Con el sexto, una emotiva, templada y cumplida faena de Toñete Catalán, que se presentaba en las Ventas. Calidad particular y estilos diferentes de seis novillos de traca
Madrid, 21 may. (COLPISA, Barquerito)
Lunes, 21 de mayo de 2018.- Madrid. 14ª de San Isidro. 15.500 almas. Primaveral, ráfagas de viento, encapotado tras el arrastre del tercero. Descargó un violento diluvio durante la lidia del sexto. Dos horas de función. Seis novillos del Conde de Mayalde. Pablo Atienza, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos. Alfonso Cadaval, de Sevilla, nuevo en esta plaza, saludos y silencio. Antonio Catalán “Toñete”, de Madrid, nuevo en esta plaza, saludos y una oreja.
La brega precisa de Agustín Serrano con el tercero. Pares notables de Miguel Martín y Fernando Sánchez.
LA NOVILLADA DEL Conde de Mayalde fue extraordinaria. Era la segunda de las tres del abono y vino a cumplir con una curiosa costumbre: no hay temporada en Madrid en que una novillada no rompa los moldes y se salga del cuadro. Los seis novillos, los seis. Cada uno de una manera. De pinta idéntica los dos primeros, negros salpicados, más alto y más hecho el segundo que el primero; un tercero negro listón; dos castaños, cuarto y quinto, pero de líneas y estilos diferentes; y un sexto que en cuajo se salió por la tangente, pero fue la guinda perfecta de un sabrosísimo menú.
Pastueño el primero de corrida, que, suelto de varas, hizo amago de irse más de una vez y fue por eso el de menos nota, pero también el más sencillo de torear. Descolgó el segundo nada más salir y estirarse, y embistió con la prontitud de la bravura y una gota de temperamento si no iba metido propiamente en engaño. El tercero, de ritmo más regular que los dos primeros, fue de nobleza y fijeza muy particulares. Con solo unas tibias palmas se había arrastrado el gran segundo. El arrastre de ese tercero sí provocó una ovación cerradas. De hechuras sensiblemente diferentes a los otros cinco, tal vez el goterón de sangre Contreras que pervive en la ganadería de Mayalde, se empleó con particular son.
Tuvieron más plaza y más carácter los tres novillos de la segunda mitad. Belicoso el cuarto, con su posible goterón de Contreras también. El quinto salió a galope tendido como un cohete, remató en dos burladeros como para haberse desgraciado o haber hecho astillas las tablas de los dos, sobrevivió a dos lesivos puyazos traseros, no se quebró después de un volatín completo y a pulso ni tampoco tras un entierro de pitones casi sucesivo, y vino a engaño sin duelo.
El sexto se jugó en dantescas circunstancias: un violentísimo diluvio, tronaban los cielos, rayos y centellas, los tendidos vacíos tras una desbandada por las bravas. Un derribo en el momento en que la lluvia arreció furiosa y tan copiosa que ya en banderillas se había embarrado el ruedo a pesar del excelente drenaje de las Ventas. Con la lluvia se vino arriba el toro, pero a la vez templándose.
Y, en prueba de ambición, afición y fondo, se vino arriba también Toñete Catalán, capaz de acoplarse con el toro desde el primer muletazo, de asentarse firme sobre piso enlodado, de jugar los brazos y las manos para, siempre a muleta puesta, templarse sin impostura sino de manera natural. Sereno, bien encajado y todavía mejor colocado, tandas tiradas en medida perfecta, Toñete firmó la que sin duda será la faena más emotiva y redonda de toda su carrera de novillero.
Esta era la tarde de su presentación en las Ventas al cabo de dos años de rodaje. De tan frondosa y épica faena la joya fue una tanda con la izquierda dibujada sin arrebato, enganchada por delante, el remate clásico en la cadera, la ligazón en el punto, y el remate de pecho. Todo el trabajo se subrayó con clamor desde gradas y andanadas cubiertas. Clamor creciente, faena rampante. Una estocada perpendicular bastó.
Qué menos que un novillero entregado con una novillada de tanta categoría. El toro de Morante, digamos. El toro del que habla Morante cuando habla de torear como se le antoja a esa clase de toros. Mientras iban apareciendo los novillos de Mayalde se hizo inevitable la figuración. La del toro de Morante, que no torea en San Isidro, pero dejó hace dos años dispuesto que el ruedo de las Ventas se aplanara en un solo nivel. Y eso que agradecieron los seis de Mayalde. No es que Pablo Atienza o Alfonso Cadaval se vieran desbordados -demasiado movidos o despegados, sí, afanosos, pero sin dar con la tecla- pero con atreverse y no más no bastó esta vez. La ocasión fue de oro.
Postdata para los íntimos.- Hay quien sostiene que la feria de San Isidro tenía que durar tanto como la de Sevilla. Diez días o así. La feria, no el abono. Con un abono de entre treinta y cuarenta corridas al año se sostendría la economía de la plaza de Madrid, pero sin tener que meter treinta en treinta días uno detrás de otro. Los defensores de la feria de treinta días consideran un logro mayúsuculo lo del mes completo y sin respiro. Hay un periodista francés -no daré el nombre, no doy pistas- que sin ánimo de cambiar el mundo pero preocupado por el provenir, y por el presente, acaba de abrir un debate: plantea reducir los abonos o trocearlos. Y muchas cosas más. Están sonando muchas alarmas a la vez y, sobre todo, una: la de la salida a bolsa, subasta o concurso de la plaza de toros de Bilbao. Largo asunto. Hoy pensaba hablar del veneno de las berenjenas, pero en pleno diluvio he pensado que la de hoy era la fecha perfecta para haber acabado la feria. Y que el abono siguiera dentro de un par de semanas. No se sabe bien si la primavera es corta o larga. Demasiado larga la feria.