Notable reaparición tras un año de ostracismo del joven torero de Benimaclet, que resuelve con frescura, ideas, valor y ambición. Corrida muy armada de Pedro Capea Valencia, 16 mar. (COLPISA, Barquerito) Miércoles, 16 de marzo de 2016. Valencia. 6ª de Fallas. 5.000 almas. Nubes y claros, fresco, algo de viento. Con luz artificial los dos últimos toros. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros de la familia Capea. Primero y sexto, con el hierro de Carmen Lorenzo. Segundo y cuarto, con el de San Pelayo. Tercero y quinto, con el de El Capea. El Soro, pitos y silencio. Jesús Duque, saludos y palmas tras aviso. Román Collado “Román”, vuelta al ruedo y una oreja. LA ÚLTIMA CORRIDA en puntas que Pedro Capea lidió en Fallas fue antes del año 2000. El siglo pasado, dicen. Entonces salió un toro particularmente agresivo. Lo mató Morante. Al cambiar el siglo, los Capea pasaron de golpe a lidiar solo en festejos de rejones todos los toros de sus dos hierros. El de la C mayúscula, de Carmen Lorenzo, y el del ancla de Moreno Santamaría, anunciado a nombre de los hermanos Pedro y Verónica Gutiérrez Lorenzo, los hijos del ganadero. Y de la ganadera. A esos dos hierros vino a sumarse un tercero, el de San Pelayo. La ganadería de los hermanos se anuncia ahora como El Capea, el apodo de Pedro hijo, matador de toros.
Todos los toros capea, cualquiera que sea o haya sido el hierro, proceden de una fracción de Urquijo-Murube que se ha ido transformando al cabo de tres decenios. El toro murube acarnerado clásico –tan visible en Bohórquez- es ahora rara avis en casa de los Capea. Y, en cambio, las cabezas chatas, los cuellos melenudos y las cuernas en corona tan de Urquijo se dejan por norma ver en Lorenzo, en San Pelayo y en Capea. Y cuando Miguel Ángel Perera y Verónica Gutiérrez se decidan a debutar como ganaderos, cuarto hierro de la familia, se multiplicará la fórmula. Convertidas en ganaderías predilectas y casi de cámara de Pablo Hermoso de Mendoza, sus camadas de cuatreños se venían lidiando despuntadas. Juego perfecto para las galanuras del toreo a caballo: resistencia, movilidad, celo en general bondadoso, ritmo, el tranco apacible del toro de Murube. Llevaban tiempo tratando de convencer al ganadero para salirse de los rejones y volver a los orígenes. A las corridas en puntas. Ésta de Valencia fue la primera. Lo primero que se vio fueron precisamente las puntas de una corrida de impecable y afiladísima arboladura. Muy astifinos los seis. No hizo falta ni buscar el hierro –entraron en liza los tres- porque la corrida fue de parejo escaparate y, además, de condición relativamente similar. El reestreno o segunda salida de Pedro Capea con toros en puntas y en compromiso mayor no fue brillante. No solo por comparación con el promedio tan alto de las corridas de rejones de los últimos diez o quince años. Sino que ninguno de los seis toros del envío cumplió con el canon de la ganadería, que es el ir de menos a más, de la fría salida a la pelea templada y hasta caliente. Fue común a los seis la nobleza, solo que la del toro que abrió fiesta quedó inédita –El Soro no se dio la menor coba, pidió la espada a los cuatro viajes y se acabó- y la de los demás tuvo el contrapunto de la falta de motor o empuje. Más salidas sueltas y menos ganas de luchar de lo previsible. La vuelta de los Capea a las lidias ordinarias y el regreso de un joven torero del país, Román, que, tras un par de brillantes cursos de novillero puntero, se vio condenado en 2015 a un inexplicable ostracismo sin haber cumplido ni el primer año de alternativa. Esta corrida fue, sobre todas las cosas, la del rescate de Román: su frescura de antes, su valor sin aparato, su capacidad de discurrir. Su ambición, que parecía de pronto haberse estado rumiando durante el año de condena prematura al olvido. Muy hermosos los lances de recibo del toro de la reaparición: una verónica de rodillas en el saludo –gesto mayor- y en seguida lances de exquisita calidad, las