TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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"Madrid, plaza de carros". Artículo de Domingo Delgado de La Cámara.

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Yo no vi lidiar las dos novilladas que Moreno Silva había presentado en las Ventas en 2008 y 2009. Los toristas me contaron que habían sido el no va más de la casta y la bravura. Fue Íñigo Crespo quien me advirtió que de eso, nada. Según él, las novilladas habían sido un avispero de mansedumbre y mal estilo. Vista la de ayer, está claro que Íñigo tenía razón. Hacía años que no veía unos novillos tan mansos y con tanto sentido como el cuarto y el quinto. No me extrañaría nada que estuviesen “meneaos”. Si no estaban toreados, lo parecía. El resto de la novillada tampoco fue precisamente un dechado de bravura. El primero también fue muy difícil y, los otros tres, mansos igualmente, aunque manejables. Bravo no hubo ninguno.

Pues bien, muchos de ellos fueron ovacionados frenéticamente en el arrastre, lo que demuestra la incultura taurina a la que ha llegado la plaza de Madrid. Una plaza que desprecia la bravura y adora la mansedumbre; una plaza que ataca a los buenos toreros y aplaude a los malos; una plaza caprichosamente benevolente algunas veces y cruel sin necesidad las más. Un auténtico patio de Monipodio. Ya está bien de dorar la píldora a la afición de Madrid. Es lamentable que un coso con una afición tan mala, tenga tanta trascendencia y sea tan decisivo.

La novillada la trajo la empresa para halagar y estar a bien con el sector radical. Para matarla puso a tres chavales de muy escaso bagaje. Claro, los mentores de los novilleros con posibilidades no aceptan para sus pupilos semejante encerrona. Los chicos, sin el oficio preciso para salir con bien de tan tremendo trago, naufragaron en toda regla. Los pitos del tendido para subrayar el fracaso fueron una muestra de sadismo que retrata a la perfección la esquizofrenia de nuestra plaza.

El problema está en que el toro actual se deja torear casi siempre y no presenta excesivos problemas y se ha olvidado el toreo a la defensiva y de destrucción de toros malos. Ya nadie sabe doblarse con un toro ni machacarlo metiéndose en los riñones. Cuando a un matador de postín le sale un marrajo, no sabe qué hacer. Cuando le sale a un chaval, apaga y vámonos porque los novilleros no tienen ejemplos en quien fijarse.

El primero iba con la cara por las nubes y, después de veinte arrancadas regulares, aprendió y se puso imposible. Paco Chaves dejó una estocada atravesada y el tiempo se le fue intentando sacarla. Grave error. Cuando el toro es malo y el tiempo apremia, toda la vida se ha entrado a matar sin sacar el estoque anterior. Tres avisos, pero el toro no fue al corral porque el último espadazo le había hecho pupa.

El cuarto era el morucho de las capeas de antaño. Tenía pinta de toreado. La lidia fue un desastre, empeñados en picar a toda costa en el tendido ocho. Mal hecho. A los mansos hay que picarlos donde se pueda hacer más rápidamente y con menos capotazos. En esta marea de capotazos, el toro aprendió arameo (latín ya sabía). Y Chaves cogió las banderillas. ¿A quien se le ocurre tal y como estaba el toro? No pudo poner el último par. Incapacidad total para doblarse por bajo y meterse en los riñones del marrajo. Los chicos de ahora no saben ni siquiera quien era Domingo Ortega. Lo mató como pudo.

Miguel Hidalgo tuvo un novillo sosorro que solo aguantó dos series de muletazos. El bajonazo muy feo. Le tocó en suerte la otra alhaja de la novillada: el quinto. Después de otra lidia desastrosa, el toro llegó a la muleta como dormido y distraído, pero en cuanto lo veía claro, se venía al pecho. Tenía un sentido infernal y el muchacho, desbordado, no supo qué hacer. Tres avisos y los cabestros se llevaron a tan “interesante” ejemplar.

Antonio Rosales era el más endeble de la terna. Está muy justito de todo. Dios debió apiadarse de él y le protegió poniéndole delante lo más potable de la novillada. Su primero hasta tuvo un buen pitón derecho. El otro pasaba con la cara alta, pero sin incordiar. Rosales no tiene un gramo de valor. Se los echa muy fuera y nunca se queda quieto. La izquierda ni la toca. Menos mal que no le cayó ningún novillo como el cuarto o el quinto. Podría haber sufrido una desgracia. Y ese Domingo Navarro trabajando a destajo toda la tarde, siempre presto al quite. Y es que siempre está bien colocado mientras los demás no suelen estarlo.

¡Dios mío!¡Qué novillada!¡Pobres muchachos!