Llamado para una sustitución, el torero cordobés hace gala de su calidad y su concepto
Dentro de una noble corrida, un segundo de motor y entrega nada comunes
Valencia, 19 mar. (COLÎSA, Barquerito)
Martes, 19 de marzo de 2019. Valencia. 12ª de abono. Soleado, fresco. 4.500 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función. Seis toros de Fuente Ynbro (Ricardo Gallardo). El segundo, "Damasco", 500 kilos, premiado con la vuelta al ruedo. Finito de Códoba, que sustituyó a Emilio de Justo, saludos tras dos avisos y una oreja. Román Collado "Román", saludos tras dos avisos en los dos. Ginés Marín, silencio y aplausos tras un aviso. Santiago Chocolate le pegó al quinto dos puyazos perfectos. Iván García prendió al segundo dos notables pares.
DE LAS OCHO CORRIDAS de Fallas, esta, la octava y última, fue la de más largo metraje. Bien cumplidas las dos horas y media, que dieron de sí y también de no tanto. Tampoco fue para tirar cohetes, pero un segundo toro Damasco, que pasó por el caballo de pica solo de visita, rompió a embestir por abajo en la muleta a lo grande y caldeó el ambiente, que en la tarde mayor de Fallas, la del 19 de marzo, ha pasado a ser una fecha taurinamente desangelada.
Por su primacía a la hora de tramarse el abono, Ponce, por ejemplo, la solía exigir. Garantía de lleno. Pero eso es ya historia. Con fama gratuita de ganadería de las llamadas toristas, la de Fuente Ymbro no conviene a ninguno de los toreros con derecho a elegir hierro y cartel. Todos salvo Morante anunciados en el abono, pero ninguno con la de Fuente Ymbro.
La rotura de escafoides sufrida hace un mes en Carabanchel tiene fuera de combate a Emilio de Justo, novedad en las ferias de 2019. No pudo llegar a Fallas y se contrató a Finito de Córdoba, tanto tiempo fuera y lejos de las ferias. Finito firmó los mejores momentos de la corrida con dos toros muy nobles. Para esos momentos, y para dos faenas bien armadas aunque excesivamente dilatadas, hubo subrayados de admiración y reconocimiento.
La caligrafía clasicista, el rancio poso de alta escuela, el academicismo: todo eso es esencia y potencia de Finito, y no de ahora, cuando la madurez de torero veterano es transparente, sino desde sus inicios de novillero. Ejemplo de la formalidad torera, imagen del muletero categórico que sabe casar fondo y forma con estilo propio. De novillero fue Finito en Valencia un asombro hace casi treinta años. Y, de otra manera, volvió a serlo esta vez. Sobre todo al torear con la izquierda, con calma, ajuste y regusto, al cuarto de corrida, que estaba despachado al cabo de un largo trasteo, todo él salpicado de toreo de compás.
De seguridad sorprendente en un torero como Finito, que se multiplica en los tentaderos - y se lo rifan los ganaderos- pero que suma muy pocas corridas por curso. Parecia llegada la hora de cuadrar -el toro pidió la cuenta luego de treinta y tantas embestidas bien regaladas- pero, antes de cambiar de espada, todavia decidió Finito pegar la última, Y la última, con la izquierda, casando el natural con la trinchera, templando por abajo y apurando hasta el último aliento del toro, fue antológica. El primero de la tarde empezó enganchando mucho engaño, sopló algo de viento que descubría y a Finito le tomó un tiempo moderar el viento y el asomo intemperante del toro. Le pegó con la derecha dos tandas de soberbio gobierno. Tan de poder que el toro se rajó sin avisar. Antes de la igualada sonó un aviso. Antes de doblar el toro, otro.
Los avisos sumaron a modo. Un total de cuatro castigaron a Román, probablemente lesionado en el hombro al ser arrollado por el bravo segundo en un temerario arranque de faena de largo y en los medios. Se resintió del golpe y no acertó ni con la espada ni con el descabello, que, si el brazo no va, puede ser un suplicio. Dos avisos. Tambien del quinto cayeron otros dos por la misma razón: seis pinchazos, una entera y un descabello cobrado con la izquierda. Pese al saldo de los avisos, la impresión de Román fue distinguida. Como la del torero sorpresa y original de hace dos años. La alegria recuperada, la audacia, el atreverse a todo, no volver la cara ni descargar la suerte con el bravo segundo y, mérito mayor, saber tirar del quinto a base de muleta al hocico, impecable encaje y golpe templado de muleta. Los estatuarios de apertura de esa segunda faena suya fueron de firmeza sin duelo. El arrojo al abrir de rodillas con el toro Damasco, una tarjeta de visita, una declaración de intenciones.
El toro más apagado pero más brusco también de la corrida de Fuente Ymbro fue el tercero y Ginés Marín tuvo la feliz idea de abreviar. No con el sexto, que, noble, codioso y repetidor, consintió y quiso. Resuelto, el torero de Olivenza estuvo enseguida en acción. En terrenos no elegidos, sino donde se encontrara el toro, que no deja de ser una manera de torear. Más por abajo que por arriba, sin particular ajuste, sin perder de vista a la gente, que celebró un arriesgado final por bernadinas. Pero ya pesaban las dos horas y medio de toro