Corrida brava y distinguida de su hierro de El Freixo, y dos faenas de calidad, carácter y acento singular Tarde solo ensombrecida por la muerte de Gregorio Sánchez y la ausencia forzosa de Roca Rey. Alicante, 23 jun. (COLPISA, Barquerito) Viernes, 23 de junio de 2017. Alicante. 3ª de Hogueras. Estival, templado. 8.000 almas. Dos horas y media de función. Un minuto de silencio en memoria del maestro Gregorio Sánchez. El Juli y toda su cuadrilla, con lazos de luto negro en la manga. El Juli, además, salió con un capote de paseo de seda negra sin bordar. Seis toros de El Freixo (Julián López Escobar). El quinto, Tirachinas, premiado con la vuelta al ruedo. Rivera Ordóñez “Paquirri”, que sustituyó a Roca Rey, herido el jueves en Badajoz, oreja y saludos. El Juli, una oreja y dos orejas. Paco Ureña, oreja tras un aviso y palmas tras un aviso. Muy aplaudido un puyazo perfecto de José Antonio Barroso al quinto. El DIA EN QUE El Juli vino a celebrar su primer éxito como ganadero en una feria de relieve y con una bella corrida cuatreña fue también el día en que, en su retiro de Galicia, murió Gregorio Sánchez, su primer y tal vez único maestro en la Escuela de Madrid. De Gregorio Sánchez fue en su día una sentencia profética: “A este crío no se le puede enseñar ya más, porque lo sabe todo”. Tenía El Juli doce años. Era un elegido. A la memoria de Gregorio Sánchez brindó El Juli la muerte de su primer toro. Después de haber matado al segundo, y al volver a barreras, volvió a dirigir la montera al cielo de discreta manera. Por el maestro fueron dos faenas de particular sabiduría: toda la lógica y toda la inteligencia de Julián para elegir terrenos y distancias, y el tiempo oportuno, y armar, gobernar, templar y dibujar. Para torear a su antojo. Toda la suficiencia posible y más: esa nueva sensibilidad que antes latía bajo la maestría pero ahora aflora más visiblemente.
El paso del tiempo tiene en los toreros un poder sedante. Y, aunque no lo tuviera, lo pareció en el caso de El Juli en esta baza tan particular: matar dos toros de la casa, por él criados en su finca de Olivenza sobre la base de Juan Pedro Domecq filtrada en Garcigrande. El Juli no se despegó de la barrera, la mirada fija en el ruedo, mientras se lidiaron los otros cuatro toros del envío. Como si tomara notas. Fue una corrida sorpresa. Cuatro negros y dos castaños. Los tres primeros, negros los tres, fueron como tres gotas de agua. El primero fue los de embisto, luego existo. Noble y con gas, su punto picante. Lo aplaudieron en el arrastre. El segundo, El Juli en acción, no tuvo tanta calidad, pero lo que no pusiera el toro lo puso El Juli, que dio al toro distancia larga y, cuando protestó por la mano izquierda, sacó el látigo y supo perderle pasos, en detalles de maestría. La clásica faena de inmediata resolución tan de El Juli. La nota común a los tres toros primeros fueron la codicia y sus ganas al repetir o al tomar engaños por los vuelos. Un puyazo trasero no fue óbice para que el tercero se empleara sin desmayo. Fueron muy prontos esos tres primeros toros. Y los tres últimos también. Solo que el cuarto, castigado con dos puyazos, se rebrincó o trompicó, y el sexto, el único de brusco aire, apenas vino gobernado en la muleta y no se descompuso, pero hizo pasar a Paco Ureña un mal rato. Entre cuarto y sexto se jugó el toro de la vuelta al ruedo. El Juli anduvo coqueteando con la posibilidad del indulto. Lo querría vivo para llevárselo a casa. No procedía tanto honor. Honores mayores, sí, para una faena espléndida por todo. Primero, porque el toro, distraído de salida, como si tuviera problema de visión, no lo había visto nadie. Nadie más que El Juli, que lo quiso crudo del caballo, y empezó sin pruebas por la mano izquierda, ajuste sobresaliente, impecable ligazón, muletazos limpios de mucho obligar. Esa tanda fue solo el entrante de un festín en toda regla: tandas de siete y ocho muletazos, nunca menos, abrochados con el de pecho o el cambio de mano. Enganchados por delante siempre los naturales, muy acompasadas las aperturas en redondo. Y una apoteosis final de toreo a pies juntos por alto, o circulares invertidos encadenados sin perder un paso. Mimo en la igualada y una gran estocada. De otra estocada trasera y descabello rodó el primero. Un botín de tres orejas. Sin contar un conjunto de golosas fruslerías con el capote, el de lidiar y el de pintar garabatos también. Tanta fiebre hizo sombra al resto de las cosas. Rivera Ordóñez anduvo sereno y templado con el primero y lo mató de estocada excelente. En el cuarto se encontró con un corito reventón. Terco, respondió a las provocaciones con un largo trasteo desigual. Paco Ureña firmó raros muletazos despatarradisimos con el buen tercero en faena de más a menos, y castigada por el abuso de pausas y paseos. Con el sexto aguantó fuego de metralla sin acoplarse.