TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Pamplona. Feria del Toro. Crónica de Barquerito: "La festiva corrida del centenario"

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Ambiente fantástico, un botín de ocho orejas, buena corrida de Cuvillo, a hombros Hermoso, El Juli y Roca Rey, y una faena antológica de Morante sin particular eco


Jueves, 7 de julio de 2022- Pamplona. 3ª de San Fermín. Centenario de la plaza de toros. Soleado, ventoso. 19.800 almas. No hay billetes. Dos horas y cincuenta minutos de función.Un toro despuntado para rejones de San Pelayo (Pedro G. Moya) y seis de Núñez del Cuvillo. Pablo Hermoso de Mendoza, dos orejas. Morante, ovación y una oreja. El Juli, una oreja en cada toro. Roca Rey, dos orejas tras un aviso y una oreja. Sacaron a hombros a Hermoso, El Juli y Roca Rey. Brega notable de Álvaro Montes y Javier Ambel.

Pamplona, 7 jul. (COLPISA, Barquerito)

EL PRÓLOGO DE LA corrida del centenario tuvo dos partes. La primera, el plebiscito obligado del 7 de julio que aplaude o condena al señor alcalde de Pamplona. Vestido de gala, el alcalde saludó chistera en mano a tirios y troyanos al hacer su aparición en el palco. La división de opiniones fue formidable. La segunda, un toro despuntado de sangre Murube abanto de partida y encelado después con el que Pablo Hermoso se lució más que a modo, pecó por exceso y se apeó casi en marcha tras clavar un rejón de muerte contrario y casi fulminante. Antes del paseíllo, una representación de las peñas hizo entrega en tablas de sol a la comisión taurina de la Casa de Misericordia de un regalo. Así de sencilla fue la ceremonia del centenario de la plaza de toros. La megafonía no pudo abrirse paso entre el clamor cantante y sonante de las peñas, de riguroso uniforme todas ellas y coprotagonistas indiscutibles de la fiesta, que, como se temía, duró casi tres horas.

 

El primero de los seis toros en puntas de Núñez del Cuvillo saltó a las siete en punto. Bajo de agujas, bella pinta melocotón, cargado de culata, fue toro con plaza, un punto incierto por la mano izquierda -en un arreón después de la primera vara estuvo a punto de arrollar a Morante- y, la cara a media altura, desganada embestida, fue y vino a remolque de una faena profusa y trabajosa. Ataviado con un atrevido terno de estreno que pareció rendir homenaje a Pamplona -chaquetilla de seda encarnada con bordados blancos de pasamanería, taleguilla blanca sin apenas oro y faja roja-, Morante se empeñó en forzar al toro y traérselo en tandas separadas que aliviaran su falta de aire y pobre entrega. Hubo exquisiteces, sabio y difícil toreo en la media altura y la soltura propia de Morante, que remató faena con un singular desplante abrochado con un molinete.

Tres toros más tarde, en el cuarto de sorteo, iba a llegar una faena de suntuoso compás y de una despaciosidad antológica, servida en bandeja para enredar y convencer a un toro de Cuvillo, único cuatreño del envío, estrecho y altón, pasado de carnes, que, escupido del caballo de pica, se había llevado puesto un quite de tres verónicas a cámara lenta con la firma del mejor Morante. Brindada al público, también esta faena fue profusa, pero tuvo mejor hilván y más seguro acento que la otra, porque, dueño del toro, Morante toreó a placer, jugando con los vuelos, colocación impecable, acariciando las embestidas a su antojo, ligando sin rectificar en un palmo de terreno y abriendo apenas mínimas pausas. Desde la apertura con ayudados por alto genuflexos -postales extraordinarias- hasta el gracioso molinete de cierre, fue faena completa, igual de bella por las dos manos, soberbios los de pecho en los broches. La estocada al encuentro fue muy precisa. Y, sin embargo, este cuarto -ya quinto de corrida- fue el toro de la merienda y las peñas la siguieron con la distancia propia del caso. Comiendo a dos carrillos. Y mucha gente de sombra, también. La vuelta al ruedo de Morante oreja en mano sí se celebró a lo grande.

