Dos de un noble cuarto toro para premiar a Ponce por la mejor estocada de la semana y una de un difícil sobrero que reconoce el estilo estoqueador de Ginés Marín
Corrida seria y muy bien rematada de Victoriano del Rio
Un extraordinario tercero bis
Bilbao, 25 ago. (COLPISA, Barquerito)
Viernes, 25 de agosto de 2017. Bilbao. 7ª de las Corridas Generales. Entoldado, templado. 9.500 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Acompañado de la infanta Elena, el Rey Juan Carlos, que recibió brindis muy aplaudidos de los tres espadas. Seis toros de Victoriano del Río. El sexto, sobrero. Enrique Ponce, silencio y dos orejas. Cayetano, saludos y silencio. Ginés Marín, saludos tras un aviso y una oreja. Buena brega de Joselito Rus, que banderilleó bien y con riesgo. Dos excelentes ares de Iván García.
EL TORO DE LA CORRIDA, sexto de sorteo, se jugó de tercero bis. Se llamaba Pudoroso, igual que el sobrero, que cerró festejo. El mismo nombre. Nada que ver las pintas, ni las hechuras, ni el son. El uno, castaño lombardo, casi 600 kilos pero todo armonía, galopó, se empleó en el caballo y descabalgó al piquero Guillermo Marín, pero no pudo con un pesado caballo lusitano de la cuadra de Bonijol. Aire bravo en banderillas y compás del caro en la muleta: fijeza, repeticiones, viajes prontos y humillados. Mucha seriedad.
Victoriano del Río solo había lidiado en Bilbao una vez. Una corrida de cinco toros. De eso se cumplían ayer seis años. Con ese tercer toro bis se justificó su fama de ganadero grande. Apuntes de calidades parecidas, impecable el remate, se dejaron ver de salida en el tercero de sorteo, un toro de gran trapío que vino a rematar de salida en dos burladeros. Una perversa punta de capote sacada y guardada a destiempo se tradujo en un infame estrellón contra una tronera. El toro se tronchó el cuerno derecho por la pala y, aunque no llegó a perder ni el pitón ni la funda, fue devuelto.
El Pudoroso sobrero no sacó la belleza de lámina del resto de la corrida. En belleza fue excepción el quinto, negro girón, pechugón, atacado y corto de cuello. El sobrero cumplió de veras en varas, pero se dolió en banderillas y, al cabo, se frenó receloso, se revolvió buscando y, encogido, se defendió. Al gran tercero lo toreó con sereno asiento y aparente desparpajo Ginés Marín, fuera de las rayas desde casi la primera toma, templado en los momentos en que se dilucidaba la parte clave de la pelea, airoso para encontrar soluciones e improvisar cuando el toro estaba todavía por subirse a las barbas de quien fuera. Las ideas frescas y la resolución tan propias de torero nuevo, y un primor particular, llegaron a la gente. Torero de buen gobierno, no tanto candoroso como inteligente. Todo eso gustó. El toro puso su importancia. A espada cambiada, unas manoletinas irrelevantes. Con todo a favor, Ginés pinchó has tres veces, hondo el tercer pinchazo, un aviso, dos descabellos. Ovacionaron en el arrastre al toro, uno de los mejores de la semana. Sacaron al torero a saludar.
Al rebelde y geniudo sobrero, con el que no quedó otra que porfiar, tragar y sufrir, y sobreponerse sin duelo a una feísima cogida con derrote que en el suelo le pasó rozando el cuello, a ese sí lo hizo rodar Ginés de una estocada extraordinaria por la colocación y la ejecución. La estocada valió una oreja. Los dos trabajos, tan dispares, general reconocimiento.
La estocada de la tarde y seguramente la mejor de la semana la cobró Ponce con el cuarto de la tarde, el más noblito de los seis, el más inocuo también, dulzona codicia. De la parte de sangre Juan Pedro que no abunda pero tiene presencia esporádica en la ganadería de Victoriano del Río. Alto de cruz, pero muy descolgado, el toro pareció esperar resignado la entrada de Ponce con la espada y el juego muy preciso del engaño en la izquierda. Por el hoyo de las agujas la estocada. No tardó nada en rodar el toro, que había pasado sin rasgarse por los dos primeros tercios y se dejó hacer, no tanto traer ni llevar, en una faena declamatoria, entre rayas, o apenas fuera de ellas, incluso de rayas adentro, de suave caligrafía, sin forzar.
Ponce supo aprovechar los viajes de vuelta del toro cuando le dio tablas, y entonces, a pies juntos, vinieron muletazos sueltos muy aplomados y a pies juntos. Un molinete ligado con el de pecho y un desplante mirando al tendido se celebraron como un do de pecho en Verona. No bastó con eso. A toro parado casi en seco, Ponce optó, raro en su repertorio, por un arrimón entre pitones que, el toro consintió sumiso. Por la bondad, pero no por el fondo casi volcánico del tercero bis, también este cuarto fue aplaudido en el arrastre. Pero no tanto.
Bondad pastueña tuvo también el segundo victoriano, el primer toro que Cayetano mataba en las Corridas Generales de Bilbao y que toreó de muleta descalzo. Cayetano hizo a Iván García cambiar las banderillas de lujo de Vista Alegre por otras forradas con los colores de la bandera de España y entonces se vivió, como el pasado domingo y con Ferrera en la corrida de los tres matadores banderilleros, una segunda edición de esa especie de guerra de las banderillas. Fueron muchísimas más las palmas que las protestas, más el ruido que las nueces y, en fin, dos pares soberbios de Iván García, que clava arriba por sistema y parece romper con los garapullos los toros en dos mitades.
La intención política del gesto de Cayetano le pasó factura no en ese toro de su estreno sino en el quinto, con el que se atragantó por no llegar a llevarlo metido en la muleta. Sí le hizo, en réplica a Ginés Marín, un valeroso, ajustado y embrollado quite capote a la espalda abierto con la larga frontal de pie tan del repertorio de Antonio Ordóñez. Con el buen segundo anduvo Cayetano firme y suelto, entregado como suele, descarado y sin esconderse. Con la mano izquierda toreó despacio en muletazos largos y en línea. La apertura de rodillas, por alto, cuatro y el de pecho, fue brillante, pero fue faena a menos. Y el toro también. Y lo mismo el primero de los seis, rebrincado y aplomado, claudicante y gaseoso pero sin gota de gas.
Postdata para los íntimos.- Uno de enero, dos de febrero y esta mañana de hoy tan gris y templada. Cuánta gente de Pamplona y Tudela. En la cafetería del Ercilla. No tiene la fama que merece pero en Bilbao, en mi humildísima opinión, es donde se bebe el mejor café de toda la península, incluida Lisboa con sus garotos y galoes tan suculentos. En Madrid no toméis café, salvo si lo prensan manos italianas. En Pamplona se bebe café bueno. No estarían en Bilbao los navarros por eso. ¿Por Cayetano? ¿Por qué?