Una sorpresa desagradable: se esperaba una corrida bélica y de romper, pero salió la coa al revés. Demasiadas señas de mansedumbre, preocupante falta de fijeza. En el prólogo, homenaje sentido al difunto Víctor Barrio.
Pamplona, 10 jul. (COLPISA, Barquerito)
Domingo, 10 de julio de 2016. Pamplona. 6ª de San Fermín. 18.500 almas. Calor sofocante. Dos horas y diez minutos de función. Seis toros de Pedraza de Yeltes (Luis Uranga). Curro Díaz, silencio en los dos. Iván Fandiño, silencio y pitos tras un aviso. Juan del Álamo, silencio y pitos tras dos avisos. Dos excelentes pares de Iván García al segundo toro.
MEDIA HORA ANTES de empezar la función se estuvo advirtiendo por megafonía y por los marcadores electrónicas que al final del paseíllo iba a guardarse un minuto de silencio en memoria del difunto y malogrado Víctor Barrio. Las peñas, orquestadas por primera vez esta semana, se emplearon a fondo durante la media hora de espera. Fanfarrias, coros de sones más o menos reconocibles. Llegó a temerse que el minuto de silencio no fuera respetado.
Y, sin embargo, en cuanto aparecieron por el portón de cuadrillas los tres matadores con su gente, los areneros, los monosabios y los mulilleros, carpinteros y torilero, y en sus puestos el personal de la meseta, músicos, timbales y clarines, todos destocados tras los dos alguaciles, se abrió paso un silencio casi estremecedor. Toda la gente en pie, ambiente de consternación. Desplegaron pero retiraron de inmediato una pancarta pro presos vascos.
De un tendido de sol surgió de pronto, a cargo de una afinadísima trompeta, la melodía del toque militar de silencio que en el mundo occidental rinde honores a los soldados muertos en combate. No un minuto, sino dos y pico. Fue desgarrador. Una emoción única. Dieron la talla las peñas, las gentes de andanada. Todo el mundo.
Llevaban luto en el traje de luces los tres matadores: Curro Díaz, pañoleta negra; Fandiño, un lazo en la manga; Juan del Álamo, lazo y pañoleta. Pablo Pirri, que lidió el primer toro de Pedraza de Yeltes, brazalete negro. Curro había toreado en Teruel solo el sábado. Cerraba el cartel de esa corrida Víctor Barrio. Pablo Pirri fue uno de los cuatro toreros que cargó en el ruedo con el cuerpo inerte y ya herido de muerte de Víctor Barrio.
Sería muy difícil sobreponerse a tanta tristeza. Curro brindó al cielo desde los medios el primer toro. Fandiño hizo lo mismo en su turno primero. Juan del Álamo aprovechó el micrófono del callejón para expresar seguramente de una manera muy personal su duelo. Juan y Víctor fueron pareja de rivales cuando novilleros. Mano a mano se midieron y batieron en Valdemorillo, una gélida tarde de febrero de 2011. Los dos confirmaron alternativa en Madrid juntos en el mismo cartel doce meses después. Carreras divergentes. Hasta que el destino volvió a juntarlos en esta tarde de Pamplona.
La tarde del debut en sanfermines del hierro de Pedraza de Yeltes. Debut que se venía mascando hace un par de años. Cuando El Pilar dejó de ser convocado y los pedrazas se habían abierto ya hueco fijo en Azpeitia y Dax, y también en Madrid. El volumen tan aparatoso del toro fijado en Pedraza –altivo porte, largas vigas, serías caras, muchas carnes- parecía el idóneo para una feria donde el toro grande está por sistema primado.
La manera de cabalgar los seis toros en el encierro, sin causar estragos, cumplió con las previsiones. Pero no la corrida de la tarde. Distraídos sin excepción. Sueltos siempre de las peleas en varas, que no fueron completas en ningún caso. Ni siquiera cuando se emplearon bastante en serio los cuatro primeros pero solo en la primera vara. El cuarto llegó a romanear. Pero el quinto se dolió a modo y el sexto volvió grupas en cuando tuvo enfrente el caballo de Paco María.
Exageradamente abiertos en banderillas, apretaron para adentros los seis. Antes o después se fueron a tablas los seis: a las de la puerta de arrastre y cuadrillas, a la de corrales o al terreno entre las dos, que son los chiqueros. A la desgana de toros rendidos, vino a sumarse una preocupante falta de fijeza: salirse sueltos a final de viaje, buscar con la mirada perdida entre la muchedumbre. Solo el quinto atacó de partida después de banderillas. Fue un espejismo. A los diez viajes ha estaba echando el freno y topando. Pegaron coces antes de doblar hasta tres de los seis. Y todos menos el cuarto anduvieron a la huida, barbeando hasta el final. Casi todos, por lo demás, arrancaron engaños de las manos. Incontables desarmes, señal de mansedumbre. El tercero tuvo mejor trato que los demás. El cuarto quiso mejor que ninguno. Fue el único.
Curro Díaz le pegó a ese cuarto un par de tandas notables. Una primera de horma, preciosa. Y otra luego de rico compás, ligada y tirada con temple del bueno. Del Álamo le buscó en los medios el modo y las vueltas al tercero, hasta que el toro empezó a revolvérselo y, al fin, a rajarse sin disimulo. Fandiño libró dos tremendos combates sin éxito ni brillo. Curro abrevió con el primero, que se vino enseguida abajo. Y Del Álamo, centrado y habilidoso, trató en vano de convencer al sexto, el que topaba y se frenaba. Los tres estuvieron muy desafortunados con la espada.