TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

  • Incrementar tamaño de la fuente
  • Tamaño de la fuente predeterminado
  • Decrementar tamaño de la fuente

MADRID. Crónica de Barquerito: "Ferrera y dos toros de Adolfo, gran espectáculo"

Correo Imprimir PDF

La segunda corrida torista del abono, variada y seria. El torero extremeño, tan valiente como inteligente, se consagra como maduro maestro. Valerosos Castaño y Aguilar

Madrid, 30 may. (COLPISA, Barquerito)

Jueves, 30 de mayo de 2013. Madrid. 21ª de San Isidro. Lleno. Nubes y claros. Primaveral. Se invirtió el orden de lidia de los dos últimos toros por percance menor de Castaño: una leve cornada en el pulgar de la mano derecha.

Seis toros de Adolfo Martín. Corrida hermosa, variada y seria. Espectaculares los jugados de cuarto y sexto, que fueron nobles, bravos en varas, de excelente aire y muchísima plaza. Primero y tercero dieron juego. Muy violento el segundo; extraordinariamente incierto el quinto.

Antonio Ferrera, de habana y oro, saludos y una oreja. Javier Castaño, de perla y oro, silencio y vuelta tras aviso. Alberto Aguilar, que sustituyó a Iván Fandiño, de blanco y plata con remates de oro, saludos y silencio tras un aviso.

Tito Sandoval, certero, medido y delantero en tres puyazos al sexto, fue muy ovacionado. Saludaron en sus dos toros los banderilleros de Castaño, Adalid y Fernando Sánchez.

CON TRES TOROS DE LA corrida de Adolfo Martín se vivieron emociones mayores. Primero, cuarto y quinto de sorteo. Cuarto y quinto, cinqueños, vueltos, veletos y cornipasos, fueron toros distintos pero igual de espectaculares. Escarbó de fiero y no de manso el cuarto, que se resolvió de partida con cierta agresividad pero estilo formidable, se atemperó en banderillas y tardeó entonces más de lo previsto, y, aunque tuvo fijeza en la muleta, se aplomó demasiado pronto. Era un toro más entrepelado que cárdeno y, por el nombre, Baratillo, de la reata infalible de los Barateros de Albaserrada, de línea Ibarra, como cantaba la cabeza acarnerada.

El quinto de sorteo se soltó de sexto por imponderables. Castaño estaba siendo intervenido de una cornadita en el pulgar de la derecha. Toro de hechuras todavía más hermosas que el cuarto. Cárdeno capirote, muy marcado el listón negro. Las proporciones áureas: las manos cortas, la cruz de altura media, buenos pechos, ancas redondas, finos cabos. El galope de esos dos toros, que se daban aire de parentela, fue de salida muy bello de ver. El uno, con una velocidad de vértigo, propia de la fiereza pero en viajes humillados; el otro, con estilo de pura sangre. Este quinto, o sexto, se hizo de rogar para ir al caballo hasta tres veces, pero las tres lo hizo galopando con el mismo estilo de salida. Tardos en banderillas uno y otro, se entregaron en las reuniones de los pares con la misma fe que en el caballo. El sexto hizo el surco de tanto humillar al embestir, repitió con tranco del caro o al ralentí, según. Con algo más de empuje, habría sido un toro de bandera.

El toro que abrió el desfile fue muy de otra manera. Un señor pavo, de cuajo rotundo, badanudo, alto de agujas, veleto de gruesas mazorcas, cuellicorto. Justo de motor, un punto remiso, de sorprendente fijeza, muy noble. Hubo un tercero de corrida, veleto y casi paso, de mutante carácter pero combativo. Y, en fin, dos toros muy complicados: un segundo de mucha viveza pero que pegó tarascadas sin cuento y un sexto de sorteo, quinto en saltar, sumamente incierto, orientado, frenado pero también felino cuando buscó o cortó. El conjunto tuvo la virtud de variedad y, además, la fortuna de ser corrida con una segunda mitad mejor que la primera, que no fue mala sino todo lo contrario.

Dos toros de los de mejor aire y fondo, primero y cuarto, tuvieron, además, la suerte de encontrarse con un Antonio Ferrera en estado de gracia. Brillante, serio, inteligente y valeroso en las dos bazas. Competente, solícito y atento como director de lidia, y tanto que una parte no menor del espectáculo estuvo en sus manos, en su capote de brega, en la manera de sujetar y fijar no sólo sus dos toros sino los dos de Castaño también. Un concierto de recursos, por tanto. Y la pureza del toreo a la verónica de salida, a puro huevo, perfecto encaje, manos bajas y templadísimo vuelo. La madeja de siete verónicas en los medios y la media en el saludo del cuarto fue espléndida; los lances para fijar yu recoger al primero, también.

