Tras superar una leucemia de larga convalecencia, y dos años después de su retirada forzosa, el torero de Petrer se reencuentra con el cariño de sus paisanos. Tres toros buenos de Algarra, cinco avisos, corrida larguísima. Alicante, 21 jun. (COLPISA, Barquerito) Jueves, 21 de junio de 2018. Alicante, 2ª de Hogueras. 4.500 almas. Estival. Dos horas y cuarenta minutos de función. Seis toros de Luis Algarra. Francisco José Palazón, oreja tras aviso y silencio tras aviso. Paco Ureña, oreja y saludos tras aviso. Román, saludos tras aviso y aplausos tras aviso. FUE CORRIDA DE LAS interminables. Seis faenas interminables. Las seis puestas en escena. Llovieron los avisos. Uno por cabeza -cabeza de toro- con una sola excepción. No fue día de los de atascarse la espada -solo Paco Ureña y Román pincharon dos veces antes de enterrar estocadas, una honda y otra corta. Tampoco fue de cegarse el descabello, aunque el puntillero llegó a levantar cuatro veces al tercero de corrida.
No fue tampoco porque se pararan los toros, aunque, venidos a menos, cuarto y quinto, los dos castaños del envío se cansaron de pelear antes de tiempo. Y no fue porque no se moviera la corrida de Algarra, que se movió y a ratos campó a sus anchas y barrió como en ráfaga toreros en fila. No fue, en fin, porque los tercios de varas se pasaran de tiempo: solo un puyazo por toro, peleado sin duelo ni tardanza ni blandearse ni sangrar más de la cuenta. El sexto alzó por los pechos el caballo de pica, lo derribó estrepitosamente y estuvo por encelarse con el peto. La merienda, de obligado cumplimiento en Alicante, obligó a un descansito de diez minutos; en los seis turnos se arrancó la banda antes de que rompiera propiamente faena alguna -ninguna lo hizo- y no dejó de tocar hasta la hora de las igualadas. El calor del primer día de verano se vio aliviado por una dulce brisa. Dos horas y cuarenta minutos de reloj. Ese reloj tan original de la plaza de toros de Alicante. Los minutos corrían a paso de plomo. Hubo dos toros notables de Algarra, pero fueron los dos primeros, que galoparon, metieron la cara y se emplearon con rico son. El segundo, de temple del bueno por la mano izquierda. El primero, con muy engrasado motor. Con uno y otro se vivieron los momentos de mayor enjundia. Era la corrida de reaparición de un torero de la tierra, de Petrer, Paco Palazón, que ha superado una leucemia de larga convalecencia y llevaba dos años sin torear de luces. La gente estuvo cariñosísima con él, lo sacaron a saludar después del paseo, Ureña y Román le brindaron la muerte de sus primeros toros de lote. Palazón siempre ha tenido, desde novillero de fugaz estrellato, buen aire con el capote y, aunque con asiento inseguro, fue capaz de sujetarse y dibujar la verónica en el saludo del primero, y de volver a hacerlo en un quite bien tirado. Quiso siempre el toro en la muleta, largo el tranco, franca la repetición. Salteada de pausas y paseos, la faena de Palazón fue más de acompañar que gobernar. La composición, delicada pero plana. En parte por irse de tiempo sin sentido de la medida. El exceso tenía su lógica: era el primer toro que mataba desde su retirada forzosa de junio de 2016. Aquí mismo, la tarde del 25 de junio, se le fue al corral un toro de Adolfo Martín. La tarde coincidió con la gravísima cornada que Manuel Escribano sufrió al enterrar una estocada mortal. Tras su accidentado paso por San Isidro, Paco Ureña pareció listo para iniciar su temporada de verano. Muchas ganas, presencia teatral en cada una de sus muchas apariciones, más intentos que logros con el capote tal vez porque el toro hizo antes de varas dos extraños, un agitado quite capote a la espalda y una faena tan interminable como todas las demás, pero de otra manera: más sobresaltos, apuntes al natural, pero desplazando demasiado al toro cuando se embraguetaba con él, cites despatarrados, todo el tiempo descalzo el torero de Lorca, y el toro empeñado en jugar con las zapatillas como gato con pelota de lana, algún que otro muletazo mirando al tendido y, tandas ligadas con mayor o menor rigor. La estocada, sin puntilla. Tuvieron interés dos toros más: un tercero de acusada querencia en las rayas de sol, de hechuras raras en lo de Algarra por ensillado, muy bonito de cara; y un cuarto bizco que descolgó por la diestra con llamativa calidad, pero se apagó demasiado pronto. Román no se entendió con el tercero, pretendió dirigir a distancia la lidia, que no tuvo rumbo, y no acertó con el terreno en que acoplarse y sujetar nervios y toro. Palazón se eternizó con el noble cuarto. Se vino antes abajo la faena que el toro. Por estatuarios abrieron Ureña y Román sus dos faenas segundas. El quinto, la cara alta, pegó hasta cuatro coces, Ureña se pegó muchos paseos. El sexto, áspero, pegó taponazos, se salió suelto de engaño. Ni eso animó a Román a abreviar