Una oreja para Morante y siete más que se repartieron Hermoso -dos-, El Juli -una y una- y Roca Rey, dos y una. No se recordaba otra igual. Tan espléndido botín dejará señalada la corrida del centenario. Y de otra manera, la corrida de Cuvillo, que vino variada de pintas y capas. Melocotón el que abrió el fuego, negros los tres últimos, castaño lombardo el segundo y jabonero el tercero. Uno de los jaboneros famosos de la ganadería. Con él justificó su papel de torero predilecto de Pamplona -peñas y no peñas- Roca Rey, que abrió faena con un cañonazo: de rodillas en los medios para una tanda temeraria, de hasta tres cambiados por la espalda intercalados, que puso al rojo vivo el ambiente. Faena incandescente, en los medios, a puro huevo, sembrada de muletazos de largo trazo, abiertos en distancia que el toro agradeció, y señalados por su ajuste y la postura vertical innegociable en las formas del torero peruano, que acabó encajado en cercanías, arriesgando y consintiendo sin titubear ni dejar de respirar tranquilamente. Una auténtica tormenta.

El toro castaño, con aire de toro viejo, fue en manos de un Juli tan templado como resuelto y firme casi un juguete, gobernado sin piedad por abajo en faena de rica ligazón y graciosas soluciones de antiguo repertorio: faroles, trincherillas, manoletinas. Ni un solo enganchón en faena larga pero intensa, A este toro lo hizo rodar El Juli sin puntilla. Y al quinto, que se vino abajo tras un prometedor comienzo, también. Con la gente cansada -no las peñas, que estrenaron en el último toro una versión coral del “Vino griego”- Roca Rey volvió a hacerse querer en una faena de distintos episodios. Un toro como una malva, apagadito y bondadoso, y una segunda parte de faena de las llamadas de sol: de rodillas y para y por las peñas, que la jalearon como un acontecimiento.

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Cuaderno de Bitácora.- Al cabo de tres años, Burlada no ha cambiado tanto. Con la lluvia de ayer los pájaros de la gran jaula del parque trinaban felices. Ha crecido el número de pavos reales, que se pavonean en el tejado de alambres y cristal de la jaula. En la jaula chica, las cotorras, ellas solas. Españolas, no argentinas, de ronco acento. El parque está espléndido. El palacio Uranga estaba cerrado por día festivo.

La ciudad ha crecido pero sólo en la margen occidental de antigua carretera de Francia, que atraviesa Burlada de punta a punta sin una sola curva. En la margen del río conviven los restos de la Burlada rural y vieja, las primeras colonias obreras años treinta de casas de dos alturas y
cuatro viviendas, las colonias años sesenta de fachada de ladrillo y esos bloques de ciudad soviética, alturas de ochos pisos en calles estrechas que parecen comerse la luz. Y el ayuntamiento nuevo, que es como un inmenso panteón de mármol negro. Las instalaciones deportivas son muy generosas.

En la Burlada nueva los bloques de edificios son todos soportalados y por los soportales corre el aire, fresco y apacible en verano pero se supone que un castigo en invierno.

Lo malo es lo de Pamplona. Tres rascacielos monstruosos elevados sobre lo que fue el predio del colegio de los Salesianos, junto a la ronda de la Media Luna -uno de los tres grande paseos panorámicos de Pamplona- han destruido la imagen de la cornisa antigua de la ciudad, uno de
sus mayores encantos, su emblema de ciudad fortín. Destrozo irreparable.
Hace daño a la vista. Si pudieran taparse, todavía...
Ambiente fantástico, un botín de ocho orejas, buena corrida de Cuvillo, a hombros
Hermoso, El Juli y Roca Rey, y una faena antológica de Morante sin particular eco.
Pamplona. 3ª de San Fermín. Centenario de la plaza de toros. Soleado, ventoso. 19.800
almas. No hay billetes. Dos horas y cincuenta minutos de función.
Un toro despuntado para rejones de San Pelayo (Pedro G. Moya) y seis de Núñez del
Cuvillo.
Pablo Hermoso de Mendoza, dos orejas. Morante, ovación y una oreja. El Juli, una oreja
en cada toro. Roca Rey, dos orejas tras un aviso y una oreja. Sacaron a hombros a
Hermoso, El Juli y Roca Rey.
Brega notable de Álvaro Montes y Javier Ambel.
Pamplona, 7 jul. (COLPISA, Barquerito)
EL PRÓLOGO DE LA corrida del centenario tuvo dos partes. La primera, el plebiscito
obligado del 7 de julio que aplaude o condena al señor alcalde de Pamplona. Vestido de
gala, el alcalde saludó chistera en mano a tirios y troyanos al hacer su aparición en el
palco. La división de opiniones fue formidable. La segunda, un toro despuntado de
sangre Murube abanto de partida y encelado después con el que Pablo Hermoso se lució
más que a modo, pecó por exceso y se apeó casi en marcha tras clavar un rejón de
muerte contrario y casi fulminante. Antes del paseíllo, una representación de las peñas
hizo entrega en tablas de sol a la comisión taurina de la Casa de Misericordia de un
regalo. Así de sencilla fue la ceremonia del centenario de la plaza de toros. La
megafonía no pudo abrirse paso entre el clamor cantante y sonante de las peñas, de
riguroso uniforme todas ellas y coprotagonistas indiscutibles de la fiesta, que, como se
temía, duró casi tres horas.
El primero de los seis toros en puntas de Núñez del Cuvillo saltó a las siete en punto.
Bajo de agujas, bella pinta melocotón, cargado de culata, fue toro con plaza, un punto
incierto por la mano izquierda -en un arreón después de la primera vara estuvo a punto
de arrollar a Morante- y, la cara a media altura, desganada embestida, fue y vino a
remolque de una faena profusa y trabajosa. Ataviado con un atrevido terno de estreno
que pareció rendir homenaje a Pamplona -chaquetilla de seda encarnada con bordados
blancos de pasamanería, taleguilla blanca sin apenas oro y faja roja-, Morante se
empeñó en forzar al toro y traérselo en tandas separadas que aliviaran su falta de aire y
pobre entrega. Hubo exquisiteces, sabio y difícil toreo en la media altura y la soltura
propia de Morante, que remató faena con un singular desplante abrochado con un
molinete.
Tres toros más tarde, en el cuarto de sorteo, iba a llegar una faena de suntuoso compás y
de una despaciosidad antológica, servida en bandeja para enredar y convencer a un toro
de Cuvillo, único cuatreño del envío, estrecho y altón, pasado de carnes, que, escupido
del caballo de pica, se había llevado puesto un quite de tres verónicas a cámara lenta

