TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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MADRID. Feria de Otoño. Crónica de Barquerito: "El Cid, despedido con todos los honores"

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En su segundo adiós a las Ventas, a hombros por la puerta de cuadrillas

Tarde de discreto perfil, marcada por una estocada extraordinaria

Público incondicional

Pobre corrida de Fuente Ymbro

Madrid, 4 oct. (COLPISA, Barquerito)

Viernes, 4 de octubre de 2019. Madrid. 4ª de la feria de Otoño. Templado, soleado, casi estival. 19.535 almas. Dos horas y media de función. Cinco toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo) y un sobrero -2º bis- de Manuel Blázquez.

El Cid, silencio y vuelta al ruedo. Paseado a hombros al final de la corrida. Emilio de Justo, silencio tras aviso y saludos. Ginés Marín, silencio en los dos.

Germán González, que cobró con un quinto de 650 kilos tres puyazos de vara corta, acreditó su categoría de picador.

EL CID SE HABÍA despedido de Madrid en mayo con una corrida de Juan Pedro Domecq y Ricardo Gallardo, el ganadero de Fuente Ymbro, había lidiado dos corridas y una novillada en San Isidro, y dos novilladas más, una de ellas fuera de abono y la otra tan solo la pasada semana. Así que pasaron dos cosas que nunca antes en Madrid: que un torero se despidiera dos veces en una misma temporada y que en apenas seis meses un criador de toros lidiara por sexta vez en el mismo coso.

A El Cid lo recibieron desde los bajos del 7 con una pancarta de reconocimiento y agradecimiento. “El Cid, torero de Madrid”. Con mayúsculas. De la andanada del 9 brotó en mitad de faena del último toro que mataba en las Ventas un consejo: “¡Manuel, no te vayas!”. Al cabo de una tarde fastidiosa por todo un poco –, por el ganado, por dos horas y media bastante cargantes-, un nutrido grupo de espontáneos saltó al ruedo para alzar en hombros a El Cid y pasearlo entre general euforia. En emulación de la mítica estampa de Machaquito –a hombros, una comitiva de costaleros con pancarta- en una corrida de hace más de un siglo a beneficio del Montepío de toreros en la plaza vieja de Madrid. A hombros por la puerta de cuadrillas, no por la grande que tantas veces estuvo rozando, salió El Cid de Madrid. Con una sonrisa de oreja a oreja. El ganadero salió peor librado. Del mismo lugar donde se desplegó, plegó y volvió a desplegar la pancarta, una guasa de castigo de acento más sevillano que de Madrid: “Ricardo, el año que viene otras seis…!”

En tarde primaveral, el cartel, con El Cid y Fuente Ymbro, tuvo reclamo más que suficiente. Veinte mil almas. En ambiente de casi contagioso fervor. Nada más concluir el paseíllo sacaron a El Cid a saludar al tercio con una ovación de gala. Y todavía antes de soltarse el primer toro volvieron a hacerlo salir con otra ovación igual de intensa. Por gestos hubo quienes reclamaban que saliera hasta los medios. No quiso El Cid. Emilio de Justo y Ginés Marín le brindaron la muerte de los dos últimos toros de la corrida, que fueron monumentales. El de Emilio, 650 kilos de tablilla, estaba deforme. El de Ginés, solo 600, muy montado, larguísimo de viga, y descoordinado al atacar porque parecía hacerlo en trancos distintos y no acordes.

