MADRID. Crónica de Barquerito: "La épica del 2 de mayo"

Miércoles, 02 de Mayo de 2018 00:00
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Herido de gravedad, Javier Cortés firma una emotiva faena de calidad, valor y rigor con un toro imponente de La Reina. Triunfo mayúsculo. Espectáculo de categoría

Madrid, 2 may. (COLPISA, Barquerito)

Miércoles, 2 de mayo de 2018. Madrid. 2ª y última de la Feria de la CAM. Goyesca. 10.700 almas. Nubes y claros, templado. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros de El Tajo y La Reina (José Miguel Arroyo). Iván Vicente, vuelta al ruedo tras fuerte petición de oreja y división al saludar tras aviso. Javier Cortés, silencio y una oreja con fuerte petición de la segunda. Gonzalo Caballero, silencio tras un aviso y ovación. Cortés, herido de pronóstico grave por el quinto. Cornada de 20 cms. en cara posterior del muslo izquierdo, que produce destrozos en músculos isquiotibiales, contusiona nervio ciático y alcanza el fémur. Gonzalo Caballero, herido menos grave por el sexto: contusión cervical pendiente de estudio radiológico y cornada de 5 cms. en muslo izquierdo, que interesa el músculo vasto externo. Ambos han sido ingresados en el hospital San Francisco de Asís de la capital española. Jesús Vicente y Juan Francisco Peña picaron muy bien a cuarto y quinto. Brega buena de Abraham Neiro con el quinto. Pares notables de Rafael González, Tito Robledo, Antonio Molina y Curro Robles.

LOS TRES ÚLTIMOS TOROS de La Reina pasaron de los 600 kilos. El quinto, de 655, alto y levantado, de particular movilidad, se empleó muy en serio. El cuarto, que se volvió de salida, pudo de sobra con sus muchísimas carnes. Y también el sexto, de buen son. Estaban muy armados los tres. El quinto, astifino de cepa a pitón, descarado, todavía más que los otros dos. Pero es que dos de los tres primeros toros, el que partió plaza y un tercero cinqueño de impecable, soberbia estampa, tuvieron tanto trapío como el que más. Fue por eso corrida importante.

Y no solo por eso, sino porque, con sus desigualdades y mutaciones, fue corrida de emoción. La puso el primero, del hierro de El Tajo -con el que marca el Joselito ganadero los toros impares- que, suelto del caballo y tras amagos de irse a tablas, tomó engaño por abajo y con ritmo; y pese a su falta de fuerzas la puso también con una nobleza singular el bellísimo cinqueño. El segundo de corrida, en fin, de línea, hechuras y pinta distintas a las de los demás, y apenas 500 kilos pero armado hasta los dientes, fue el único de nota baja: la cara alta, viajes rebrincados, ninguna entrega. Ni siquiera la incertidumbre del toro reservón.

La presencia y la esencia, la forma y el fondo de la corrida que tenían asustado al propio ganadero, según confesión propia en las vísperas. Solo que la fiesta tardó en estallar cuatro toros y medio. El tiempo que precedió a la segunda aparición de Javier Cortés y a su apertura de faena con el temible quinto, toro de mucha viveza, dos ganzúas de escalofrío y esa punta de temperamento que todo lo encarece. El toreo de valor, por ejemplo. De valor fue la apertura de esa faena de Cortés. La apertura -cite de largo en los medios, frontal y a pies juntos, la muleta plegada en la izquierda como un cartucho-  y lo que vino después, que fue mucho. Primero, una tanda con la zurda, que fue la única de una faena tan breve como intensa, y una tanda de impecable firmeza, vuelo suelto de una muleta diminuta y muy buen gobierno.

Un golpe de atención que tuvo su refrendo enseguida: no en los medios, pero casi, una tanda en redondo ajustada, despaciosa y ligada sin perder pasos de cuatro y el cambiado por alto de remate. Se vino abajo la plaza. Y más después con otra tanda de calibre casi idéntico, solo que en el cambio de mano por la espalda salió Cortés prendido por la pantorrilla y lanzado por el toro como un fardo. Llegó su gente al quite. Sereno y entero, volvió Javier a la cara del toro. Sangraba aparatosamente, teñida de sangre la media. Dos tandas más en redondo. Del mismo compás que las dos primeras, más largo el trazo, inmensa la emoción, de pie la gente, un rugido al rematar con uno de pecho la última. Y una estocada perpendicular. Tardó en doblar el toro. Ya estaba el torero de Getafe en la enfermería. Hubo clamor. Una faena de dos docenas de muletazos. Todos buenos.

La corriente de emociones tuvo inesperada coda. Gonzalo Caballero salió muy decidido a recibir al sexto, de anchísima cuna, y se salió con él hasta el platillo. Al rematar con un segundo recorte salió prendido por el muslo y volteado con gran violencia. Pareció sin conocimiento cuando se lo llevaron a la enfermería. Pero, mientras banderilleaban, salió de ella, cojeando, torniquete en el muslo. Fue recibido como un héroe. Héroe fue. La épica traducida en dos primeras tandas en redondo despaciosas y encajadas, templadas. Por la mano izquierda no hubo acople, no entró la espada. Alto el pabellón.

Pudo haber sido, sin sangre, fiesta de las buenas. Pero a Iván Vicente, suaves lances de su firma, le costó meter los riñones para enredarse del todo con las calidades del primero de corrida en una faena de más a menos, prendida de la inercia del toro más que del temple propio, más lograda en los remates que en la carne de las tandas por una y otra mano, que fueron cinco o seis. Una estocada de excelente estilo. Como la que, tras largos preparativos, tumbó al mastodóntico, imponente cuarto, que hizo de todo un poco o un mucho, y que Iván brindó a César Palacios, el pintor y dibujante que tantas veces ha hecho como arenero el paseíllo en las Ventas. Brindis muy aplaudido. El toro era de veinte viajes, y solo veinte tuvo. El espléndido tercero solo dejó a Gonzalo Caballero acreditar su valor sin cuento, y sus progresos de muletero. Javier Cortés, firme pese al viento en su primera baza y con el desganado segundo, tuvo los santos bemoles de rematar faena valerosa sin eco con una tanda de toreo por alto frontal a pies juntos de ajuste insuperable. De los bemoles para torear había hablado Joselito precisamente.