Con este cumplió una faena serísima, templada y acompasada a pesar de que hubo que tirar siempre del toro o aguantarle entre pitones sin titubear. Y cruzarse desenfadadamente o pisarle el terreno donde el noble se rinde, y ese fue el caso. Trabajo de gran autoridad, en un palmo de terreno, casi el mismo donde el 2 de mayo cumplió en las Ventas su gran faena a un toro de los Lozano. La estocada fue extraordinaria por todo.

El cuarto de corrida le duró a Ferrera menos de lo que deseaba y esperaba. El derribo en la primera vara fue para el toro muy lesivo –tardaron en alzar al caballo demasiado-; el segundo puyazo, un fastidio; un ingenioso y casi dramatizado tercio de banderillas –con cruces, carreras por delante, cambios, regates y recortes- pasó factura. Por la cantidad de tiempos muertos, mala para el toro tardo. Y este se aplomó. Fino Ferrera para medir los ataques y los tiempos, firme para traerse a pulso al toro por las dos manos. Ni siquiera con la voz. Silencioso toda la tarde el torero extremeño. Hablaron los hechos. Otra excelente estocada, un descabello. Una oreja, gran triunfo que marcó distancias notables con los dos compañeros de terna.

Muy de verdad los dos. La sinceridad, la resolución y el sitio de Alberto Aguilar con el tercero de la tarde, su calma cuando le protestó debajo el toro; y el corazón suficiente para no atragantarse ni apurarse con el incierto quinto, que habrá sido uno de los tres más difíciles de San Isidro si no el que más. Castaño tuvo que cortar por lo sano con el segundo, que, agarrado al piso pero violento al atacar, le pegó un pitonazo en la mano y se lo pegó con el pitón de salida o de fuera, que no es fácil. Tenía puntería el toro.

Al bravo sexto se encargó de lucirlo en varas –la ayuda de Ferrera fue entonces clave, la puntería y la monta de Tito Sandoval también-, dejó que la cuadrilla hiciera en banderillas encaje de puntilla y, en fin, se atrevió con el toro a la hora de faenar. Una faena de corazón, segura, de mucho oficio, y de todavía más emoción que oficio, pero con un lastre: faltó ligar tres seguidos por cualquiera de las dos manos del toro. Dos sí, pero antes del tercero se cortaba el hervor que provocaban a medias la embestida tan por abajo y el temple de tela tras el toque certero. También ese exquisito toro se aplomó un poquito. Al ralentí los viajes. Todo en un solo terreno: las rayas casi frente al burladero de capotes. La espada entró tarde y tendida.

Postdata para los íntimos.- La glorieta de de Sor Justa Domínguez de Vidaurreta, con su islita de magnolios y abetos alpinos, está al final de la calle del Pintor Moreno Carbonero, un historicista de otra época. Sor Justa debió de ser una monja caritativa. Cuando se baja por Moreno Carbonero -muchas farolas en la acera de los impares, casas abandonados en los pares- hay, antes de la glorieta, un edificio de ladrillo neomudéjar que fue seguramente un asilo. Uno de los asilos de la Guindalera y la Prosperidad, que fueron barrios hermanos hace un siglo y pico

En realidad, la Guindalera tenía por límite la calle de Cartagena. Este asilo de Sor Justa es parte de lo que la guía de Suarez Ynclán llama el arrabal. Un arrabal bastante más grande que el propio barrio. La frontera norte de la calle de Cartagena es como un río, un río que hay que cruzar. La calle falsa que cerca la entrada del Apóstol Santiago, una de los primitivos centros deportivos de Madrid, se llama Eduardo Vicente. Eduardo fue uno de los mejores pintores del Madrid arrabalero, pero de arrabales más propios: Embajadores, Peñuelas, Delicias y el Puente (de) Toledo. En realidad, Eduardo fue más un dibujante o ilustrador que un pintor. En las escenas de ese Madrid siempre hay papeles volando y hojas caídas. La calle es triste. La más triste de la Guindalera. No es ni calle.

En cambio, la de Camilo José Cela es una avenida de cuatro carriles y dos direcciones, con medianera de árboles crecederos, y moreras y prunos en las aceras. Creo que se llamaba antes la avenida o calle de Boston. Donde el estrangulador.Por eso tantas farolas. El río de Boston,Massachussets, tiene nombre de persona: Charles. El río Charles. Dámaso Alonso le dedicó un poema bastante interesante. El Charles es algo así como cuarenta veces más ancho que el Manzanares. Puentes de hierro unen y separan Boston de Cambridge. En Cambridge está la famosa universida de Harvard y, además, el Instituto Tecnológico de Massacchussets, el célebre MIT. Nada de Facebook y demás tontunas. Ahí se trabaja.