TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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CASTELLON. Crónica de Barquerito: "Seriedad de Varea"

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El torero de Almassora debuta como espada de alternativa ante sus paisanos, suma y hace méritos, gana crédito. Una prueba compleja: un encastado toro de Juan Pedro de casi 600 kilos

Castellón, 26 mar. (COLPISA, Barquerito)

Domingo, 26 de marzo de 2017. Castellón. 6ª y última de feria. Soleado, fresco. Tres cuartos de plaza, 6.000 almas. Dos horas y veinte minutos de función. Un minuto de silencio en memoria de Manolo Cortés. Seis de Juan Pedro Domecq. Todos, del hierro de Veragua, salvo el quinto, del de Parladé. Enrique Ponce, saludos en los dos. López Simón, una oreja en cada toro. Varea, saludos y una oreja Picó bien Puchano al sexto, que apretó de bravo. .

EL TORO DE LA CORRIDA de Juan Pedro fue el sexto. Casi 600 kilos, castaño, serio el cuajo, abierto de palas, astillado al rematar de salida. La talla de los juampedros del hierro de Veragua parece haberse disparado. Ese sexto confirmó la regla de la mayor altura del toro de nuevo cuño. Poderoso, de movilidad y entrega llamativas. La casta, patente de salida y en un puyazo de los de empujar de verdad, y en banderillas también. Y después de banderillas y hasta la hora de doblar. El toro de más volumen de cuantos se han lidiado en Valencia y Castellón las dos últimas semanas. Ni el más completo ni el de mejor nota. Entraría en el sexteto selecto.

El papel de la corrida era el torero del país, de la vecina Almassora, Varea, que no se había estrenado todavía como matador de alternativa en Castellón. La alternativa fue en Nimes en mayo del año pasado, no estuvo anunciado en Fallas y era, por tanto, novedad. Estaba con él la inmensa mayoría. Al terminar el paseo, las cuadrillas, descubiertas, guardaron un minuto de silencio en memoria de Manolo Cortés, el distinguido torero de Gines. Por guardarse ese breve luto, no se pudo recibir a Varea con la ovación prevista y esperada, que solo rompió antes de soltarse el tercero de corrida. Un toro sin el aparato ni el volumen ni la alzada del sexto. Tendencia a soltarse de salida. Varea, con fama bien ganada de capotero largo, tuvo que esperar al quite tras una primera y única vara para quitar con dos despaciosas verónicas de raro trazo –por anchas más que largas, bien empapadas las dos- y un lindo recorte. Noble y sencillo el toro, alguna mirada a tablas, una embestida cada vez más perezosa y un apagón final. La faena de Varea, abierta con doblones genuflexos de buen aire, fue toda entera de rayas afuera, de ortodoxa composición, ajuste en el toreo en la suerte natural pero no en los cambiados de remate, exageradamente abiertos. En el torero cambiado por abajo, la trincherilla académica, hubo brillo bueno. Y un desplante improvisado. No entró la espada.

Sensación de torero en agraz, pero evidentes los progresos. No solo la seguridad al andar por la plaza, al llegar a la cara del toro o salir de ella, la manera de pisar. También los nervios bien sujetos. Y esa gravedad de carácter que ya distinguía a Varea en sus primeros pasos de novillero. A esa gravedad se ha sumado un acento del repertorio sevillano, probablemente legado por quien fue hasta el pasado invierno su mentor, Curro Molina, ilustre banderillero de Alcalá de Guadaira y, en privado, notable muletero también.

Saltó, en fin, el sexto toro. Ponce se había llevado en el reparto los dos toros de pobre nota: un primero andarín y renegadote, y un cuarto que se estrelló contra dos burladeros en otros tantos remates de trompazo por querer saltarlos y pagó después de banderillas las secuelas de los dos trastazos, arrastró cuartos traseros y se apoyó mucho en las manos. Con el cuarto, al que tumbó de buena estocada, se entretuvo más de la cuenta. Con el otro no. Los dos toros de López Simón salieron buenos: el segundo metió la cara y repitió, y el quinto, del hierro de Parladé, trotecillo prometedor de salida, tuvo esa rara virtud que es en un toro el temple, o sea, la embestida acompasada. Las dos faenas de López Simón, firme en las dos bazas, tomaron antes o después, y previo cumulo de muletazos, la vía del efectismo, los cambios por la espalda intercalados, el desplante frontal y los circulares inversos.

El saludo de Varea al sexto fue una sorpresa: en tablas una larga afarolada en pie, que es de salida lance de riesgo y mucho color. No hubo manera de templarse y acoplarse con las arrancas tempestuosas antes de varas, pero Varea firmó media verónica espléndida y una revolera singular. Al rematar un quite de tres verónicas más tensas que calmosas sufrió un desarme. En banderillas pareció que al toro no le habría sobrado una segunda vara, pues, venido arriba, galopó y apretó. En la muleta fue de mucho atacar sin tomarse respiros ni llegar a descolgar propiamente, y de revolverse si no iba del todo metido en el engaño.

Todo eso prestó a la faena emoción propia porque Varea no volvió la cara, ni se tomó ventajas en los momentos de apuro, se embraguetó con la diestra en toreo a suerte cargada, trató de enganchar toro por los vuelos con la zurda, remató tandas con caras trincherillas o con esos sedicentes pases de pecho tan remarcados. De modo que no perder la pelea fue casi tanto como ganarla. En el segundo asalto, y no el primero, entró la estocada cobrada al salto y con la fe de torero nuevo.