MADRID. Crónica de Barquerito: "Ginés Marín, confirmación por la puerta grande"

Jueves, 25 de Mayo de 2017 00:00
Imprimir

Un sexto toro de extraordinario son de Alcurrucén y una faena sencilla, clásica, templada y de gracia, y una gran estocada. Dos orejas, un clamor

Una faena poderosa y casi rotunda de El Juli

Dos estocadas mayúsculas de Álvaro Lorenzo

Madrid, 25 may. (COLPISA, Barquerito)

Jueves, 25 de mayo de 2017. Madrid. 15ª de San Isidro. Veraniego, a plomo las banderas. 23.000 almas. Dos horas y diez minutos de función. Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). El Juli, oreja y saludos. Álvaro Lorenzo, saludos y saludos tras un aviso. Ginés Marín, saludos tras un aviso y dos orejas, salió a hombros. Lorenzo y Marín confirmaron la alternativa.

LA GUINDA DE LA CORRIDA de Alcurrucén fue el toro del postre. El sexto, el último. Barberillo, 127, 528 kilos. Protestado al asomar y dejarse ver con el gateo bueno de la sangre Núñez. Ensillado, alto, estrecho y largo, cornicorto y brocho. No era bonito pero tenía plaza. El toro más estrecho de sienes de toda la feria. El más elástico también. Por lo largo y elástico del cuello, descolgó y planeó, y lo hizo por las dos manos y cumpliendo con lo que en el encaste se tiene por un deber: el famoso tranco de más.

La leyenda crece: un toro de Alcurrucén, otro, pone en San Isidro a un torero en fama. Las dos orejas para Ginés Marín. La puerta grande que abre muchas otras puertas. Una faena sencilla, ni corta ni larga, casi redonda, de tanta determinación como asiento, delicado manejo del engaño, no pesaba la muleta ni aun blandida, prendido el palillo con las yemas, feliz el vuelo, temple refinado.

Los tiempos de la faena fueron dos: uno primero, el extenso, el gran cuerpo del trabajo; y un segundo, breve final de remate no tan brillante pero aparatoso –muletazos de frente, a pies juntos o despatarrados- y celebrado como una fiesta a pesar de que, ligero borrón, al verse de rayas a adentros, el toro se soltó en un amago pasajero de irse a las tablas. Propósito no cumplido. Ginés Marín se perfiló en corto, la plaza era un clamor, la estocada por el hoyo de las agujas, sin puntilla el toro.

Un clamor no idéntico pero parecido había subrayado el inicio de faena. Sin pruebas, el cite de largo y con la izquierda. El método Talavante, digamos. Vino el toro y ya no paró. No paró Ginés tampoco ni se entretuvo en pausas mayores. Una primera tanda de cinco naturales bien tirados, tomando todavía la temperatura Ginés al toro, y dos recortes en el remate. Y en seguida, visto el punto del toro, otra tanda de dimensiones casi iguales, solo que mayor el ajuste y más suave el remate cambiado por abajo. La forma de medir, esperar, conducir y abrir Marín al toro fue sorpresa para quien no hubiera visto al torero de Olivenza cuajar de novillero alguna pieza mayor. Con la seguridad de este día y esta hora, nunca.

Dos tandas en redondo de rico y despacioso dibujo, la segunda concluida con un cambio de mano, el molinete y el de pecho. En un solo y mismo terreno. En todas las distancia se enroscaba el toro, que, sangrado muy lo justo en varas, y entero por eso, habría admitido incluso una o dos tandas más, y hasta más largas. El donaire del torero, su gracia, llegó a la gente. En la tarde de la confirmación de alternativa, pero no en el toro de la confirmación, hasta el sector duro de las Ventas, mucho más tranquilo de lo habitual, se sumó a la fiesta.

Antes de la guinda del postre, la corrida de Alcurrucén había repartido muchas cosas de importancia pero no un toro completo. Acochinado, encogido, mugidor, el toro de la confirmación de Álvaro Lorenzo se aplomó después de haber soltado algún trallazo. Álvaro lo tumbó de una gran estocada. El toro de la devolución de trastos –El Juli, padrino de los dos confirmantes- no fue de partida sencillo. O estaba por ver. El Juli se lo sacó de rayas al  tercio con siete muletazos de gran autoridad. De poderle, por tanto, al toro, que se empleó por la mano izquierda siempre obligado pero no por la derecha. El Juli firmó al natural dos tandas de mano baja, ligadas, severas. Terco, no paró hasta  meter en vereda al toro por la otra mano. Lo logró en una última tanda que volcó el ambiente. Una gran estocada.

El toro de la confirmación de Marín, único colorado del envío, fue más elástico que los dos jugados por delante, pero tuvo muy poquita fuerza y se paró antes de tiempo. Embestidas buenas, pero sueltas y solas, y hubo que tirar del toro. Con tenazas le sacó muletazos de buen corte Ginés, que había caído en gracia. Nada que ver con el trato inclemente del día de su presentación como novilleros puntero hace apenas un año. Se atascó la espada.

Tampoco El Juli lo vio claro a la hora de cruzar y clavar con el cuarto, otro toro ensillado, como los dos que vinieron después. Solo que, ancho y armado, tardo, a la espera en las tablas, fue de los de probar la pericia, los recursos de El Juli, que fue dueño en seguida de un combate resuelto antes del tercer asalto. Los asaltos, las tandas, fueron siete u ocho. Las últimas, puro desenfado, casi faenas de sol. Empujó la gente más la espada que el propio Julián. En corrida de doble confirmación no hay convidados de piedra. No lo fue Álvaro Lorenzo con un quinto toro alto de cruz que se trajo muy toreado por la mano derecha en tres tandas muy mandonas, toreo empastado de mano baja. Larga la faena. Corto el intento con la zurda. Otra gran estocada. De acero toledano.

Postdata para los íntimos.- Un perfume clásico de Madrid era el llamado Varón Dandy. La marca ha sobrevivido y creo que su imagen también. No me entretengo con los perfumes. Adolfo Domínguez y punto. Los perfumes de los años 40 y 50 eran tan agudos, y los llegué a tener tan reconocidos en las perfumerías donde se vendían a granel, que nada más sentarse en el palco de al lado un señor de algo más edad que yo, la pituitaria saltó como los muelles de las cajas de sorpresa. La colonia y la loción para después del afeitado, todavía más penetrante que el perfume. Y estuve a punto de levantarme y gritar: ¡Varón Dandy, Varón Dandy! Sin mirar más ni a nadie. El señor del perfume sacó tras arrastrarse el tercer toro un bocadillo de jamón, no sé si de York. Seguramente, porque el de York no tiene aroma. Y si lo tiene, el Varón no perdona. Después del bocadillo, un plátano que traía camuflado en papel de plata. No he visto nada menos taurino que comerse un plátano en los toros. Por eso prohibieron las corridas en Canarias. ¿Y la cáscara de plátano? .
Última actualización en Jueves, 25 de Mayo de 2017 23:21