TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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ARLES, FRANCIA. Crónica de Barquerito: "Inspirado Talavante, muy singular Thomas Joubert"

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Tres toros de Juan Pedro de notable condición.

El torero extremeño hace filigranas con uno.

El joven matador de Arles, a favor de lote y público, interpreta una versión frágil pero muy plástica de la tauromaquia manoletista

Arles, 16 abr. (COLPISA, Barquerito)

Domingo, 16 de abril de 2017. Arles. 3ª de Pascua. Primaveral, ráfagas de viento. 6.000 almas. Dos horas y media de función. Cinco toros de Juan Pedro Domecq y uno- 5º- de Parladé (Juan Pedro Domecq Solís) que completó corrida.

Enrique Ponce, silencio y saludos tras aviso. Alejandro Talavante, oreja tras aviso y silencio tras aviso. Thomas Joubert, oreja tras aviso y oreja tras aviso. .

Óscar Bernal, que se agarró bien en el primero de los dos puyazos al sexto, fue muy ovacionado.

BIEN HECHA, LINDA y pareja, la corrida de Juan Pedro tuvo muy armonioso remate. Hechuras de embestir. Lo hicieron a modo tres toros: el segundo, con el que Talavante debutaba en Arles casi once años después de la alternativa; y un tercero que fue el de más cuajo de todos y un sexto de elástico estilo. El lote de Thomas Joubert, bravos en varas los dos, fue como un maná. Nobleza pastueña, dulzura sabrosa, caudalosa bondad, impecable entrega. Ninguno de esos tres toros se negó ni renunció una sola vez.

De fijeza nada común, los tres aguantaron faenas de largo metraje. De ambicioso aliento la de Talavante, más abundante por la mano diestra que por la otra. Cargada de sorpresas: faroles, cambios de mano, excelentes remates de pecho, trenzas, desplantes descarados. Pausada a capricho pero bien medida, ligada, armada, volátil pero sólida, ajustada al son del toro que no enganchó tela ni una sola vez. Al encuentro Talavante cobró una excelente estocada que, algo trasera, precisó del refrendo de un descabello. Para subrayar el toreo de triple cota –por alto, por abajo y en la media altura- hubo cierto clamor. En los momentos relevantes, temerarios o no.

Antes de la fiesta propia, Talavante se hizo querer en un ajustado quite por chicuelinas en el primer toro de corrida. La primera de las esporádicas ráfagas de viento de la tarde no dejó volar el capote en la serpentina de remate. Al toro del estreno formal lo recibió con una tafallera en tablas. Una rareza. El toro se escupió del primer puyazo, cobró una segunda vara liviana y trasera y pareció apoyar mal en banderillas pero estaba ya firme al cuarto viaje. Talavante abrió de rodillas y en redondo. Cinco muletazos templadísimos que abrochó con un cambio de mano por delante, el de pecho y, al fin en pie, un molinete. Todo fue acariciar Talavante al toro, fino de cabos y cañas como toda la corrida. Sobre el duro piso del anfiteatro el primero de los seis se rompió una mano antes del décimo viaje y Ponce tuvo que montar sin más la espada. Para cobrar, por cierto, una excelente estocada por el hoyo de las agujas.

Los tres toros de sobresalientes calidades, y en especial el tercero, se arrastraron entre ovaciones. Muy querido en Arles, discípulo predilecto de la escuela de Paquito Leal, en  papel de torero local pero distinto a todos los de su quinta –sexto año de alternativa, pero con un paréntesis de dos años de retiro voluntario-, un lote que ni soñado, Thomas Joubert vio el cielo abierto, que pareció protegerlo, pues, desarmado en el recibo del tercero y caído inerme en la cara del toro, salió del trance ileso y con ilusión renovada, ideas frescas, singular apresto.

El santo de cara una segunda vez: al cobrar en un primer ataque con la espada un pinchazo, perdió pie y volvió a caer en terreno del toro. Una providencial punta de capote deshizo el entuerto. El aire amanoletado de Joubert –una firmeza solemne, solo que más frágil que grave- es reflejo de un valor formidable. Es como si hubiera renunciado al toreo de recursos o de técnica. Sin atacar al toro, sin defenderse tampoco de él, los brazos muy sueltos, ajuste auténtico, la figura compuesta casi siempre a pies juntos como para levitar, muleta y capote de corto vuelo: todo eso se trasfigura en un estilo torero de plástica armónica y chocante.

De fondo dramático porque a veces parece Joubert a merced del toro. El trato es franciscano. Los desplantes, frontales y a pie, dibujados en tres tiempos como si fueran los de una suerte compleja, son creación personal, a medio camino entre la tensión máxima y el absoluto abandono. Un silencio formal y de fondo. Una calma no se sabe si estudiada o natural pero por todo única, tal vez tomada del repertorio y la personalidad de José Tomás. La cosa toda bendecida en la Pascua de Arles por la mirada misteriosa de un medio rostro de Manolete dibujado en blanco y negro en el gran tapiz que decora y cubre el arco de la meseta de presidencia. Largos trasteos, de acento casi religioso. Torero espiritual, espíritu torero.

Y dos toros más. Un segundo de Ponce que protestó un poquito y otro poquito escarbó, y no pasó gran cosa, y un quinto del hierro de Parladé, cuya devolución por supuestamente lisiado se reclamó sin éxito, y con el que Talavante hizo el gasto tan suave y ricamente pero sin apenas reconocimiento. Como si estuviera matando el rato.

Postdata para los íntimos.- Cinco horas de toros. La novillada de las once, con un sol picante de verano entreverado de alguna brisa engañosa y fría -amenaza de viento mistral- y la corrida de las cuatro y media, sol de justicia en la meseta de arrastre durante los tres primeros toros y fresco al ponerse el sol tras la torre sarracena de poniente.