MADRID. Crónica de Barquerito: "La importancia de Emilio de Justo"

Domingo, 10 de Junio de 2018 00:00 administrador
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La reaparición del torero cacereño en las Ventas al cabo de una década se traduce en grata sorpresa: seriedad, valor, capacidad. Una corrida distinguida de Victorino

Madrid, 10 jun. (COLPISA, Barquerito)

Domingo, 10 de junio de 2018. Madrid. 34ª y ultima de San Isidro. Corrida de la Prensa. 24.000 almas. No hay billetes. Primaveral, templado. Dos horas y cuarto de función. En una barrera de sombra, el Rey Felipe, acompañado de Victoria Prego, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid. El Rey fue calurosamente aplaudido al aparecer y al recibir los brindis de los tres espadas. Seis toros de Victorino Martín. Manuel Escribano, silencio en los dos. Paco Ureña, saludos tras un aviso y silencio tras aviso. Emilio de Justo, silencio tras aviso y saludos tras aviso.

Pedro Iturralde cobró con el segundo un primer puyazo excelente. Dos buenos pares de Morenito de Arles, que saludó. Quites muy oportunos de Pérez Valcarce.

NO PAREJA, PERO CASI, la corrida de Victorino fue una de las mejor hechas, rematadas y presentadas de la feria. Dos entrepelados por delante, vueltos de cuerna los dos; y cuatro cárdenos después. El tercero, de impecable trapío, estampa inconfundible, victorinísimo. El quinto, abierto de cuerna, completó lote  con el segundo, menos ofensivo que los demás.

 

Los seis toros tuvieron plaza. Los que se movieron más -segundo, tercero y quinto- y los que no tanto. Los que se encontraron a Escribano a porta gayola en decisión discutible y de saldo opuesto: el primero, no hizo por él, pero el cuarto de rebeló con una fiereza extraordinaria. Los que apretaron en los lances de recibo con el celo pegajoso tan distintivo de la ganadería y del encaste, y en particular el bellísimo tercero.

Los distraídos, como el primero, que, suelto del caballo después de haberse empleado, vino solo al pasito, la cara alta y en embestidas tan prontas como cortas. Los bondadosos, que los hubo, como el segundo, que antes de banderillas ya había descolgado y humillado y, noble y fijo, consintió faena larga y en un palmo de terreno. El quinto tuvo en el engaño particular fijeza. Ni tobillero ni zapatillero, hubo un toro muy revoltoso, que fue el tercero, el más difícil de los seis, y el más aplaudido en el arrastre.

Tres toros volvieron grupas antes de la segunda vara. Acusarían resabio de manejo, pues los seis, incluidos esos tres, los tres últimos de la feria, se emplearon en el caballo. De seria conducta, la corrida regaló las embestidas justas y ni una más, Salvo el sexto -Emilio de Justo lo hizo rodar de una gran estocada-, todos fueron para morir duros de mano. Con el aire incierto y listo de la ganadería y el encaste, la corrida no fue sencilla. Las cuadrillas no llegaron a confiarse con ella.

Pero si hubo un torero que dio la talla: el cacereño Emilio de Justo, que llevaba casi una década sin torear en Madrid y que, preterido en España, se hizo un hueco hace un tiempo en el circuito torista de Francia y se ha vuelto a abrir poco a poco camino en España. Una historia con matices parecida a la de Octavio Chacón, el torero revelación de San Isidro.

Emilio fue capaz de ir superando con éxito dos tensiones: la propia -la responsabilidad de una sola y decisiva tarde en San Isidro- y la ajena, la de dos toros como tercero y sexto, con mucho que torear los dos. Los dos exigieron firmeza, saber, dominio y paciencia. Firmeza en grado mayor porque el tercero, toro muy revoltoso, punteó engaño y tendió a cortar viaje, y el sexto, apalancado, reservón y encogido, fue por esas tres razones muy problemático.

Pasada con nota la prueba del valor, estaban pendientes las otras tres: el oficio, el temple y el sentido de la lidia. Y esas tres las pasó de sobra. Sin calma paciente, el sexto toro no se habría visto siquiera, pero De Justo, a tenaza, lo trajo obligadísimo por la mano izquierda y lo ligó, y remató tanda con el obligado de pecho genuino. La postura -el medio pecho-, el encaje, la manera tan sutil de tocar. No descomponerse con las intenciones secretas del tercero. Y, en fin, toreo de capa de grandes intenciones y una seguridad no impostada al pisar plaza. El interés de la corrida, como suelen decir en Francia los catadores de encastes acres, y la importancia del torero extremeño, que no se la dio, pero la tiene.

Logros pobres de Escribano: su gesto habitual de irse a porta gayola como una rutina, no siempre procedente, sus dos tercios de banderillas de desigual fortuna -el del cuarto, traducido en muchos capotazos gratuitos y un diluvio de puntas de capote a destiempo- y dos faenas tranquilas que pecaron de encimismo. Paco Ureña, recibido con honores de héroe porque era su reaparición en Madrid tras un percance en el campo, tuvo el viento en popa: el toro más claro de la corrida y el calor incondicional de su público de Madrid, el sector duro de las Ventas. Todo se le aplaudió en la primera baza. Sin mayor motivo. Como si fuera el eco de una faena fuera de serie, que no lo fue., sino más teatral e insegura que propiamente posada y pensada. Al quinto, que lo desarmó en el recibo de capa, no le encontró el aire, el aire que tenía el toro y se fue al desolladero con mucho que ver y contar.

Postdata para los íntimos.- El guirlache. Saludos! El 17, la de Bohórquez. Va a ser.

 

Última actualización en Domingo, 10 de Junio de 2018 21:33