manos bajas, el vuelo sutil, el ajuste, la manera de dejar llegar al toro, la firmeza. Un galleo de frente por detrás antes de varas y, después de picado el toro, un gran quite de cinco saltilleras o valencianas –el quite invención del primer Vicente Barrera- abrochado con una airosa brionesa. En el mismo platillo. Y ahí arrancó una faena de encender la traca con uno, dos y casi tres cites de rodillas a los que el toro acudió acostándose y soltándose, hasta que, en la vertical, ligó Román el natural con dos de pecho auténticos. El segundo de ellos, soberbio. El toro, que se abría tanto como se acostaba, hizo amago de rajarse. Y casi del todo. Buen trabajo de Román. Sin método aparente, pero en el tercio, primero, y en tablas después acertó a sujetar al toro, a pegarle con la izquierda una segunda tanda de refinado trazo. No volver la cara al riesgo, atreverse con casi todo, ni un temblor. Sin ser faena redonda, trabajo más que brillante. Una estocada contraria sin muerte, dos descabellos. No cundió la petición de oreja. No había perdonado Román ninguno de sus quites en los dos primeros. En el primero de todos, tres puyazos y quite de tercer espada, por tafalleras; en el segundo, por tafalleras y chicuelinas, con revolera y brionesa, lance que traza con peculiar maestría. Tampoco perdonó el quite en el quinto, por villaltinas. Al sexto de corrida se fue Román a esperarlo de rodillas frente a toriles, más cerca del platillo que de la segunda raya. Lo libró de larga cambiada con caída o derribo en plancha; y al momento, otra larga de rodillas en el tercio, y una tercera, y una cuarta. Y fue un clamor, que subrayó esos alardes tanto como dos delantales ajustadísimos y el floreo de una serpentina. Está siendo feria de mucho toreo de capa y Román se apuntó a la antología, que será extensa. Este sexto hizo hilo en banderillas y parecía guerrero. No tanto. Deslumbrado por los focos, sin cuello para descolgar, de empujar más con los pechos que con los riñones, se aplomó demasiado pronto y cabeceó después de puntear. La cara arriba. A pesar de todo, el tesón de Román para apurar como fuera los medios viajes regañados y siempre provocados del toro. Por aquí y por allá, mucho ajuste, sin sufrir. Valiente, valiente. Y una formidable estocada soltando el engaño. Un éxito cabal. Otro torero para el cambio. El Soro se sintió desamparado ante el primero de corrida pero se pegó el gustazo de pegarle al cuarto dos mandiles perfectos en el saludo y, a compás abierto, cuatro verónicas revoladísimas, preciosas, de ir ganado terreno. Y la revolera sacada por debajo de las rodillas. No le convino el toro en la muleta porque tomaba adentros al paso y esperaba en el viaje afuera. Jesús Duque se llevó en el sorteo los dos toros de mejor condición: un segundo más manso que bravo pero de particular bondad y un quinto más de combatir, que sería, quién sabe, pariente remoto de aquel otro del siglo pasado. Dos trabajitos desiguales: desigual el asiento, desigual la fe, a ratos confusas ideas. Un punto de precipitación, otro de ligereza, cierta machaconería. No esperaría tanto toro el torero de Requena. Le fue fiel su gente. Postdata para los íntimos.- Las calles, tomadas por las comisiones falleras, que desfilan con sus bandas. El desfile informal, ensayo general de las dos marchas de ofrenda. Alguna fallera suelta y sola, no importa la edad. Como estrella errante del ocaso. Sin flores en la mano no se es nadie en esta tierra. Las fallas, "plantás" desde anoche. Pero hacía tanto frío que no se animó la gente. Si uno no lee los libretos de la falla, no entiende nada de lo que la falla representa. Hay cicerones que explican el significado de la falla al que sea al recién llegado. Solo que las redondillas y otros ripios son de traducción nada sencilla. Y, luego, la gracia es un arcano para quien no conozca la vida política de la ciudad. Las fallas de primer nivel, sobre todo la del Ayuntamiento, no necesita explicación. Un desnudo colosal. Arderá.