con la firma del mejor Morante. Brindada al público, también esta faena fue profusa,
pero tuvo mejor hilván y más seguro acento que la otra, porque, dueño del toro,
Morante toreó a placer, jugando con los vuelos, colocación impecable, acariciando las
embestidas a su antojo, ligando sin rectificar en un palmo de terreno y abriendo apenas
mínimas pausas. Desde la apertura con ayudados por alto genuflexos -postales
extraordinarias- hasta el gracioso molinete de cierre, fue faena completa, igual de bella
por las dos manos, soberbios los de pecho en los broches. La estocada al encuentro fue
muy precisa. Y, sin embargo, este cuarto -ya quinto de corrida- fue el toro de la
merienda y las peñas la siguieron con la distancia propia del caso. Comiendo a dos
carrillos. Y mucha gente de sombra, también. La vuelta al ruedo de Morante oreja en
mano sí se celebró a lo grande.
Una oreja para Morante y siete más que se repartieron Hermoso -dos-, El Juli -una y
una- y Roca Rey, dos y una. No se recordaba otra igual. Tan espléndido botín dejará
señalada la corrida del centenario. Y de otra manera, la corrida de Cuvillo, que vino
variada de pintas y capas. Melocotón el que abrió el fuego, negros los tres últimos,
castaño lombardo el segundo y jabonero el tercero. Uno de los jaboneros famosos de la
ganadería. Con él justificó su papel de torero predilecto de Pamplona -peñas y no peñas-
Roca Rey, que abrió faena con un cañonazo: de rodillas en los medios para una tanda
temeraria, de hasta tres cambiados por la espalda intercalados, que puso al rojo vivo el
ambiente. Faena incandescente, en los medios, a puro huevo, sembrada de muletazos de
largo trazo, abiertos en distancia que el toro agradeció, y señalados por su ajuste y la
postura vertical innegociable en las formas del torero peruano, que acabó encajado en
cercanías, arriesgando y consintiendo sin titubear ni dejar de respirar tranquilamente.
Una auténtica tormenta.
El toro castaño, con aire de toro viejo, fue en manos de un Juli tan templado como
resuelto y firme casi un juguete, gobernado sin piedad por abajo en faena de rica ligazón
y graciosas soluciones de antiguo repertorio: faroles, trincherillas, manoletinas. Ni un
solo enganchón en faena larga pero intensa, A este toro lo hizo rodar El Juli sin puntilla.
Y al quinto, que se vino abajo tras un prometedor comienzo, también. Con la gente
cansada -no las peñas, que estrenaron en el último toro una versión coral del “Vino
griego”- Roca Rey volvió a hacerse querer en una faena de distintos episodios. Un toro
como una malva, apagadito y bondadoso, y una segunda parte de faena de las llamadas
de sol: de rodillas y para y por las peñas, que la jalearon como un acontecimiento.
Última actualización en Viernes, 08 de Julio de 2022 21:30