TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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BILBAO. Crónica de Barquerito: "Una faena muy distinguida de Manuel Escribano"

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Una estocada caída y dos descabellos la dejan sin premio mayor. Corrida notable y distinta de Victorino. Dos buenos trabajos de Rafaelillo. Dos estocadas de Paco Ureña de diferente valía, recompensadas con sendas orejas

Bilbao, 30 ago. (COLPISA, Barquerito)

Domingo, 30 de agosto de 2015. Bilbao. 9ª y última de las Corridas Generales. Viento sur, bochorno y humedad. Casi media plaza. Dos horas y media de función. Herido menos grave por el quinto el banderillero Juan José Domínguez. Seis toros de Victorino Martín. Rafael Rubio, Rafaelillo, que sustituyó a Antonio Ferrera, saludos en los dos. Manuel Escribano, saludos en los dos. Paco Ureña, una oreja en cada toro.

Picaron muy bien a cuarto y sexto Juan José Esquivel y Pedro Iturralde. Brega muy precisa de Víctor Hugo con el sexto.

LOS SEIS TOROS de Victorino galoparon de salida. Lo seis fueron saludados con fuertes aplausos. No solo por el galope casi felino del toro de sangre Saltillo, tan estimulante que parece llenar la escena. También porque, no siendo corrida pareja –si acaso, los dos primeros-, sí lo fue de buenas y serias hechuras. Más ofensivos los tres últimos que los tres primeros. Todos salvo el tercero, aplaudidos en el arrastre. Con fuerza los dos primeros, que sirvieron el espectáculo que siempre se espera de un victorino legítimo: correa, listeza, prontitud, movilidad, combatividad, una gota o dos de fiereza. La palma de las palmas se la llevó el quinto, que fue el toro de la corrida, el que más de verdad apretó en la primera vara, el de mejor salida del caballo –el son descolgado de los victorinos de calidad- y también el más complejo y mutante. El galope en la ganadería de Victorino es síntoma de bravura. La condición mutante, una peculiaridad de la casa.

A ella se atuvo ese quinto toro que sorprendió a Juan José Domínguez cuando trataba de abrirlo antes de que Escribano citara para un segundo par de banderillas. Con la sorpresa, una cogida que se saldó con una cornada más aparatosa que grave y una tremenda paliza. Los toros bravos cogen de otra manera y, si se encelan con la víctima, no la sueltan sin más. Muy atentos al quite, Antonio Punta y Jaime Padilla evitaron males mayores. Obró todo el mundo con diligencia.

Todavía antes de abrir faena Manuel Escribano el toro estuvo a punto de llevarse por delante al propio Punta y lo desarmó casi en el mismo estribo de la barrera, un punto con fama de fatídico. Todos esos antecedentes encarecieron el trabajo que enseguida vino: una faena de muy buena nota de Escribano. Por su rigor: ajuste, calma, dominio, sentido del temple, ritmo. Una de las tres mejores faenas de la semana.

Como conviene con los victorinos prontos y agresivos, Escribano se salió de las rayas sin demora y en dos primeras tandas casi en los medios le perdió al toro pasos pero en muletazos encadenados. Notable sosiego. El quinto sentido de la bravura percibe justamente eso. En la tercera tanda ya estaba el toro embistiendo por derecho –vivas embestidas- y Escribano toreando con mayúscula autoridad. Y entonces pareció que gobernar tan bien y tan pronto un toro de tanto carácter era coser y cantar. La mutación: de agresivo a noble, tan rara de ver. Un desplante frontal de rodillas en señal de autoridad precisamente.

Un exceso de teatralidad en los paseos –es plaga una coreografía de tiempos muertos- pero primó lo profundo de la faena. Antes de montar la espada, cinco o seis muletazos de lógica y rica composición. Escribano es muy seguro con la espada, pero se le fue la mano en esta baza. Una estocada demasiado caída y sin muerte. Dos descabellos. Magro premio: Escribano solo salió a saludar hasta las rayas y entre la nube de areneros que este año se han encargado de ponerles a todos los festejos de Bilbao un cuarto de hora de propina.

La espada fue filtro y catalizador de los premios. Sendas orejas para Ureña por dos estocadas: la primera soltando el engaño, la segunda muy de ley al sexto tras una faena meritoria pero de grandes altibajos. A ese último toro de la semana lo toreó de capa el torero de Lorca con estupendo son. El tercero fue el de peor nota: revoltoso, sin golpe de riñón, claudicante, medios viajes arrepentidos. No fue toro listo, sin embargo. Un trabajito monótono del torero de Lorca.

