesgo y el sereno oficio de Daniel terminaron por meter a todo el mundo en el negocio. Pronto, ágil y temperamental, escarbador, distraído, un punto incierto, el toro fue una prueba muy difícil. Y la manera de pasarla y resolverla Luque, un ejemplo de su facilidad, disposición y valor. Los muletazos embraguetados, la firmeza de plantas y el buen sentido del toreo se dejaron sentir y se hicieron querer. Hubo petición ruidosa y unánime, pero, en la decisión más sorprendente que se recuerda en sanfermines, el presidente, en manos de un asesor Rasputín, se atrincheró y no sacó el pañuelo. La vuelta al ruedo, clamorosa, fue un desagravio. Y al cabo, la bronca al palco más sonora que se recuerda,
El tercer fuenteymbro, muy astifino, fue muy bondadoso y noble, casi pajuno, dócil. Álvaro Lorenzo anduvo entonado con él y en terreno bien elegido, los medios. Garrido optó por la fórmula temeraria del toreo de rodillas con un segundo que escarbó como un poseso y punteó protestando un poco. El sexto, que galopó de salida y empujó de bravo en una primera vara, se paró después de banderillas. Y en una corrida de tan engrasado motor en general eso llamó la atención. La de Lorenzo fue faena serena pero sin brillo.
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