MADRID. Feria de San Isidro. Crónica de Barquerito: "Sebastián Ritter, herido"

Lunes, 10 de Junio de 2019 00:00 administrador
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Una cornada en un quite le priva de vérselas con el único toro notable de la tarde

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Premiado Eugenio de Mora, entregado con ese toro.

Madrid, 10 jun. (COLPISA, Barquerito)

Lunes, 10 de junio de 2019. Madrid. 28ª de San Isidro. Primaveral, algo de viento. 11.559 almas. Dos horas y media de función. Por cogida de Ritter, se intercambió el turno de salida de los dos últimos. Seis toros de El Ventorrillo (Fidel San Román). Eugenio de Mora, silencio tras dos avisos, silencio y oreja tras dos avisos en el sexto, que mató por cogida de Ritter. Sebastián Ritter, saludos tras un aviso. Cogido por el cuarto en un quite. Cornada grave en el muslo derecho, tercio medio, de 20 cms. que lesionó la vena safena y produjo destrozos en los gemelos. Francisco José Espada, silencio tras dos avisos y silencio tras aviso.

UNA CORRIDA CINQUEÑA con el inconfundible aire de sobrante de camada. De fea y embastecida traza los tres primeros, deformes. Larguísimo y corto de manos un cuarto de 600 kilos. Con peso casi idéntico el sexto de sorteo, de cuajo particular y buena alzada. Bien armados los cinco, pero solo el segundo entró en el cupo de los toros propiamente descarados. En lote con el descarado entró un quinto de sorteo de muy bella capa –retinto albardado- y, aunque algo cabezón, hechuras armónicas. Le daba realce el cuello rizado. Ligeramente vuelto de cuerna, bajo de agujas, corto de manos. Jugado en último lugar, fue con diferencia el toro de la corrida.

 

Para el colombiano –de Medellín- Sebastián Ritter estaba el toro. Se cruzó por medio el destino. O sea, el azar mismo del toreo. En una inopinada salida para quitar en el cuarto, Ritter se abrió fuera de las rayas y citó de frente. El toro, que no se había  empleado hasta entonces sino celosamente y sin fuelle, escarbó al reclamo y cuando entró en suerte lo hizo acostándose y sin rematar viaje. Ritter pudo librar seguidas dos chicuelinas de caro ajuste y muy rápido giro. En una tercera, enredado con el capote, perdió pie, cayó de espaldas y quedó a merced del toro. En un solo derrote, una cornada en la pantorrilla que tiñó de sangre las medias. No llegó ni a ponerse de pie.

Al infortunio de la cornada accidental vino a sumarse otro más: perder la opción de refrendar con el toro retinto las muchas cosas buenas de que hizo gala en su primera baza, con el toro descarado, que protestó en varas más que ninguno de los otros y pareció de alarmante falta de fijeza. En el recibo, en tablas, Ritter lo paró con firmes lances ceñidos y suaves, bien dibujados, bello juego de brazos.

Los brazos, o las manos, la suavidad y una delicadeza singular fueron expresión de un toreo por los vuelos encarecido por dos razones mayores: el toro pegó por la mano derecha muchos cabezazos, al repetir traído a engaño se encabritaba y rebañaba, y, no es que se negara, pero medía. En eso anduvo la emoción del primer tramo de faena, marcado por la quietud y la serenidad de Ritter, y su natural compostura. Cambios sutiles de terrenos, que desengañaban al toro, y una segunda parte de notables logros: al natural, un toreo despacioso, enroscado, de mucho tragar y refinado encaje. Entonces reaccionó la mayoría. Solo un pecado: prolongar faena con todo hecho y firmado, y buscar la temeridad innecesaria Media estocada y, sin apoyos, tres golpes de descabello. Un aviso, pero quedó el regusto bueno.

La faena de Ritter fue como un oasis. El primero de corrida solo pegó trallazos, desarmó a Eugenio de Mora dos veces y, aculado en tablas, murió de manso. Al tercero, lámina de bisonte, le hizo una faena de mucho insistir Francisco José Espada. Y de estar encima, perder pasos y no escatimar afanes, pero no ver la luz. De Mora estuvo machacón el toro que hirió a Ritter y que, ahogado, no podía desplazarse apenas. El segundo de lote de Espada, rebrincado en viajes inciertos o informales, enterró pitones dos veces y fue, por las dos partes, más un querer que un poder.

Y el retinto, que pareció un regalo, porque tuvo por la mano izquierda temple del bueno –viajes humillados, gesto de toro entregado- y vino por la derecha de largo después de pensárselo y escarbar pero sin renegar. Con oficio de veterano, Eugenio de Mora se lo trajo por la diestra de largo en hasta cuatro tandas, de más ligazón que ajuste, algo aparatosas, y, sobre todas las cosas, le pegó con la mano izquierda una tanda extraordinaria. Tras ella, otra en redondo, más cerquita y rehilando. Una estocada defectuosa sin muerte. Sonaron hasta dos avisos. Pero valió el conjunto una oreja bien ganada.

Postdata para los íntimos.- Ya montados, los picadores hacen el corro en el foso de caballos como media hora antes de empezar el desfile. El corro en el foso del patio de caballos. Los seis picadores y los seis caballos. Solo hay un tordo en fase blanca. Cuando se encoge y dobla en el ataque de un toro, recuerda un poco el tristísimo jamelgo desnudo del célebre cuadro de Zuloaga. "La víctima de la fiesta". El cuadro se expone solo hasta otoño en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Zuloaga conoció la época de los caballos muertos sin peto y sobrevivió al peto protector casi veinte años. El cuadro es de antes del peto. Desgarrador.
Esa especie de tiovivo de los caballos en el foso de las Venas parece un baile de salón comparado con las escenas de hace un siglo. Desde los miradores de los corredores de tendido alto y gradas se puede contemplar a diario la maniobra. Se dice "vestir" un caballo por cargarlo de pertrechos protectores, los petos y sus manguitos. El mismo caballo vestido y sin vestir parece dos caballos distintos. Salvo el tordo. Garbanzo negro. La casaca de los piqueros es una pieza elegantísima. El mismo picador vestido de oro y de paisano en la fonda son dos piezas diferentes.

 

Última actualización en Martes, 11 de Junio de 2019 18:47