El cuarto de corrida, único cinqueño del envío, el más ofensivo de los seis, achichonado, cuello muy llamativo, el último de la larga carrera de El Cid en las Ventas, cobró una vuelta de campana después de haber metido con estilo los riñones en un primer puyazo y, acusando el castigo de una inclemente segunda vara, también acusó problemas de coordinación ritmo y estabilidad. Los dos toros de lote brindó desde los medios El Cid a sus cientos de incondicionales, pero ninguno de los dos se prestó a hazañas. Al cuarto, en línea y enganchado por delante a pico puesto, le pegó los más celebrados muletazos de toda la tarde. Lo mató de una estocada extraordinaria. La ejecución y su efecto. Tras el arrastre del toro tan bien tumbado, El Cid se pegó una clamorosa vuelta al ruedo. De las de marcar territorio y dejarse regalar los oídos por enésima vez. El primero de corrida fue muy mirón pero metió la cara. El trasteo, castigado por muchos tiempos muertos, no pasó de ser uno más.

Solo cinco de los seis fuenteymbros murieron en la arena, y en tablas los cinco. El segundo, dos agujas severas, se reventó en la primera carrera. Lo devolvieron sin haber llegado a tomar engaño. Gateando sobre las rodillas, atendió a la parada de bueyes y, al cabo, siguió en la vertical y cojeando su rastro hasta toriles. Lo despidieron con una ovación.

A cargo de Emilio de Justo corrieron los pasajes de mayor interés. Con un sobrero descargadito y remangado de Manuel Blázquez –una compra de Núñez del Cuvillo parece que de fiar- se sintió aire caro en una apertura de faena a media altura, improvisada y lograda. Fue, con todo, faena declinante. Pero de suculento postre; de frente y a pies juntos con la zurda, Emilio cosió un farol con una trinchera en el último remate. La estocada, desprendida, solo llegó al tercer intento, y al primero, pero muy caída, la que hizo rodar al monstruoso quinto, que Emilio lidió de salida con criterio y primor, y al que pasó de muleta sin esconderse, tragó cuando se aplomó, y obligó en muletazos templados para los adentros. Una breve tanda de dos en redondo sacados en corto con tenazas y ligado con uno de pecho soberbio fue, sin duda, la tanda más brillante de toda la tarde.

El tercer fuenteymbro fue el de peor nota de todos. Montadísimo, muy borricote –dicen los ganaderos-, la cara por las nubes. Solo cupo una tenaz porfía sin brillo de Ginés Marín, que salió a toda máquina a recibir al sexto. Un saludo mixto de verónicas y chicuelinas parecieron preludio de fiesta. Y el gesto de abrir faena de largo y con descaro, pero en tanda breve y seguida de pausa y paseo exagerados. El toro se pegó una primera costalada que anunció su condición de tullido. No hubo más remedio que cortar y montar la espada.

Postdata para los íntimos.- Este verano interminable no trae últimamente más que malas nuevas. Las tormentas no llenaron los embalses, pero los que hubo de desaguar a la fuerza anegaron los desiertos del Sudeste donde los invernaderos, las tierras fértiles de la cuenca del Segura y muchos tendidos urbanos levantados sobre ramblas secas o desviadas. El desastre de Orihuela. No hagáis al río salirse de cauce y camino. No olvidar las inundaciones de julio en Tafalla. Nunca pierdas al agua el respeto. Ni a la montaña. Ni a los toros heridos y emboscados. No te pelees con la razón ni obres contra natura. Ni fumes en el tren, ni comas pipas en los toros, ni compres golosinas a los niños. No hagas nada. El credo del nihilismo que nunca caduca.

Martín Berasategui dijo esta mañana en Radio Madrid que para comprobar la temperatura del aceite en la sartén antes de freír un huevo conviene echar un pedacito de miga de pan. Y si se tuesta ya, entonces vuelca el huevo dulcemente. Y ten la espumadera empapada de aceite para que no se agarre a ella el huevo. El huevo con puntillas que se come en Urrestillas, el más castizo de los barrios de Azpeitia, desde tiempo inmemorial.

En un tendido de sombra, el señor Morante de la Puebla con el pelo teñido de azafrán del Jiloca, una americana verde lechuga y un generoso cigarro habano en la mano o en la boca. Qué valor, qué arte!, etcétera
Última actualización en Viernes, 04 de Octubre de 2019 20:16