Con la baja por lesión de Ferrera, entró de sustituto en el cartel Rafaelillo. Es probable que nunca hayan coincidido dos matadores murcianos en Bilbao en una misma terna. Rafaelillo no tuvo la fortuna de matar como Ureña –un pinchazo, una entera a capón y atravesada y dos descabellos en el primero, una estocada traserísima y un descabello en el cuarto- pero justificó su papel de torero de  remplazo, pues el toro que partió plaza fue, con el segundo, el que más tuvo que torear: pegajoso, buscón, tobillero, gatitos en la barriga, ganas de pelea.

Pelea hubo y la acabó ganado Rafaelillo al descubrir que el pitón izquierdo era un filoncito, hasta que se indispuso el toro y soltó un trallazo. Hubo muletazos a cámara lenta, que son especialidad de este Rafaelillo refrescado con las ganaderías duras. Y hubo, además, cabeza para medir faenas –esa primera y la del cuarto- e improvisar sobre la marcha.

También el segundo fue toro celoso y por eso Escribano decidiría muletear más en línea que hacia dentro. Pero hacerlo con guante de seda. La misma manteca que gastó con el quinto. Serio trabajo, faena bien resuelta, de torero con sitio y fe. Está echando un verano extraordinario y eso se dejó notar. Una estocada trasera al segundo intento y rueda de peones. No hubo faena, salvo la última, que no pasara de los diez minutos. Ni ninguna, salvo la del tercer toro, que no tuviera compañía de la música, que a veces se come faenas y adormila a la gente. Sin música, la faena de Rafaelillo al cuarto –cadenciosa, descarada, segura en el arranque- calentó al público. Cuando atacó la banda, se apagó el efecto. Salvo en un adorno de abanico y desplante. El único abanico de una semana de tanto calor.

Postdata para los íntimos.- Antes de construirse lo que aquí se llama la Catedral, es decir el campo de fútbol de San Mamés, había en su lugar otro campito de labor y un caserío. El caserío de Gojénuri. Hay alguna foto de época. Los bueyes, las mazorcas, una carreta, la casa con su tejado a dos aguas asimétrico y sus vigas vistas y cruzadas tan propias de la arquitectura popular de Vizcaya. Y los montones de heno con sus bieldos de madera. Sería un campo bueno.

Andando el tiempo, un hijo del primer Gojénuri acabó jugando al fútbol mucho y bien. No en la Catedral ni en el Athletic pero sí en el Indauchu, que en los años 50 y 60 fue el segundo equipo de Vizcaya, por delante del Arenas, o del Sestao y hasta del Baracaldo. Yo vi jugar a Gojénuri en Madrid con el Indauchu en tres campos distintos: Vallecas, la Ciudad Lineal y el Metropolitano, donde el Rayo Vallecano estuvo jugando un año mientras le hacían no sé qué obras de siembre. Gojénuri era muy poderoso y noble. El futbolista roble tan del país en aquellos años. Me gustó el nombre -el apellido, de caserío, como en la mayoría de los casos en el País Vasco- y me quedé con él.
En uno de tantos paseos por Indauchu, ensanche de Bilbao entre San Mamés y la Alameda de Recalde, descubrí hace años una taberna. La Taberna Indauchu. De los Gojénuri. Y ahí sigue, en Gregorio de la Revilla junto a Licenciado Poza. Hay un mural pintado por K-Toño Frade -gran dibujante de la tierra- donde aparece el paisaje primitivo de Gojénuri cuando San Mamés estaba casi virgen. Ya habían levantado la Catedral, y ahí está, pero en segundo plano. En el primero, la casa, labradores con boina. Todo en tres colores: blanco, rojo y el negro de las siluetas.
El bar es de los buenos. La foto de Gojénuri en la pared central del mostrador es una obra de arte. Hay cuadros con fotos del Indauchu de distintas épocas y leyendas donde se identifican todos los jugadores con su nombre. Cuando aparece el de Gojénuri, lo hace con tinta roja. Fotos en el campo de Garellano, donde ahora está la estación de autobuses, me parece.
Pregunté ayer si todavía vivía el gran Gojénuri y me dijeron que murió hace tres o cuatro años. Estará en la gloria.