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Se torea como se és. Juan Belmonte

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MADRID. Crónica de Barquerito: "Herido García Navarrete"

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El novillero de Vilches, de vuelta en las Ventas tras su grave percance de hace un año aquí mismo, cae de nuevo herido, pero no de gravedad. Aire de capotero clásico

Madrid, 29 abr. (COLPISA, Barquerito)

Domingo, 29 de abril de 2018. Madrid. 4ª novillada de primavera. 6.505 almas. Soleado, muy fresco. Piso pesado. Dos horas de festejo. Seis novillos de Los Chospes (Juan Fernando Moreno). Diego Fernández, silencio, pitos y pitos en el que mató por cogida de García Navarrete. Diego Carretero, silencio y aplausos. Daniel García Navarrete, silencio tras un aviso. Cogido por el tercero, pasó a la enfermería. Cornada de 15 cms. en el muslo derecho y puntazo corrido en una nalga. Pronóstico menos grave.

CINCO DE LOS SEIS novillos de Los Chospes fueron como cinco gotas de agua. Castaños lombardos, rollizos, pechugones, anchos pechos y anchas culatas, manos cortas y corto el cuello también. Pequeños matices para no confundirlos: el primero lucía morrillo de pelliza, como pelo del invierno; el cuarto tuvo más plaza y mejor remate que los demás; el quinto, descarado, abierto de palas y muy astifino, fue el más serio de todos. Con ese quinto se enlotó un segundo retinto que ni por hechuras ni por fondo tuvo demasiado que ver con los otros. A pesar de las apariencias, cada uno de los cinco parientes fue de una manera. Primero, por su conducta en el caballo. Solo se empleó en serio el primero. Los otros cuatro mansearon, pero cada uno de ellos de distinta manera.

Costó ver en la muleta los tres que cayeron en manos de Diego Fernández. El guerrero primero, muy codicioso; el pronto cuarto, que apuntó bravo brío; y el sexto, que descolgó y pudo haber sido y no fue. Treinta y un años recién cumplidos, pasada la edad de merecer, sin el menor asiento, Diego solo dejó entrever su capacidad técnica -colocación, aceptable manejo de los engaños- y hasta el relámpago de un par de muletazos preciosos, perfectos, a cámara lenta, que fueron los dos mejores de la tarde. Pero los dos únicos. Se afligió con la espada y apuntó a los bajos.

Fue una tarde más desapacible que ventosa. No el sol de invierno, pero casi. Mucho frío. Había llovido durante la noche y parte de la mañana, estaba el piso enarenado y pesado. No había demasiada gente. Una peña de Vilches en los bajos del tendido 7 con pancarta de diseño. “Daniel García. Vilches con su torero”. Porque García Navarrete se anunciaba antes con el nombre y sin el segundo apellido. Y otro grupito de Hellín, que vino siguiendo a Diego Carretero, promesa proclamada hace un año y parece que en situación de espera. El primero de su lote, el negro garbanzo, escarbó a modo, la cara entre las manos, se enteró y revolvió, pegó taponazos; el otro, el descarado, distraído y algo andarín, punteó engaño después de haberlo tropezado y, de más a menos, acabó rebrincado y protestando. Carretero estuvo firme pero tenso en los muletazos de horma que pecaron de rápidos y, luego, tenaz, porfión y firme pero sin gobernar embestidas. Se tiró con fe con la espada.

Hace un año, la tarde de su presentación en las Ventas, García Navarrete sufrió al entrar a matar su primero novillo una grave cornada en cuello y suelo de boca que pudo haber sido fatal. Por eso su brindis sentido al doctor García Padrós, a quien pretendió sin éxito sacar del callejón hasta la arena. Un largo empeño que fue al cabo un viaje de ida y vuelta a la enfermería, pues el tercero de corrida, después de haberle pegado a Daniel un puntazo en un cite en falso para uno de pecho, lo cogió por la pierna en la segunda reunión con la espada, justo delante de la enfermería. Cogida muy aparatosa, herida no grave. Y, por tanto, una sola de las dos oportunidades para Daniel, que toreó de capa con gusto y temple de salida al novillo del regreso a las Ventas. Aire de buen capotero: la verónica clásica, reposada, bien dibujada. En el momento de ir a brindar a la presidencia, Daniel se vio sorprendido por un ataque inesperado del novillo, que se huía suelto. Resolvió sereno, con recursos. Y, luego, una faena de dos mitades: aplomo en la primera, parsimonia también, y arrebato en la segunda, que siguió a la primera cogida. Se descompuso entonces el toro, que acabó rajado y en tablas. Y ahí se echó.